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Las divisiones cruzan el mundo democrático

La separación entre las élites políticas y el electorado se ha ampliado hasta el punto que la corriente que impera es echar a los que mandan.


Las divisiones en el mundo democrático son más profundas que en tiempos pasados. Estados Unidos está dividido. En diez días de presidencia, Donald Trump ha sacado a la calle cientos de miles de personas protestando contra su presidencia y sus primeras decisiones. Otras cientos de miles se manifestaron en Washington el viernes en favor de la vida. Trump firma órdenes presidenciales como si fueran cheques.

Levanta muros, prohibe la entrada de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, destituye a la fiscal general en funciones acusándola de traidora. No pierde el tiempo. Tiene prisa. Las divisiones afectan a las relaciones entre la prensa y las instituciones. Se ha pasado de las charlas tranquilas desde la chimenea de la Casa Blanca de Franklin Delano Roosevelt a los precipitados tuits de Trump.
Brexit es otro signo de división en el seno de la Unión Europea. Italia ha echado al primer ministro, en Austria la derecha extrema no alcanzó la presidencia por poco. En Francia no sabemos quien gobernará a partir de las presidenciales de primavera. La posibilidad de que Marine Le Pen gane en la segunda vuelta no hay que descartarla, aunque los expertos lo creen imposible. David Cameron era un primer ministro seguro hace unos meses y ahora su despacho es ocupado por Theresa May, su ministra del Interior, que defiende con entusiasmo la salida de Gran Bretaña de Europa. País dividido también.

La separación entre las élites políticas y el electorado se ha ampliado hasta el punto que la corriente que impera es echar a los que mandan. La mentira circula impunemente por las redes sociales fomentando el odio al otro, la propaganda y la descalificación del adversario. Se ha debilitado el valor jurídico de los actos políticos.

La pregunta que cabe formularse es si Estados Unidos están renunciando al liderazgo que han ejercido en el mundo occidental desde hace más de un siglo. Es el país que ha sido el motor del libre comercio mundial, que ha defendido los valores de la libertad y el intercambio de conocimientos, de cultura y de bienes. Parece que ha iniciado un movimiento hacia el proteccionismo que tendría graves consecuencias económicas y políticas en todo el mundo.
El orden global basado en las alianzas, las instituciones bilaterales, las garantías de seguridad y los valores compartidos parece que se pone en cuestión. El problema, como señala Joscka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, es que no hay un marco alternativo y todo indica que si se rompe el orden mundial establecido entraremos en un periodo de turbulencias globales en un futuro próximo.

Alemania, es el país más poderoso de Europa, y también el más inseguro. Necesita la seguridad colectiva porque la sola idea de una Alemania rearmada despertaría los fantasmas de la historia europea. Helmut Schmidt sostenía que Estados Unidos eran el aliado más poderoso pero Francia era el aliado más cercano. Europa necesita urgentemente recomponer el actual desconcierto sin caer en un anti americanismo barato porque Trump es sólo el presidente de Estados Unidos y no representa a todos los americanos.
La España de Rajoy espera a la gallega manera. Necesita las buenas relaciones con Estados Unidos pero no es lo suficientemente valiente para denunciar, por ejemplo, las arbitrarias órdenes que impiden la entrada en el país a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. Rajoy se inclinará por la ley de la gravedad y caerá allí donde el mundo se coloque a corto plazo.

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