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La representación del nacimiento de Cristo se remonta a la Edad Media y ha inspirado a escritores, artistas y escultores hasta nuestros días

La representación del nacimiento de Cristo se remonta a la Edad Media y ha inspirado a escritores, artistas y escultores hasta nuestros días

La Navidad atraviesa los siglos

Cada víspera de Navidad desde 1949, el diario neoyorquino The Wall Street Journal publica el mismo y único editorial. El título es en latín: In hoc anno Domini (en este año del Señor), y empieza narrando el viaje de Pablo de Tarso hacia Damasco cuando el mundo conocido era conquistado por Roma y regido por un amo de todos que era César Tiberio. Había estabilidad en todas partes porque las centurias romanas garantizaban el orden y la ley imperial.

Había injusticias, esclavitud y opresión para quienes plantaban cara al césar. Y entonces, de repente, sigue el editorial, hubo una luz en el mundo y un hombre de Galilea que decía que había que dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios, ofreció un nuevo reino en el cual cada hombre podría caminar con la frente bien alta y no postrarse ante nadie, excepto ante su Dios.

El editorial que supongo que se publicaría rutinariamente ayer mismo termina diciendo que “por eso Pablo, el apóstol del Hijo del Hombre, habló a los gálatas, y pronunció las palabras que quiso que recordásemos siempre en cada uno de los años de su Señor: aferraros a la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres y no os enredéis de nuevo bajo el yugo de la esclavitud”.

El año 1949 era el comienzo de la guerra fría y la confrontación abierta entre dos mundos, curiosamente los dos vencedores de la Segunda Guerra Mundial, que han seguido enfrentados con más o menos intensidad hasta hoy.

El texto lo escribió el editorialista Vermont Royster, que posteriormente fue director y que quería felicitar la Navidad a los lectores del diario que mejor representa los intereses de las finanzas globales y que hoy, por las inciertas carambolas del destino, es propiedad del controvertido magnate australiano Rupert Murdoch, uno de los editores más poderosos y politizados del mundo.

Es un editorial que se adapta a las cambiantes circunstancias de la historia y que hacen de la Navidad un punto de encuentro y una tregua en las inevitables hostilidades entre personas que dirimen sus diferencias con trampas, mentiras, violencias o simplemente indiferencia hacia el otro que piensa o actúa en el campo de la heterodoxia.

En la hemeroteca de hace 110 años en este periódico, recordaba Teresa Amiguet que, en la Nochebuena de 1914, la niebla cubría las trincheras de Ypres (Bélgica), donde soldados británicos y alemanes permanecían alerta, prestos a defenderse ante un posible ataque enemigo. De repente, unas voces quebradas por la emoción rompen el silencio nocturno: Noche de paz emerge del frente alemán. Contagiados, los británicos los corean y entonan sus propias Christmas carols. Han pasado solo cuatro meses desde el principio de la Gran Guerra, pero todos ellos, británicos y alemanes, deciden que la Navidad es tiempo de paz.

La Navidad ha inspirado la literatura, la pintura y el arte desde tiempos antiquísimos. Para creyentes, no creyentes e indiferentes. Ha marcado los calendarios y ha alimentado las emociones y vínculos humanos durante generaciones. Los Cuentos de Navidad de Charles Dickens se reeditan con gran frecuencia con su carga moral, escritos en tiempos de tremendas desigualdades producidas por el capitalismo manchesteriano. Hasta Agatha Christie se atrevió en 1923 en su Aventura del pudding de Navidad a pasear por sus páginas a Miss Marple y Hércules Poirot.

La gran poesía catalana, la de Maragall y la de Verdaguer, se complace en sus emotivas recreaciones describiendo el ambiente de aquel Belén de hace veinte siglos. Del poeta noucentista J.V. Foix, a quien un día tuve el privilegio de visitar en su casa de Sarrià acompañando a Lluís Permanyer i Antoni Tàpies, me quedo con esta descripción:

“Ho sap tothom, i és profecia /

la meva mare ho va dir un dia. /…

A cal fuster hi ha novetat”.

La noche del 24 de diciembre de 1940, Jean-Paul Sartre estrenaba, en el campo de prisioneros de Tréveris, Barioná, el hijo del trueno, una representación del misterio de la Navidad. Más tarde, él mismo la descatalogó y destruyó, pero escrita está. El nacimiento de Cristo atraviesa los siglos y acompaña la historia humana.

Publicado en La Vanguardia el 25 de diciembre de 2024

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