El comunismo residual
Han pasado años y me sigue admirando la tenacidad del viejo y anacrónico comunismo para seguir repitiendo una y otra vez esquemas ideológicos supuestamente científicos, que no se sostienen ante la tozuda realidad de hechos nada difíciles de comprobar. La historia no discurre por los cauces del llamado materialismo histórico. Basta pensar en algunos aspectos de la China actual: no explican cómo, en una sociedad controlada por el partido comunista, el excesivo precio de la educación de los hijos sea una de las causas de su invierno demográfico, que continúa a pesar de la derogación de la política del hijo único. Pienso también en Francia, donde se reabre ahora otra querella contra la libertad ciudadana. Quedó zanjada tras la experiencia fallida –al menos, en el campo educativo- del programa común que llevó a François Mitterrand a la presidencia de la República. En realidad, no es algo propio de la izquierda, sino de los partidos políticos franceses: los fracasos suelen dar lugar a cambios en la denominación de las formaciones. No llegan a la creativa imaginación lingüística italiana, pero casi: del frente popular de anteguerra al programa común; y de éste, a la actual Nupes en la oposición (nueva unión popular ecológica y social). Algo semejante ha sucedido desde el centro a la extrema derecha. Se advierte con frecuencia cómo el partidismo desestabiliza sectores diversos de la vida social. Otras veces he escrito sobre la obsesión respecto de una laicidad hipertrofiada en laicismo. Hoy quiero referirme a una nueva batalla cultural en el campo educativo, que el comunismo galo no da por perdida, a pesar del estrepitoso fracaso de 1984.