Europa, Pensamiento y Cultura

Repensar a Europa como problema

Alan Touraine muestra cómo en las democracias representativas, izquierda y derecha se definen siempre del mismo modo: la derecha confía en las opciones racionales de los actores económicos y desconfía de las intervenciones del Estado mientras que la izquierda intenta limitar la acción de las fuerzas dominantes y hacer progresar la igualdad.

Estado
En las democracias representativas, izquierda y derecha se definen siempre del
mismo modo: la derecha confía en las opciones racionales de los actores
económicos y desconfía de las intervenciones del Estado o de los actores
sociales, mientras que la izquierda intenta limitar la acción de las fuerzas
dominantes y hacer progresar la justicia y la igualdad. Pero esta definición
general no es suficientemente concreta. Queremos saber cuál es el terreno de
juego de la oposición derecha-izquierda. Unas veces es el de las relaciones
laborales; otras, el de las deducciones fiscales. ¿Pero en qué terreno se
enfrentan en este momento la derecha y la izquierda? En el de la construcción
europea. Y si podemos hablar de una vuelta o de un fortalecimiento de la derecha
es porque los gobiernos de varios países manifiestan reticencias respecto a la
construcción europea y se acercan a Estados Unidos, centro del liberalismo
mundial. Por el contrario, la construcción europea progresó con la ola rosa que
cubrió a casi toda Europa Occidental. Ese proyecto europeo, que algunos -cada
vez menos- habían considerado demasiado liberal, tiene una preocupación
constante por tomar medidas sociales que reequilibren, al menos en alguna
medida, los efectos de la apertura de las economías.

La vuelta de las
inquietudes sociales es la que ha dado a la derecha la fuerza para protestar
contra unas medidas que ponían en peligro la competitividad de las empresas
europeas, ya trabadas por el retraso tecnológico de Europa respecto de EE UU.
Silvio Berlusconi ha sido quien ha hecho las declaraciones más extremistas; la
política más coherente ha sido la de José María Aznar en España, y la
candidatura del bávaro Edmund Stoiber a la cancillería de Berlín va en el mismo
sentido, que no es antieuropeo en sentido extremo, pero que, aunque desea un
fortalecimiento institucional de Europa, quiere que ésta reduzca sus
intervenciones sociales. La postura de Dinamarca, que ha votado a la derecha, es
moderada, ya que parece que el país abandona su rechazo al euro.


Finalmente Francia, tras cinco años de Gobierno socialista, da la
impresión de no tener claro el voto a favor de Lionel Jospin, cuyas
posibilidades de vencer están igualadas a las de Jacques Chirac, pero no son
superiores. Por qué esta duda si en los cinco años de Gobierno de Jospin se han
introducido reformas importantes: cobertura médica generalizada y, más
recientemente, la defensa de los ancianos dependientes que desean terminar su
vida en su casa y no en el hospital. Puede que tales progresos parezcan
demasiado limitados frente a las debilidades e incluso a la parálisis de un
Estado cuya tarea principal ya no parece ser la lucha contra la pobreza, sino la
defensa de los propios funcionarios. El agotamiento de la izquierda estatalista
y de su discurso, aún marxista, es la razón principal del ascenso de la derecha
en Francia y de su espectacular victoria en Italia.

¿Puede esta derecha
apoyarse en una extrema derecha nacionalista? Todo indica que, en el caso de la
Austria de Haider, el peligro se ha exagerado, pues el país no se ha alejado de
la Unión Europea. Y el Gobierno de Berlusconi inquieta más por su vinculación
con los intereses privados del jefe del Gobierno y por las declaraciones
brutales que por la existencia de ataques directos contra la intervención del
Estado en el ámbito social.

Se puede, pues, pensar en la hipótesis de
que si la izquierda no se transforma para definir nuevos objetivos sociales (y
no para unirse a la visión liberal), aumentarían mucho las oportunidades de una
derecha propiamente liberal y el conflicto se situaría sobre todo en el ámbito
de Europa. Ésta es hoy una idea de centro-izquierda al estilo Jacques Delors,
combatida por los partidarios extremos de la globalización.

Pero la
derecha no depende sólo de los fallos y el retraso de la izquierda. Está
profundamente dividida en su seno. Se puede ver en Italia, y sobre todo en
Francia, donde no se ha constituido ninguna coalición de derecha. El fracaso de
Chirac provocaría probablemente el hundimiento de toda la derecha. Al fin y al
cabo, la fuerza de ésta depende mucho menos de ella misma o de su adversario que
de su deslizarse hacia el modelo estadounidense triunfante. El vigor del
movimiento antiglobalización no debe hacernos olvidar que ésta triunfa y que da
serias ventajas a los países centrales intermediarios. Si la izquierda de tipo
antiguo no renuncia a su tradición y a sus ideas, muchos países van a
evolucionar hacia la derecha. Y el primer efecto de una victoria de la derecha
sería un debilitamiento de la construcción europea.

Fuente: Revista Ahora (República Dominicana) Originalmente publicado en el
año 2002.

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