Política

El muro de Lula

Luiz Inácio Lula da Silva ha autorizado la construcción de un muro de tres metros de alto que separe las favelas de Río de Janeiro del resto de la ciudad.


Sr. Director:

Una vez más los hechos nos demuestran que no es lo mismo predicar que dar trigo. Hoy he visto en televisión que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha autorizado la construcción de un muro de tres metros de alto que separe las favelas de Río de Janeiro del resto de la ciudad.

Lo primero que he pensado, reconozco que bastante tortuosamente, es que este Lula comienza a aprender de los israelitas y sabe cómo aislar el peligro, puesto que de peligrosa  (¿?) ha calificado, para justificar el muro, a cierta la población que se oculta en las favelas.

Después me ha venido a la mente que la actitud del populista Lula no parece muy acorde con esa izquierda descamisada que él representa. Y que los habitantes de los barrios marginales de las grandes ciudades, a los que se les prometió cuatro millones de puestos de trabajo en esta legislatura brasileña, que ya lleva dos años, por el momento deben apechugar con un millón más de parados y un muro en proyecto.

La circunstancia de Lula me recuerda a la de otro político de izquierdas, en este caso español, que accedió al poder con la promesa de crear empleo y que, al final de sus mandatos, por cada doscientos mil puestos prometidos dejó un millón de parados. Ese político, que era González, digámoslo, también era de izquierdas y asimismo poseía el don del populismo, sólo que su muro no fue de cemento sino de corrupción.

Otra circunstancia interesante que podemos advertir en Lula, de la que igualmente podría desprenderse un nuevo refrán, Dios los cría y ellos se juntan, es que no ha dudado en visitar a sus amigos Castro, Kirchner y Chávez, y establecer con ellos una especie de alianza estratégica en el terreno comercial y político. Por supuesto, lo primero que ha hecho Castro es pedirle a Lula 200 millones de dólares y el brasileño, bondad (ingenuidad) obliga, se los ha dejado. A saber para qué.

Lula, que probablemente desconoce las palabras del filósofo cuando nos avisa que el progreso real es elevar a la plebe a la altura de la elite, y no al revés, al parecer toma como referentes ideológicos a individuos como Castro, que llevan muchos años convirtiendo a su pueblo no en plebe, sino en auténticos indigentes, y que hace lustros terminó el muro de tres metros que en su caso rodea toda la isla-cárcel.

Nadie duda que Lula sea un hombre cargado de buenas intenciones y que se crea un gran estadista, lo que ocurre es que los estadistas, además de gobernar a partir de ideas visionarias para la siguiente generación, deben atender a su pueblo en el momento presente, con la mayor de las urgencias si se trata del pueblo brasileño.

Y Lula, que se sepa, ha elegido el peor de los métodos posibles: alejarse aún más del liberalismo y aplicar nuevos impuestos a los únicos sectores de la sociedad brasileña que medio funcionan. Naturalmente, para compensar su caída de popularidad interna, se ha dedicado al activismo internacional y a ofrecer recetas milagrosas muy alejadas del liberalismo, única ideología que permite al hombre sacar el pie del lodo porque se siente incentivado al depender de sí mismo.

Lula, diríase, necesita que alguien le sitúe sobre un mapa del mundo y le indique el tipo de régimen político de los países que de verdad funcionan. Si no quiere alejarse demasiado, puede fijarse en Chile, modelo a imitar en esa Sudamérica que comienza a izquierdizarse, valga la expresión. En cuanto a la popularidad, según parece tan necesaria en Lula, alguien debería soplarle al oído que nadie supo nunca el nombre del presidente suizo y así les va a los helvéticos.

Pedro Espinosa García

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