América Latina no estaba preparada para un Mario Vargas Llosa, porque la honestidad intelectual se paga cara en un continente donde los dobleces y las poses llegan muy lejos en el campo literario y en el político.

Más allá de los vaivenes políticos y de las rencillas ideológicas de un momento histórico, la buena literatura tiene la capacidad de perdurar y salir indemne de las bajas pasiones que marcan el accionar de tantos críticos, concursos y anuarios académicos. La obra de Mario Vargas Llosaserá una de esas que ganará tamaño y honores en la medida en que América Latina deje de ser el territorio del infantilismo diplomático en que nos hemos convertido y veamos más allá de los gobernantes de turno, sus vengativas políticas culturales y las tijeras de los catálogos oficialistas.

Este domingo ha muerto en su natal Perú uno de los pensadores más completos y aguzados que ha dado nuestro continente. Como todo hombre enciclopédico y valiente, a lo largo de su vida se labró la enemistad de los que hacen del berrinche y la cancelación su manera de tratar con los escritores incómodos. Vargas Llosa recibió a la par elogios y actos de repudio, condecoraciones y ataques, galardones y exclusiones. Para unos era un liberal incómodo que señalaba el régimen autoritario que, ya en sus inicios, incubaba la entonces llamada Revolución cubana. Para otros, el persistente novelista que no dejó de publicar, uno tras otro, esos monumentos a las letras hispanas que son sus libros. Incluso cuando el Premio Nobel parecía que se le escurría cada año, siguió demostrando que no hay mejor medalla que la que cuelgan los lectores ni mérito más acariciado por un autor que ser citado con devoción y ver agotadas sus ediciones.

América Latina no estaba preparada para un Mario Vargas Llosa, porque la honestidad intelectual se paga cara en un continente donde los dobleces y las poses llegan muy lejos en el campo literario y en el político. Mientras más lo denigraban los gobernantes populistas, más lo buscaban en las ferias del libro sus voraces seguidores. Fue un sobreviviente, no solo de esa generación literaria que sacudió la escritura en la región, sino que también la biología le permitió comprobar que muchas de sus advertencias y posturas ante el poder estaban, apabullantemente, en lo cierto.

Ahora, pocas horas después de su fallecimiento, los diarios informativos se han llenado de obituarios, testimonios y reflexiones sobre su legado. La prensa oficialista cubana, como era de esperar, le ha dedicado una arremetida, nada sorprendente en un país donde el peruano lleva medio siglo censurado de los catálogos editoriales y muchos de sus lectores apelan a forrar sus volúmenes para evitar a los delatores y a los extremistas. La Habana se perdió sus conferencias y las academias cubanas frenaron el estudio de su obra en uno de los más sonados casos de amputación literaria que hemos sufrido en esta Isla.

Pero en la escritura las aguas siempre toman su nivel. La última vez que conversé con Vargas Llosa, durante un evento en Perú, vaticinamos que una noche estaríamos en el muro del Malecón habanero brindando por una apertura democrática en mi país y por una lectura de sus obras, en su propia voz, en el Aula Magna de la universidad. Aquella predicción ya no se hará una realidad, pero estoy segura de que los estudiantes del futuro podrán analizar y escarbar en sus textos sin las restricciones ni la ojeriza de los burócratas del pensamiento. La revalorización de sus títulos no solo ocurrirá en Cuba, sino que se multiplicará también en todo el continente. Esa América Latina que durante demasiado tiempo ha preferido los sables a las letras, las charreteras a las imprentas y los caudillos a los escribidores.

DW.