Asia-Pacífico, Economía y Sociedad

China: la larga marcha para jerarquizar el yuan

La semana pasada, la moneda china, el yuan, se devaluó súbitamente un 4% respecto al dólar. Este sorpresivo anuncio impactó los mercados internacionales debido al gran tamaño de la economía china.

El gobierno chino presentó la medida como un paso necesario para liberalizar su mercado de divisas y avanzar en el camino de internacionalización del yuan, que ambiciona Pekín. Pero la realidad es más compleja y ambigua.

El veloz crecimiento del pasado, con tasas anuales promedio del 11% durante los años 1990-2010, se ha reducido al 7% de acuerdo al gobierno, y quizás a menos, según la opinión de muchos analistas.

China devaluó su moneda para recuperar competitividad, relanzar sus exportaciones (que cayeron del 8% en los últimos doce meses) y recobrar parte del dinamismo económico perdido.

China vivió durante los últimos años un vertiginoso crecimiento de la inversión y ahora está inmersa en un complejo proceso de reestructuración económico y financiero. La economía está desequilibrada con una parte baja de su PBI dedicada al consumo y una porción demasiado alta dedicada a la inversión.

El extraordinario boom de los últimos años creó capacidades de producción excedentes en numerosos sectores como las industrias básicas, donde muchas fábricas funcionan a media máquina, y en la construcción, donde rutas y aeropuertos semi-vacíos y edificios sin ocupantes caracterizan la geografía de muchas ciudades.

La inversión excesiva generó problemas financieros y últimamente deflación (los precios mayoristas cayeron el 5% durante los últimos doce meses). Se acumularon cuantiosos créditos incobrables en la banca comercial (mayoritariamente estatal) y en el sector financiero privado que tendrán que ser recapitalizados por el gobierno para impedir una cadena de quiebras.

Afortunadamente, el gobierno central está poco endeudado (18% del PBI) y tiene suficientes reservas para recapitalizar al sector financiero y facilitar el rescate de los agentes económicos endeudados en el sector de las grandes empresas estatales, las compañías constructoras, las municipalidades y las personas que sacaron créditos para participar del boom inmobiliario.

La solución a largo plazo es invertir menos y consumir más. Pero la reconversión tomará tiempo y esfuerzo. Habrá que sostener el gasto durante la transición, liberalizar los mercados y promover el crecimiento de la iniciativa privada, en un país cuyo sistema político es centralizado y autoritario.

En materia cambiaria, durante las primeras décadas de su desarrollo económico, China privilegió un estricto control de cambios. El proceso de transformación de una economía socialista en una economía de mercado es complicado y la liberalización cambiaria fue introducida lentamente a partir de mediados de la década de 1990.

A inicios de la década del 2000, el gobierno chino dejó atrás el tipo de cambio fijo e introdujo un sistema de tipo de cambio flotante y administrado que le permitió gradualmente revaluar su moneda respecto al dólar (35% en términos reales durante los últimos diez años).

Es normal que una economía que se moderniza y crece velozmente revalorice su moneda de la mano de los incrementos de productividad. Son ejemplificadores los casos de Japón y Corea y de los países europeos durante el periodo de reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial.

Además, los Estados Unidos, Japón y países europeos presionaron al gobierno chino a revaluar su moneda (en el marco de las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio, en el G20, el FMI e incluso bilateralmente). Argumentaban que China, a través de masivas compras de dólares y otras divisas (que incrementaban sus reservas externas), estaba subvaluando artificialmente su moneda. De esta forma, obtenía para sus exportadores una ventaja competitiva desleal, en detrimento de la rentabilidad empresaria y del empleo en los países más avanzados.

China, consciente de que no debía perder el acceso a los mercados que ya había conquistado, aceptó -a regañadientes- revaluar su moneda, pero se propuso al mismo tiempo avanzar paulatinamente en la transformación del yuan en una moneda de reserva internacional junto al dólar y al euro.

A partir del 2009, las autoridades chinas tomaron medidas para gradualmente internacionalizar el yuan. Se eliminaron las restricciones cambiarias sobre la cuenta corriente; se favoreció el desarrollo de mercados “offshore” (principalmente en Hong Kong) donde se puede ahorrar, emitir instrumentos de renta fija (bonos) y comprar y vender activos en yuanes; se estableció un sistema de cuotas para permitir el ingreso condicionado de inversores extranjeros al mercado bursátil local; y se firmaron acuerdos de “swaps” de monedas con 23 países (inclusive con la Argentina). Además, China negocia en la actualidad la inclusión del yuan en el exclusivo grupo de monedas que conforman los “derechos especiales de giro” (DEG) del FMI.

Es natural que una potencia económica en ascenso presione a los demás actores internacionales para que utilicen su moneda en el comercio y en las transacciones financieras. Las ventajas son sustanciales: menores costos de transacción para sus empresas, facilidades para financiar la venta de bienes y servicios en su propia moneda, captación de ahorros externos, desarrollo del mercado de capitales generando ganancias y empleo en el sector financiero local y finalmente, el llamado “derecho de señoreaje” (los beneficios fiscales que resultan cuando otros países utilizan nuestra moneda).
Pero el camino a recorrer será largo y arduo. Ninguna moneda se transforma en moneda de reserva internacional por decreto. Las monedas “se ganan” dicho privilegio por la confianza que inspiran en los usuarios en términos de estabilidad de valor, seguridad jurídica y política y la existencia de un mercado financiero grande y abierto a los inversores extranjeros.

En todos estos campos, le queda a China un largo camino a recorrer para poder competir con el dólar y el euro y concretar sus ambiciones.
 

 es economista y negociador internacional. Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.

Publicado en Diario Clarín,
Este artículo está en Libertad y Progreso

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