La inacción o la incapacidad policial y las leyes buenistas provocan la irritada reacción ciudadana ante el desmán. La gente enloquece y puede matar tras oír ruidos extraños en sus casas, que proceden no de los fantasmas, sino de seres vivos más brutales.

Días atrás, cuando Zapatero acusó al PP en el Parlamento de haber iniciado la peste del ladrillo, la burbuja inmobiliaria, Rajoy ni siquiera supo reaccionar. Sin embargo, otra burbuja, una…

Rubalcaba afirma que todos los males vienen de los mercados, ellos callan pero castigan a España cobrándole 300 puntos más que a Alemania. Por bocazas. Y así estamos: mendigando, y encima, chulos con quienes nos dejan unas monedas. La vieja España hambrienta, soberbia y pendeja, escupiéndole increpaciones a quien la alimenta.

Durante los mandatos previos a Zapatero, ese Aznar de aspecto a veces tenebroso, y con la fanfarronería de un capitán de los Tercios de Flandes, sufrió los mayores insultos que pudieran leerse u oírse lanzados por los medios de la izquierda.

Miles de mujeres y niñas eran torturadas y asesinadas cada año antes de la invasión por capricho de los talibanes o de los maridos, un enfado o por querer aprender a leer.

Toda “memoria histórica” justiciera es terrible. Si en 1975 en España se hubiera hecho la “ruptura democrática” contra los rescoldos franquistas que iban apagándose, las venganzas entre unos y otros no hubieran sido menores que las de Mladic.

Que nadie proteste. La familia Pajín tiene avales sobrantes para gozar de las prebendas concedidas por el Caudillo en el islote de Lazareto, en Mahón.

El PP domina ahora la mayoría de los ayuntamientos. Abandonando a Zapatero, los cejas quieren demostrar que se las han depilado, que son ajenas al PSOE, por lo que los de Rajoy deberían contratarlos para actuar en sus ferias y fiestas por toda España.

Las fiestas del Orgullo Gay son una horterada monumental, estéticamente insoportable, y de un apabullante mal gusto. Ya está dicho. Salir del armario para decir la verdad libera muchísimo

Los políticos españoles, especialmente de la izquierda, luchan por alejarse aristocráticamente de las masas: Rodríguez y Pérez desean que el Rey ennoblezca sus apellidos dándoles un ducado, como el de Suárez.