Economía y Sociedad, Europa

España: Alérgicos a la filantropía

La idea de que fuera de lo público no hay salvación, es cada vez más obsoleta. Y es una ventaja. Pues no hay modo de distinguir entre cánceres públicos y privados.

Llevan años clamando contra el “desmantelamiento de la sanidad pública” en España, a causa de los recortes propios de unos años de austeridad. Han salido a la calle como “mareas blancas” en manifestaciones contra la “privatización” de la sanidad. Han exigido que se inviertan más recursos para modernizar las instalaciones y equipos sanitarios. Han asegurado que los recortes ponían en riesgo la salud de los pacientes. Y ahora llega el multimillonario Amancio Ortega dispuesto a donar 320 millones de euros para renovar los equipos de radioterapia en los hospitales públicos, y a algunos defensores de la sanidad pública les parece fatal. ¿Dinero privado? Ni regalado.

Es el caso de la Federación de Asociaciones para la defensa de la Sanidad Pública (FADSP). “Lo que tienen que hacer las empresas y los mecenas es pagar más impuestos para que estos vayan a sanidad”, afirma Manuel Martín, presidente de esta Federación. Nadie ha dicho que Amancio Ortega no pague sus impuestos. Pero, además de pagar lo que la ley exige, a través de su Fundación está dispuesto a dar un dinero por pura filantropía. Pero, según esta federación de supuestos defensores de la sanidad, parece que lo importante no es que la sanidad pública cuente con suficientes recursos, sino que estos procedan del presupuesto del Estado. El dinero privado es siempre sospechoso, a no ser que en virtud de la recaudación impositiva haya sido desinfectado.

¿Por qué les parece mal esta donación millonaria? “Porque es finalista y genera desigualdad. Tenemos un modelo redistributivo que funciona basado en la solidaridad y la Administración debe decidir en qué se emplea el dinero sin interferencias”, opina Martín. Pero las autoridades sanitarias consultadas confirman que la Fundación no les ha impuesto nada. Sólo les dijeron que el dinero sería para equipamientos de diagnóstico y tratamiento contra el cáncer, y estuvieron de acuerdo en financiar los planes que decidieron las autoridades.

La realidad es que la Fundación ya ha firmado acuerdos con 14 comunidades autónomas, de todos los tipos de color político, que han acogido con satisfacción la posibilidad de comprar los equipos de radioterapia, cuya renovación estaba atrasada por falta de inversiones. Bienvenidos sean lo que los profesionales ya llaman con humor los “zaratrones”, por Zara.

Las sociedades españolas de Oncología Médica y de Oncología Radioterápica están muy satisfechas con la donación de Amancio Ortega. Lo mismo ocurre con la Asociación Española contra el Cáncer y el Grupo Español de Pacientes con Cáncer. Solo les importa tener los mejores equipos, no quién ha pagado la factura. Y para todos nosotros, contribuyentes, la donación de Amancio Ortega nos ahorra dinero en los impuestos.

En cambio, según la FADSP, no sabemos lo que nos conviene. Lo bueno es pagar más impuestos para gastar más. Y si llega un mecenas con el billetero abierto, enviarle al inspector de Hacienda para que revise su declaración. La FADSP se define como “una asociación de profesionales, neutrales en lo partidario, pero no ideológicamente. Nos situamos en el espectro progresista”, asegura Martín. Pues sí, sus posturas tienen la estrechez propia del pensamiento ideológico, al que importan menos los resultados que los principios. Pero de una rancia ideología, para la que lo privado solo puede contribuir al bien común a través de los impuestos.

Con esta actitud, tampoco podemos quejarnos si en España no se dan mucho los filántropos tipo Bill Gates. Cuando tenemos la posibilidad de contar con un Amancio Ortega, siempre surge gente dispuesta a echárselo en cara.

Pero los de la FADSP deberían saber que esa actitud está más pasada de moda que la ropa de Zara de hace dos temporadas. La realidad es que la filantropía está en pleno desarrollo, y que hoy adopta formas cada vez más innovadoras, como recordaba hace poco Le Monde.

La idea de que fuera de lo público no hay salvación, es cada vez más obsoleta. Y es una ventaja. Pues no hay modo de distinguir entre cánceres públicos y privados.

© Aceprensa

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