Política

Anatomía de la resistencia iraquí: el modelo Fallujah

El autor analiza las polémicas tesis del estadunidense Scott Ritter (controvertido inspector de la ONU en Irak de 1991 a 1998) quien sostiene que «la gente de Saddam está ganando la guerra»

Opinión: Alfredo Jalife-Rahme
En la Covención del Partido Demócrata que se celebró en Boston, Al Gore le
endosó al presidente George W. Bush el declive inocultable de Estados Unidos. Lo
que nunca confesó Al Gore es que fue la asombrosa resistencia iraquí en
Fallujah, que ha entrado a la dimensión legendaria, la que develó las
vulnerabilidades del poderío militar de la otrora superpotencia
unipolar.

El periodista Nir Rosen consagra siete extensos artículos a la
asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que acaban por derrapar, a nuestro
humilde juicio, al intentar demostrar que se trata de un movimiento jihadista
(«Dentro de la resistencia iraquí», Asia Times del 15 al 24 de julio). Pepe
Escobar («El emirato islámico de Fallujah», Asia Times, 15 de julio) llega a la
misma conclusión fundamentalista que Rosen y desvirtúa a la resistencia iraquí,
a su juicio contaminada y minada por la «talibanización».

La asombrosa
resistencía iraquí comienza a cosechar en el público europeo los frutos de haber
humillado al ejército más poderoso del planeta y Subhi Toma, sociólogo asilado
en Francia por su oposición al régimen de Hussein, quien se ostenta como «uno de
sus coordinadores» (Red Voltaire, 11 de julio), afirma que «los responsables del
ejército de Estados Unidos han confirmado el apoyo masivo a la resistencia del
pueblo iraquí contra la ocupación». Subhi Toma afirma que los insurgentes, entre
20 mil y 50 mil, «pertenecen a todos los componentes de la sociedad
iraquí».

Quizá sea muy optimista, tanto en la participación de los kurdos
(cuando es notorio que poseen su agenda independentista propia) como en la
«instauración de un régimen republicano, pluralista y secular», que parece fuera
de tono con las tendencias religiosamente patrióticas del sunismo y el chiísmo,
que nada descabelladamente pueden desembocar en una teocracia federada. Lo
relevante de los asertos de Toma es doble: primero, se expresan en Francia, lo
que retroalimentará el resentimiento francofóbico de los unilateralistas y los
sharonistas; y, segundo, deja entrever que «los actos terroristas espectaculares
son manipulados por diferentes servicios secretos» regionales y trasatlánticos
que buscan enfrentamientos entre los componentes del mosaico étnico-religioso de
Irak.

Toma destaca el factor chiíta como «determinante», sin dejar de
admitir que existen «riesgos de una manipulación de los religiosos chiítas por
los servicios secretos de Irán y Kuwait». Le faltó agregar a otros países
limítrofes como Jordania, que encubrirían al extraño «factor Zarqawi», de quien
Red Voltaire (como Bajo la Lupa) llega a dudar de su existencia. ¿Es Zarqawi
otro espantapájaros más del montaje terrorista del unilateralismo
bushiano?

Con una óptica diferente, el estadunidense Scott Ritter
(controvertido inspector de la ONU en Irak de 1991 a 1998 y autor del libro Las
fronteras de la justicia: armas de destrucción masiva y la paliza de Bush a EU)
demuestra que «la gente de Saddam está ganando la guerra» (International Herald
Tribune, 23 de julio). Dígase lo que se diga, Ritter tuvo la razón histórica
sobre la ausencia de «armas de destrucción masiva» en Irak, a diferencia de la
postura pusilánime del sueco Hans Blix, jefe ejecutivo de la Comisión de
Monitoreo de Verificación e Inspección de la ONU.

El estadunidense (su
nacionalidad es relevante) Ritter, ex jefe de la misión de la ONU destinada a
verificar el arsenal iraquí, quien había condenado sin tapujos la campaña de la
administración Bush, había también fustigado, durante un mensaje memorable al
Parlamento en Bagdad, que «Estados Unidos se había embarcado en una política de
intervención unilateral que está en contra del espíritu y la constitución de la
ONU» (BBC, 8 de septiembre de 2002).


En casi un década, Ritter
-proveniente de una familia de militares, funcionario de espionaje militar y
experto en misiles balísticos- tuvo tiempo de conocer los laberintos de la
política interna de Irak, así como su presunta capacidad letal; era evidente que
no era muy apreciado por el régimen de Saddam. De allí que sus evidencias sean
más concluyentes, en cuanto a la sobresaliente participación de la Guardia
Republicana iraquí en el movimiento de resistencia se refiere, que las del
proisraelí Nir Rosen, quien califica a la resistencia como una caterva de
fanáticos religiosos.

En forma más estructural, Ritter aduce que el
«nacionalismo baazista había cesado de existir desde hace casi una década». Como
consecuencia de la primera Guerra del Golfo, «el régimen de Hussein se había
cambiado a una amalgama de nacionalismo, tribalismo y fundamentalismo islámico
que reflejaba la realidad política de Irak». Viene una sorprendente revelación:
«gracias a una planificación meticulosa, los lugartenientes de Saddam ahora
dirigen la resistencia iraquí, incluidos los grupos islámicos».

Lo mal
planeado de la invasión anglosajona contrasta así con la «meticulosa
planificación» de los estrategas de Saddam, considerados por la pueril
desinformación estadunidense unos ineptos, incapaces siquiera de pensar. Ritter
reseña que la deserción del yerno de Saddam, Hussein Kamal, 14 meses antes de la
invasión anglosajona, profundizó las mentiras sobre la inexistente posesión de
armas de destrucción masiva por el régimen, pero reveló algo importante que no
fue tomado en serio: que su suegro había ordenado que todos los altos
funcionarios del partido Baaz realizaran obligatoriamente estudios del Corán, y
que se añadiera el lema «Alá es Grande» a la bandera nacional. A juicio de
Ritter, el «cambio radical en su estrategia» era necesario para la supervivencia
del régimen.

Se ha perorado ampliamente sobre el error estratégico del
anterior procónsul, el kissinegeriano Paul Bremer III, quien se apropió del
leitmotiv del chiíta postmoderno Ahmed Chalabi (un títere de los
neoconservadores straussianos promotores del unilateralismo bushiano) para
depurar ideológicamente a Irak por medio de la desbaazificación como se había
desnazificado a Alemania. Ritter enfatiza que en abril pasado, fecha de la
legendaria rebelión sunita de Fallujah seguida por la intifada chiíta, Bremer
III tuvo que dar marcha atrás a la demencial desbaazificación.

El
anterior inspector se burla del diagnóstico del Pentágono, que considera a la
resistencia «un matrimonio de conveniencia» entre los baazistas y los
fundamentalistas islámicos, lo cual pone en evidencia su «desconocimiento de
Irak». Ritter es categórico: «la resistencia iraquí es producto de varios años
de planificación».

En lugar de «ser absorbidos por un amplio movimiento
islámico, los lugartenientes de Saddam se colocaron como cabezas al haber
cooptado a los fundamentalistas años atrás, con o sin su conocimiento». Recuerda
que no existió ninguna ceremonia de rendición ante el ejército invasor
anglosajón, que había sobredimensionado a la oposición en el exilio. Revela que
«la mal llamada resistencia islámica es dirigida nada menos que por Izzat
Ibrahim al-Douri, anterior vicepresidente y ardiente nacionalista árabe sunita,
y practicante de la hermandad sufi, una sociedad de místicos islámicos». ¡Qué
dato tan fascinante! Ahora se entiende el misticismo intrínseco de la notable
resistencia iraquí y la seducción que ejerce sobre las masas pauperizadas tanto
sunitas como chiítas. Pero que también delata la exquisita sensibilidad de un
observador foráneo como Ritter. Resalta que las categorías semánticas de los
analistas militares de pacotilla de Estados Unidos -quienes desde su
materialismo consumista a ultranza tienden a trivializar y a profanar lo
sagrado- son muy raquíticas para entender la religiosidad patriótica (o, si se
desea, el patriotismo religioso) del pueblo iraquí.

Ritter se detiene a
escudriñar el nivel de «sofisticación» de la anterior «Organización Especial de
Seguridad que dirigía Hani al-Tifah, quien ahora coordina las operaciones de
resistencia con sus mismos funcionarios», ayudado por Tahir Habbush, jefe de los
servicios de inteligencia: «los recientes ataques antiestadunidenses en Fallujah
y Ramada fueron perpetrados por hombres muy disciplinados que luchan en unidades
cohesivas, que provienen en su mayoría de la Guardia Republicana».

La
contundencia sarcástica de Ritter es inigualable: «El nivel de sofisticación no
debe haber constituido sorpresa alguna para alguien familiarizado con el papel
del anterior mandamás de la Guardia Republicana, Sayf al-Rawi, en haber
desmovilizado a unidades selectas de la guardia para este propósito antes de la
invasión de Estados Unidos». ¿Pues no que Saddam y parte de la Guardia
Republicana se habían vendido (literalmente) al invasor anglosajón?


Incluso en fechas recientes, nada menos que el destacado orientalista
Evgeny Primakov, anterior jefe de servicios de inteligencia foráneos de la
sucesora de la KGB, afirmó que Saddam había colaborado en la entrega de Bagdad
al ejército estadunidense, lo cual era notorio por la inexplicable ausencia de
combates en el cruce de los soldados invasores en el río Tigris sin ser
molestados.

¿Se trató de una trampa genial? El tiempo lo dirá pero, por
lo pronto, las estrujantes revelaciones de Ritter, profundo conocedor de la
pirámide social iraquí y, sobre todo, de su jerarquía militar, parecen apuntar
en este sentido. Ritter no le concede el menor respeto al gobierno de Allawi,
reclutado por Estados Unidos entre los expatriados opositores a Saddam: «lo
cierto es que nunca existió una oposición significativa en número dentro de Irak
para que la administración Bush formara un gobierno en sustitución de Saddam».
¿Fueron, entonces, Bush y los neoconservadores straussianos, presas de sus
alucinaciones fantasmagóricas? Por último, Ritter vaticina «una década de
pesadillas con la muerte de miles más de estadunidenses y decenas de miles de
iraquíes. Seremos testigos de la creación de un viable y peligroso movimiento
antiestadunidense en Irak que un día vigilará la retirada unilateral de los
soldados de Estados Unidos como Israel lo hizo en forma ignominiosa en
Líbano».

Viene la estocada en el más depurado estilo de Ritter: «No
existe solución elegante para la debacle en Irak. No se trata más de ganar sino
de mitigar la derrota». Amén: sea dicho en el místico lenguaje de los
sufis.

Alfredo Jalife-Rahme Especialista mexicano en asuntos
internacionales. Es autor de varios libros sobre los síntomas de la
mundialización.


Fuente: Red
Voltaire

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