Pensamiento y Cultura

¿Salvar a los demás para salvarse a uno mismo?

Jordi Raich analiza en su último libro los dilemas políticos y éticos de la solidaridad y las relaciones del humanitario con otros actores del teatro filantrópico.

JORDI RAICH, EL ESPEJISMO HUMANITARIO
Jordi Raich acaba de publicar un libro que, de pasar inadvertido, debería potenciar la ya muy expandida mala conciencia que tiene Occidente sobre sí mismo. Mala conciencia, aclaremos, en el sentido nitzscheano, -y no marxista del término-, que remite a una culpabilidad impuesta, a un teatro de víctimas y victimarios donde las representaciones se repiten desde tiempos remotos sin que nadie las cuestione ni las ponga en tela de juicio.

Es en ese sentido que el libro El Espejismo Humanitario recientemente publicado por Debate, es, sin querer su autor pretenderlo, un proyecto nietzscheano, un intento de desmitificar al último valuarte de la conciencia occidental: la ayuda
humanitaria.

Nadie mejor que él para recuperar la verdad, para poner de manifiesto la radical prioridad de los hechos por encima del discurso que hemos construido a partir de la falsa conciencia. Un proyecto vital llevado a cabo por un vitalista, por un hombre que nos entrega un libro escrito desde las trincheras de la ex Yugoslavia, los desiertos de Afganistán, las cárceles de Uganda, el asedio a Monrovia y decenas de otros territorios plagados de hambre, de pobreza, de conflictos armados, y de los nuevos héroes de nuestro tiempo, los humanitarios, los nuevos actores del teatro filantrópico.

Con una prosa heredera del mejor Ryszard Kapuscinski, Jordi Raich nos relata las paradojas de la ayuda humanitaria; una actividad que genera cuantiosos beneficios económicos que rara vez llegan a sus destinatarios; una actividad que fabrica pobres en series por la sencilla razón de que, lejos de sacarlos de la miseria, la perpetúan para que nada cambie, para que todo siga igual, para que siempre exista una hambruna donde poder participar y una guerra civil que los acoja.

Lo peor de todo, dice Raich, es que los más concientes de esta situación son las supuestas víctimas a quien ellos dicen ayudar. “Los damnificados expertos, dice Raich, conocen al dedillo el funcionamiento de las ONG, saben de qué manera sacar provecho de sus recursos y no tienen ninguna intención de regresar a su pueblo o ciudad. Las víctimas profesionales son un subproducto no deseado de la industria compasiva”. No sólo es culpa del egoísmo de las víctimas de que los alimentos de la ONU terminen en los escaparates de los bazares y los mercados de la aldea.

Lo cierto también es que una parte de ese alimento es material robado, desviado por políticos corruptos; la otra es el “búscate la vida” de miles de desventurados que consiguen sustraer alimentos mediante una “enciclopedia de estafas y picarescas”.

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