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Una política hacia China que beneficie a EEUU

“Junto con la reconstrucción luego del Huracán Katrina y con el reemplazo de dos vacancias en la Corte Suprema, la administración de Bush debe encontrar una manera de restringir el impulso de muchos en el Congreso de declararle una guerra de comercio a China”.

Relaciones Internacionales

 


La reforma de la moneda china anunciada en julio calmó las emociones temporalmente, pero el sentimiento anti-China del Congreso todavía está ahí.


El próximo incidente controversial será un reporte controversial que emitirá el Departamento de la Tesorería de EE.UU. en octubre con respecto a la cuestión de si China ha sido o no “una manipuladora de moneda”. En el reporte, la administración debería continuar presionando a los chinos para que se dirijan hacia una moneda con un tipo de cambio libre y flotante, pero sin que se precipite un antagonismo que pudiera resultar en restricciones comerciales auto-dañinas.


Si el propósito de la moneda china fija ha sido el de desalentar las importaciones entrando a China, como los críticos en el Congreso dicen, ésta ha sido un fracaso espectacular. El crecimiento rápido de China ha alimentado el apetito voraz por productos—las importaciones a China crecieron por un 40 por ciento en el 2003 y por otro 36 por ciento en el 2004. China es ahora el tercer importador más importante del mundo, por detrás de solo EE.UU. y Alemania.


La creciente demanda de China por importaciones incluye un amplio rango de productos estadounidenses, desde el trigo hasta las semillas de soja, y desde el algodón crudo hasta los plásticos, los semiconductores, y la maquinaria industrial. Desde el 2000, las exportaciones de productos de EE.UU. a China se han más que duplicado hasta $35 mil millones mientras que las exportaciones de EE.UU. al resto del mundo han crecido por un pequeño 2 por ciento. El año pasado, China fue el quinto mercado más grande en el mundo para las exportaciones estadounidenses.


La moneda fija china no puede ser culpada por los recientes problemas en la manufacturación estadounidense. La producción manufacturera estadounidense es en realidad un 45 por ciento mayor que lo que era cuando china ancló por primera vez su moneda al dólar en 1994. El empleo en el sector manufacturero ha caído en EE.UU. en los últimos años no porque se está manufacturando menos pero porque nuestros trabajadores son así de mucho más productivos. Las industrias de textiles y vestimenta, las cuales compiten de la forma más directa con las importaciones chinas, han estado perdiendo trabajos por décadas, mucho antes de que China emerja como un competidor global.


Los productos que decenas de millones de estadounidenses compran de China—ropa, zapatos, juguetes, electrodomésticos y otros bienes de consumo—mejoran nuestras vidas cada día. El año pasado el total de importaciones de China alcanzó casi $200 mil millones, pero al mismo tiempo el producto interno bruto estadounidense fue de $11.7. No hay nada alarmante en el hecho de que gastamos menos de un 2 por ciento de nuestro PIB el año pasado en productos hechos por la quinta parte de la humanidad que vive en China.


EE.UU. tiene un inmenso déficit comercial bilateral con China, alrededor de $160 mil millones el año pasado. Sin embargo, los chinos no solo guardaron esos dólares debajo de sus colchones. Ese dinero regresa a EE.UU., más que nada para comprar los bonos de la Tesorería de EE.UU. En retorno, esto somete presión por sobre las tasas de intereses estadounidenses para que éstas disminuyan, resultando en capital más asequible para los negocios estadounidenses y reduciendo los pagos de las hipotecas para los hogares estadounidenses.


Dentro de China, el crecimiento económico ha traído un mayor grado de independencia y de libertad para los individuos. El número de chinos con teléfonos celulares, con acceso al Internet y con libertad para viajar al extranjero ha estado creciendo de manera exponencial. Las restricciones por sobre la religión y la vida familiar han estado relajándose gradualmente. Como lo hemos visto en Taiwán, en Corea del Sur, Chile y en otros lugares, hay esperanza de que las reformas económicas y una creciente clase media en China estén poco a poco socavando la autoridad del régimen comunista mientras que colocan las bases para un gobierno más benigno y representativo en el futuro. La administración de Bush debería mantener una lumbrera diplomática por sobre los abusos a los derechos humanos en China mientras que permite que el mercado haga su sutil subversión.


El gobierno chino seguramente no es ningún aliado como Japón o Corea del Sur. La administración debería tomar las precauciones necesarias para proteger nuestra seguridad nacional de cualquier potencial amenaza militar proveniente de China. Los controles de exportaciones ya existen para prohibir la exportación de determinados productos y tecnologías con aplicaciones militares directas. Pero tampoco deberíamos poner en peligro nuestros propios intereses económicos ni tampoco alienar innecesariamente a un poder regional que nos puede ayudar a contener a Corea del Norte al iniciar una lucha comercial con China.


El reto para la administración de Bush en los meses que vienen será el de ejercer presión en el gobierno chino para que continúe con sus reformas económicas y comerciales mientras que evite—con un veto si es necesario—cualquier legislación en el Congreso que entraría en conflicto con las relaciones de comercio e inversión cada vez más importantes entre nuestros dos países.


El desarrollo de China luego de siglos de aislamiento y estancamiento es una de las historias más extraordinarias de nuestros tiempos. La nación más poblada del mundo se está finalmente integrando con la economía global. Cientos de millones de sus ciudadanos están comenzando a gozar de las recompensas de la vida de clase media—una casa o un negocio propio, un teléfono, electrodomésticos, un carro, viajes al extranjero, universidad para su hijo—que muchos estadounidenses dan por hecho. Está profundamente en nuestro interés económico y de seguridad, fomentar ese progreso.


Daniel T. Griswold es Director del Centro de Estudios de Política Comercial del Cato Institute.

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