Pensamiento y Cultura

Voltaire, best-seller

El Tratado sobre la tolerancia, publicado por Voltaire en 1763, se ha convertido en un best-seller en Francia, como reacción al atentado de Al Qaeda contra Charlie Hebdo y un supermercado judío. ¿Por qué?

A propósito de la tolerancia

Una primera razón, crónica, es lo bien que los franceses tratan a sus autores-mito, consecuencia de un chovinismo que no desaparece y contrasta con el espíritu más crítico en otros países, entre ellos España.
Una segunda razón es que, sabiéndolo o no la gente, Voltaire es el padre putativo del laicismo. Es verdad que se proclamaba deísta e incluso, en este Tratado, católico (“A Dios gracias, soy buen catoólico”, escribe); pero si se ve su obra en conjunto, defendía una religión civil, útil para refrenar las pasiones humanas, pero con notable alergia hacia lo sobrenatural. La Revolución Francesa, primero, y algunas de las otras repúblicas después, dieron pasos en esa dirección, hasta la consagración del laicismo en la Constitución de la IV República, en 1946.
 
 
En una Francia que no tiene nada que ver con la del siglo XVIII, el éxito del “Tratado sobre la tolerancia” es casi un gesto nostálgico
Desde mucho antes (1881, con el ministro anticlerical y colonialista Jules Ferry) la enseñanza laica es obligatoria en las escuelas y muchas generaciones de franceses han sido ahormados en esa creencia de la increencia. Solo en los últimos años se ha introducido en las escuelas lo que llaman “enseñanza transversal del hecho religioso”, es decir, que hablando de materias en las que se toquen hechos religiosos, el profesor dirá lo que quiera y, visto el panorama, con muy poca probabilidad favorable a la religión.

Contra el fanatismo
El Tratado fue escrito y publicado al calor de un caso célebre de fanatismo religioso. El suicidio en Toulouse de un joven calvinista fue convertido por una chusma de católicos fanáticos, a los que los jueces dieron la razón, en un homicidio a manos de la familia entera (padre, madre, hijas, un amigo del muerto y una sirviente católica). Según esa falsa opinión, difundida por el odio, la familia quería impedir que el tal Marc-Antoine Celas, 29 años, se convirtiera al catolicismo. Algo increíble para alguien dotado de sentido común: que unos padres mataran a un hijo al que amaban; que una sirviente, católica e integrada con cariño en la familia, ayudase a matar a alguien que iba a convertirse a su religión… Si todos eran culpables, ¿por qué el tribunal condenó a muerte solo al padre, de sesenta u ocho años? (Tres años después se remedió la injusticia y el rey, Luis XV, indemnizó generosamente a la familia).
Voltaire escribe, con su buen estilo, una crónica periodística, en defensa de la libertad de conciencia y por tanto de la tolerancia hacia los practicantes de cualquier religión. Con su astucia característica, y quizá hipocresía, él, deísta, que no veía bien la religión católica y, en general, el cristianismo, calla aquí todo eso, para defender, con razón, unos derechos y libertades que, por lo demás, hoy son comunes en el mundo, salvo en parte del islamismo y en algún que otro país. Incluso llega a escribir que lo que combate es “el abuso de la religión más santa”.
 
 
Voltaire quiere demostrar que ningún pueblo y ninguna religión, salvo la cristiana, habían sido tan intolerantes

Astucia dialéctica
Voltaire sabía que las guerras de religión que en los siglos XVI y XVII asolaron Francia eran, más bien, guerras de poder con la excusa de la religión. Montaigne ya lo había escrito a finales del XVI. Pero Voltaire quiere demostrar que ningún pueblo y ninguna religión, salvo la cristiana –calvinistas y católicos en Francia– habían sido tan intolerantes.
Haciendo juego malabares salva los episodios de violencia que hay en el Antiguo Testamento. Con mucha más facilidad y verdad propone que Cristo enseñó la paz, el amor al prójimo y la comprensión. Y luego riza el rizo para intentar demostrar que los romanos eran un pueblo completamente tolerante y que en realidad la persecución a los cristianos fue un hecho puntual y minoritario, no importante.
Quiero llegar a esto: “Lo digo con horror, pero con sinceridad; ¡somos nosotros, cristianos, los que hemos sido perseguidores, verdugos, asesinos! ¿Y de quién? De nuestros hermanos. Somos nosotros los que hemos destruido cien ciudades, con el crucifijo o la Biblia en la mano y que no hemos cesado de derramar sangre y encender hogueras, desde el reinado de Constantino”.

¿Y los musulmanes?
Naturalmente no dedica casi nada a referirse a la intolerancia de los musulmanes, a sus guerras santas, a cómo se apoderaron, espada en ristre, de medio mundo cristiano desde el siglo VIII en adelante.
 
 
Desde hace ya siglos, no se dan casos de cristianos que, en contra de su propia fe, maten por una causa pretendidamente “santa”
Como el mundo da muchas vueltas, el laicismo está hoy en dificultades en Francia, no por acción de los católicos (el porcentaje de quienes se confiesan católicos baja cada año y está ahora entre el 55 y el 60%, cuando no hace mucho superaba el 80%), sino de una minoría de musulmanes (seis millones), casi toda gente pacífica pero donde, a la vez, se da el caldo de cultivo para la acción de fanáticos como los hermanos Kuachi, que atentaron contra Charlie Hebdo.
Ya han transigido con la cuestión del velo. El presidente Hollande, a quien votaron la mayoría de los musulmanes franceses, ha impulsado el apoyo oficial a la construcción de nuevas mezquitas. ¿Y el Estado laico? Se construyó rechazando los derechos de la población mayoritariamente católica. Ahora, ante una minoría musulmana, retrocede.

Nostalgia a la francesa
El éxito del Tratado sobre la tolerancia, de Voltaire, es casi un gesto nostálgico. La Francia de hoy no tiene nada que ver con aquella, del siglo XVIII, en la que aún se daban algunos casos de ese fanatismo, contrario al Evangelio, que alimentó las matanzas de hugonotes a manos de católicos y de católicos a manos de hugonotes.

La realidad mostrenca es que, desde hace ya siglos, no se dan casos de cristianos que, en contra de su propia fe, maten por una causa pretendidamente “santa”. Ahora ese fanatismo se da casi exclusivamente entre los musulmanes. Las cosas son así. Para que el tratado de Voltaire tuviera vigencia hoy habría que ponerlo al día. 

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