Economía y Sociedad, Política

El alto precio de las políticas agrícolas

Daniel T. Griswold

Los subsidios agrícolas estadounidenses y las barreras comerciales no son bienes negociables que pueden ser acumulados, sino una carga por sobre EE.UU. De acuerdo a un reciente reporte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el gobierno estadounidense transfirió $46 mil millones a los productores agrícolas estadounidenses en el 2004 mediante una combinación de subsidios directos provenientes de los contribuyentes y precios domésticos más altos obtenidos gracias a aranceles altos por sobre los productos que están por encima de determinada cuota con el objeto de mantener fuera del mercado las importaciones más baratas.


Sin importar lo que otros países hagan, los estadounidenses pagan un alto costo por las incesantes políticas públicas agrícolas. De acuerdo a un estudio nuevo del Cato Institute, reducir los subsidios agrícolas estadounidenses y las barreras comerciales beneficiaría a los estadounidenses de seis maneras claves.


Primero, la reforma ofrecería comida a precios más bajos para miles de millones de hogares estadounidenses, especialmente para las familias de bajo ingreso que gastan una proporción mayor de su ingreso en comida. Los estadounidenses pagan precios artificialmente altos por el azúcar, la leche, la mantequilla, el queso, los maníes, la carne, y el jugo de naranja. El año pasado, de acuerdo a la OCDE, los programas estadounidenses agrícolas transfirieron $16.2 mil millones de los consumidores de comida estadounidenses a los productores. Eso equivale a un “impuesto por comida” regresivo anual por sobre el hogar estadounidenses promedio de $147.


Segundo, la reforma reduciría los costos para las industrias estadounidenses, tales como la de confecciones y otros procesadores de comida, que usan comodidades agrícolas en sus productos finales. Por ejemplo, el programa de azúcar estadounidense mantiene un precio doméstico de azúcar que es el doble del precio mundial, imponiendo un costo inmenso por sobre los productores estadounidenses de caramelos y otros productos de confección como los productos de chocolate y de cacao, el chicle, el pan y otros productos de panadería, las galletas dulces y de sal, y los productos de panadería congelados. En la última década miles de trabajos se han perdido en la industria de confección, con pérdidas pesadas en el área de Chicago.


La manufacturación y las industrias de servicio también se beneficiarían de la reforma agrícola porque las políticas estadounidenses actuales siguen siendo el mayor obstáculo para el acuerdo comprensivo del la Ronda de Doha en la Organización Mundial de Comercio. Los países en vías de desarrollo tales como India y Brasil no estarán listos para firmar un acuerdo serio para abrir los mercados globales a las exportaciones competitivas estadounidenses hasta que EE.UU., la Unión Europea y otros países ricos estén listos para hacer cortes considerables en sus subsidios agrícolas y sus barreras comerciales.


Tercero, reducir los subsidios agrícolas les ahorraría miles de millones de dólares a los contribuyentes estadounidenses durante la próxima década. Los primeros tres años fiscales luego de la ley agrícola del 2002 han visto aproximadamente $55.5 mil millones gastados en subsidios agrícolas hasta ahora. Mientras que los líderes republicanos en el Congreso dicen que no hay más gastos que cortar en el presupuesto, los subsidios agrícolas se vuelven un blanco obvio para el ahorro. Y muchos de esos pagos en subsidios actualmente van a las grandes haciendas y empresas agrícolas.


Cuarto, la reforma agrícola mejoraría el medio ambiente al reducir la cantidad de tierra en condiciones óptimas que es perdida y de los perniciosos fertilizantes y pesticidas que es utilizada por los agricultores estadounidenses. Liberaría la tierra de sembríos para que sea usada para reforestación, recreación y otros usos más saludables para el ambiente. Un estudio realizado por la Agencia para la Protección Ambiental descubrió que 72 por ciento de los ríos estadounidenses y el 56 por ciento de los lagos que estudió sufren de contaminación relacionada con la agricultura.


Quinto, la reforma agrícola beneficiaría a los agricultores también al promover la producción de comodidades que están siendo demandados por los consumidores. La reforma agrícola estimularía la innovación y las ganancias en productividad de la agricultura, y promovería más diversidad económica y el dinamismo rural en las comunidades. El fin de los subsidios y la protección no sería el fin de la agricultura. Muchos agricultores en Nueva Zelanda y Australia están muy bien aunque sus gobiernos considerablemente acabaron con los subsidios agrícolas en los 1980s.


Sexto, menos barreras comerciales agrícolas aumentaría el ingreso entre los agricultores de los países pobres, reduciría la pobreza global y crearía un clima más favorable en el extranjero para la política externa estadounidense. Mientras que el gobierno estadounidense promete más ayuda externa en África, los subsidios para el algodón estadounidense han bajado los precios mundiales del algodón, imponiendo un costo anual de entre $250 millones y $400 millones por sobre los agricultores de algodón en África occidental y central. Este tipo de hipocresía crea resentimiento en contra de las políticas estadounidenses en general.


Las políticas agrícolas estadounidenses son reliquias de una era pasada, un peso por sobre nuestra economía de siglo XXI, y una mancha en la imagen que EE.UU. presenta al mundo. El Congreso y el presidente deberían aprovechar la oportunidad presentada por las negociaciones de la Ronda de Doha en la OMC y en la próxima reautorización de la ley agrícola para reformar fundamentalmente la política agrícola estadounidense.


Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.


 
Daniel T. Griswold es Director del Centro de Estudios de Política Comercial del Cato Institute.

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