Europa, Política

¿Qué tienen en común Sarko y Putin?

Tanto el Nicolás Sarkozy de Francia como el Vladimir Putin de Moscú dan un perfil firme contra el extremismo islamista.


Pero al igual que sus predecesores, "Sarko" hace frente al fantasma del desorden civil en Francia, que parece más social y cultural que religioso o político. Putin está ocupado reagrupando las instituciones políticas de Rusia con el fin de establecer un podio desde el que poder volver a proclamar el principio dictatorial.

Pero Sarko y Putin tienen otras cosas en común. Se oponen a la independencia histórica o la reclamación de la misma por parte de naciones sin estado como los albano kosovares o los tibetanos. Sarko se alinea con China contra el Tíbet. Francia no tiene ningún interés racional en apoyar la liquidación étnica de los tibetanos, cuya historia está siendo borrada por la colonización china — o a esos efectos, la peligrosa y parecida política seguida por los hombres de Pekín hacia el este del Turkestán, de mayoría musulmana. China llama al Tíbet "Xizang", y "Xinjiang" al este del Turkestán. El mundo (al menos la parte de él que conoce estos temas) evita a toda costa la primera nomenclatura, pero ignora la segunda. Vacilaría en comparar a Sarko con Putin si no fuera porque el patinazo tibetano del político francés era recogido del 29 de noviembre en el International Herald Tribune por Judy Dempsey y Katrin Bennhold Comparaban desfavorablemente el historial de Sarko en temas similares con respecto al de la canciller alemana Angela Merkel. Específicamente, Merkel honraba al Dalai Lama con una invitación de estado mientras que Sarko declaraba que el Tíbet es "parte de China" y llamaba a los círculos tiránicos y burócratas dictatoriales de Pekín a dialogar con el Dalai Lama.

El diario citaba además a un funcionario francés sin identificar que afirma que "tienes que elegir tus batallas". ¿A quién se dirigía este despreciable consejo? Resulta que el Presidente norteamericano George W. Bush hace ya tiempo que eligió un bando — su reciente reunión con el Dalai Lama, al que en octubre le era impuesta la Medalla de Oro del Congreso, fue su elección. Entonces es que Francia con frecuencia se ausenta de las batallas mediante excusas.

Moraleja, la independencia no reconocida del Tíbet con respecto a los chinos es un canon oficioso de conciencia internacional, aunque no sea recogido en los tratados o las delegaciones diplomáticas. Los atormentados tibetanos representan a todas las comunidades étnicas y lingüísticas vulnerables y sin estado del mundo.

La misma postura de arrogancia ocasional hacia comunidades pequeñas e indefensas es visible en la inyección de una fuerte dosis de mano dura por parte de Putin en las arterias de la diplomacia norteamericano-europea con motivo de Kosovo, en donde los Estados Unidos ostentan el liderazgo indiscutible. Por primera vez en la memoria de la mayor parte de los vivos hoy, la potencia imperial rusa lima sus dientes y provoca problemas en Europa.

La región de los Balcanes es el tablero clásico de esta peligrosa partida. Vladimir Putin, el orgulloso crupier del KGB, mira a Europa como el lobo mira a las gallinas. El petróleo y el gas le han hecho poderoso y le han permitido inundar de dinero a su desorientada nación. Una vez más, como tantas otras veces desde que se escribieran por primera vez, las sombrías palabras del liberal ruso Alekansdr Herzen, que datan de 1855, resuenan en la conciencia de uno: "La revolución de Pedro en el Grande reemplazó a la obsoleta noblezarquía de Rusia — por una burocracia a la europea: todo lo que se pudiera copiar de las leyes suecas y alemanas, todo lo que se pudiera coger de los municipios libres de Holanda, metido en un país medio comunitario y medio absolutista; pero el control moral y oficioso del poder, el reconocimiento instintivo de los derechos del hombre o la libertad de pensamiento, la verdad, no se pudo importar y no se importó".

Putin ha dado ya a conocer al mundo su desmedida ambición por el retorno al gobierno autoritario moscovita. Pero también ha traicionado sus intenciones al tratar con la cada vez más inútil y peligrosa Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). La OSCE es una especie de super-colectivo ideológico que sirve para anestesiar a Europa con respecto a sus problemas. Lleva a la deriva y por lo demás interfiriendo en Bosnia-Herzegovina y Kosovo los últimos 12 años. Pero ahora ha sido objeto de ataque por parte de Putin, que afirma que la OSCE ha tratado a Rusia y su transición política de manera injusta. A la OSCE se le puede adjudicar una virtud: no legitima las elecciones falsas. Su crítica postura hacia la democratización de Ucrania ha irritado al zar Putin y se ha hecho polémica en los comicios de Putin del 2 de diciembre.

Putin quiere instaurar a Kazajstán como nueva dirección de la Organización, que comprende a 56 países. Desafortunadamente para su pueblo, que merece algo mucho mejor, Kazajstán está gobernado por Nursultán Nazarbayev, cuyo régimen no es tan represivo como el del vecino Uzbekistán pero que aun así muestra posturas más propias de la era soviética. Tristemente para todo aquel que trata alguna vez con la OSCE (excepto para su funcionariado o sus apologistas), la organización es un fracaso estrepitoso y debería ser clausurada antes de convertirse en la nueva plataforma del Putinismo. No ha fomentado ni la seguridad ni la cooperación, sino más bien el abuso y la impunidad.

Por encima de todo, en las últimas semanas, Putin ha vuelto al tablero de los Balcanes, ofreciendo sus migajas y apostando constantemente al rojo, el color de la sangre, incitando a los radicales serbios de Bosnia-Herzegovina y Kosovo por igual. Putin ha liderado a los "reacios" entre las potencias globales con respecto a la independencia de Kosovo, como si los últimos 125 años, desde las guerras de finales del XIX en los Balcanes hasta los horrores de los años 90, nunca hubieran tenido lugar.

El comentario de Sarko acerca del Tíbet y la retórica de Putin sobre Kosovo llevan el mismo mensaje: Francia y Rusia son hostiles a los intereses de las naciones vulnerables — con o sin gobierno, algunas bajo dictaduras, otras bajo "simple" discriminación, como los kurdos en Turquía. La mayor parte del mundo acepta ya el derecho de las grandes minorías al reconocimiento de su identidad, en el peor de los casos. ¿Qué tendrá Sarko contra los tibetanos?.

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