El reparto de refugiados que ha planteado la Unión Europea es un buen deseo y un parche político.

Ante las tragedias de miles de muertos atravesando el Mediterráneo, Europa tiene que reaccionar. Las democracias no soportan las injusticias ni los abusos. Ni siquiera cuando se producen en tierras lejanas. Exigen respuestas que no representen problemas para los electorados. Ésta es la gran trampa.

Hay que impedir estas barcazas de la muerte pero que repercuta en los intereses individuales o colectivos de los estados miembros de la Unión. No ha habido acuerdo entre los países sobre cuántos asilados hay que acoger. España, de hecho, prácticamente no tiene asilados o refugiados políticos. Tiene inmigrantes que los acepta según convenga a las necesidades laborales o los interna en centros especiales para ser repatriados. Sin muchos miramientos sobre la dignidad de toda persona.
El problema de la inmigración en Europa tiene que estar en el centro de las políticas de los estados y de la Unión en su conjunto. Es un tema urgente. Hay que frenar la llegada masiva con políticas de cooperación y educación más generosas en los países de procedencia. Hay que estar dispuesto a aceptar a los sobrevenidos como personas que tienen iguales derechos y deberes que los ciudadanos nacionales. Se pueden establecer cuotas. Pero teniendo en cuenta dos cuestiones: que sean generosas y que se establezcan con criterios que prevean el invierno demográfico que se vaticina para Europa en 2050.

La nueva Europa será el resultado de la capacidad de integración entre los que estamos y los que vengan, ya sea del Este, del Sur o de Oriente. El “otro” llegará y tendremos que convivir civilizadamente con él.

Publicado en la revista El Ciervo Mayo-Julio de 2015
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