// CARTAS AL DIRECTOR

Francia: El ‘derecho’ a la pereza

Llama la atención, en este sentido, la búsqueda del placer como objeto principal de la vida, el debate abierto en Francia al socaire de las masivas huelgas en contra del propósito del Gobierno de aumentar la edad de jubilación de 62 a 64 años. En el fondo de estas protestas aparece un supuesto “derecho a la pereza” tal como rezaba el título de un ensayo publicado en Francia a finales del siglo XIX. Este cambio cultural tiende a introducirse en el catálogo de “nuevos derechos”: el “derecho” al ocio y al placer. Es indudable que la cuestión del reposo, del tiempo dedicado a la convivencia, al deporte y al disfrute de la cultura, es decisiva, y requiere una atenta valoración. Pero eso es muy distinto de la búsqueda del placer como sentido último, que no sólo plantea un desafío a la cultura del trabajo, sino también a la solidaridad y al empeño compartido que están en la base de toda comunidad humana.

Jesús Martínez Madrid, Salt (Girona) 

La veracidad y crisis de la democracia

Como modesto observador de la actualidad mundial y ferviente partidario de la democracia, no puedo ocultar mi temor ante las múltiples amenazas que se proyectan sobre los sistemas occidentales, a los que, no sin serias dificultades, se incorporó España con la Constitución de 1978.

Tal vez lo más urgente sea recuperar la exigencia de veracidad en la vida pública. Ciertamente, no todos tenemos derecho a saber todo. Pero la transparencia es prioridad, no excepción. Y si queda algún resquicio para la intolerancia debe apuntar a la mentira: al margen del derecho penal, su sanción ética es la dimisión: un mentiroso no puede representar ningún interés general, por complejo que este sea. La falta de información, el abuso del no comment, el recurso a mentiras más o menos disimuladas, provocan la inseguridad ciudadana, caldo de cultivo de los diversos populismos, que suelen ser peores remedios que la propia enfermedad. Al cabo, enlazan con la demagogia, versión deteriorada de la democracia desde los clásicos griegos.

La novedad quizá de esta época postmoderna que abomina de los absolutos, es la abundancia de afirmaciones apodícticas basadas en ideologías o modas, sin fundamento teórico ni conocimiento de la realidad. Se explica que crezcan las descalificaciones, los odios, los insultos, la irracionalidad. ¿Cómo no añorar la ordinatio rationis? También para evitar la abundancia de los efectos negativos de leyes demasiado extensas por poco meditadas. Cuando de encontrar la verdad se trata, lo último es recurrir a comisiones de investigación parlamentarias: lo verdadero no tiene por qué coincidir con lo mayoritario; por ejemplo, los americanos siguen sin saber qué pasó realmente el 6 de enero de 2021 en el Capitolio, salvo provisionalmente para quienes han sido condenados en la jurisdicción penal por sentencias aún no firmes. 

JD Mez Madrid, Olot (Girona)

Valores de sinceridad, honradez y verdad en los políticos

En tiempos de crisis de la democracia, está en juego la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes. La investiga, por ejemplo, un centro de investigación francés inserto en la institución conocida popularmente como Sciences Po. En el barómetro de 2022, el 75% de los encuestados considera que los políticos están “desconectados de la realidad”: no es que mientan, sino que están como ciegos, incapaces de hacerse cargo de los auténticos problemas y de aplicar medidas beneficiosas. Por otra parte, para el 65%, los cargos electos y los dirigentes políticos franceses son antes corruptos que honrados, es decir, mantienen una relación deliberadamente ambivalente con los valores de sinceridad, honradez y verdad.

No se trata de aplicar a la acción política criterios filosóficos, entre otras razones, porque la misión del líder es proyectar la sociedad hacia el futuro, necesariamente con incertidumbres y riesgos. De ahí la importancia de las reglas de juego, de la ética de los procedimientos, garantía moral de acierto y justicia en la acción pública. Justamente porque nadie tiene monopolio de la verdad, no se puede desoír a cualquiera que tenga un legítimo interés en cada cuestión: hoy, toda soberanía es compartida; en democracia, pasó el tiempo de las soberanías absolutas, también de las autocalificadas como populares. En la política no hay verdades absolutas; tampoco, por tanto, mentiras absolutas. El juicio político es distinto del discernimiento ético. Pero, en la estela de Hannah Arendt, conviene mucho estar prevenidos contra tendencias que abocan a los totalitarismos, al perder el sentido de la diferencia entre verdad y mentira.

Baste como ejemplo la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español sobre el derecho del art. 20, 1 d): comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. Propiamente es una tautología: la veracidad es un elemento de la información; sin verdad comprobable, sería error, desinformación, manipulación, propaganda. Pero, a efectos jurídicos, basta haber puesto los medios para averiguar la verdad, y las fronteras pueden ser distintas cuando se trata de gente común o de personas con responsabilidad pública en el plano público o, simplemente, “popular” (en las acepciones clásicas propias de publicaciones deportivas o revistas del corazón, como en las novísimas figuras influyentes nacidas en las redes digitales). Ha entrado en crisis el dogma de que los hechos son sagrados, las opiniones, libres. Porque no siempre es fácil comprobar lo sucedido, mucho menos en tiempos de guerra (militar, como en Ucrania; cultural, en tantos campus universitarios); y las opiniones pueden estar predeterminadas por criterios o prejuicios ideológicos, políticos, empresariales, publicitarios, incluso religiosos.

Como decía hace muchos años un gran periodista europeo, la plena objetividad no es posible; pero la voluntad de ser objetivo puede darse, o no. De ahí depende muy probablemente la consolidación de la democracia en tiempos de crisis. 

Pedro García, Sant Feliu de Guíxols (Girona)

En la obra de Eliot

Hay un empeño bastante declarado por parte de ciertos sectores de la política de izquierda por pisotear lo que siempre ha sido la creencia de los hombres, al menos en nuestro país. Actúan contra natura como si fuera lo más normal y ven algo estupendo en la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, etc. Y los mismos que buscan y promueven que los niños quieran ser niñas y al revés, se empeñan en la muerte del no nacido. ¡Qué esfuerzos ímprobos por dejar claro la libertad de la mujer para abortar! ¡Prohibido escuchar el latido del niño, no sea que cambie de opinión y le salven la vida! Es lo más antinatural e inhumano que pueda pensarse. Recomiendo la lectura de un clásico, breve y sustancioso: “Asesinato en la catedral” de T.S. Eliot. Es lo mismo de ahora, una historia del siglo XII que en el fondo es lo de hoy. Una animadversión a las enseñanzas de la Iglesia, como ocurre ahora. En nuestro país es un desacato a la autoridad la defensa del no nacido. Es lo más parecido a una negación de la voluntad de Dios, una negación de la creación, una negación de Dios mismo. Parece que es lo que buscan y hay muy pocos en España dispuestos a defender la vida, lo que la Iglesia ha enseñado desde siglos. En la obra de Eliot, un coro de mujeres manifiesta estos mismos temores: “Aquellos que te niegan no podrían negarte si tú no existieses, y su negación nunca es completa porque, si lo fuera, no existirían. Viviendo afirman tu existencia; todas las cosas viviendo, afirman tu existencia: el pájaro en el aire, tanto el halcón como el pinzón; la bestia en la tierra, tanto el lobo como el cordero (…) Por tanto, el hombre, a quien creaste para que tuviera consciencia de ti, debe alabarte conscientemente (…) Incluso con la mano en la escoba, encorvada al encender el fuego, doblada la rodilla para limpiar el hogar (…) Incluso en nosotras la voz de las estaciones, el gangueo del invierno, la canción de la primavera, el zumbido del verano, la voz de los animales y los pájaros cantan tu alabanza”. 

Juan García. Cáceres

Stalingrado y Ucrania

Incluso según los peculiares estándares de la propaganda del Kremlin, resulta irrisorio comparar la batalla de Stalingrado librada por Rusia contra el III Reich con la actual invasión de Ucrania. Los posibles paralelismos distan mucho de la versión que ofreció Putin en el 80 aniversario de este acontecimiento, la batalla de Stalingrado. Y es que, tal vez sí, Rusia se juegue hoy su supervivencia, pero la amenaza viene de su propio presidente, que la ha metido en una aventura suicida de la que, en el mejor de los casos, saldrá muy debilitada. El espíritu de resistencia que derrotó al nazismo lo tenemos representado por la cumbre entre la UE y Ucrania que se celebraba esos mismo días en Kiev. 

JD Mez Madrid, Olot (Girona)

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