Asia-Pacífico, Política

Trascendental visita de Rumsfeld a Kyrgyzstán

EL 25 DE JULIO, está programado que el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld visite Bishkek, la capital del Kyrgyzstán.

Stephen Schwartz

 

 

El tema a discusión será la continuación de las actividades militares norteamericanas en Manas, la base de los Estados Unidos en territorio Kirguiz establecida después de que el 11 de Septiembre devolviera al Asia Central a la relevancia estratégica.


Las repúblicas post-soviéticas de Kyrgyzstán, Uzbekistán, Kazajstán, Tajikistán, y Turkmenistán – conocidas colectivamente por los occidentales como "las estans" – estaban distantes, tranquilas y empobrecidas hasta la caída de la Unión Soviética.


Con el final efectivo de la dominación rusa al comienzo de los años 90, los primeros extranjeros que mostraron un interés inusitado en las estans fueron los misioneros de la secta wahabí del islam, la religión estatal de Arabia Saudí. Puesto que el Comunismo soviético había suprimido la religión tradicional y forzado a las influyentes órdenes sufíes a la clandestinidad, los saudíes avistaron un enorme terreno virgen para la wahabización. Los ricos árabes se presentaron para financiar la construcción de mezquitas, repartir coranes nuevos y billetes para peregrinar a La Meca, y seducir a las mentes jóvenes interesadas en estudiar, a menudo por primera vez, el credo en el que habían nacido.


El wahabismo de Asia Central se parecía al Comunismo en muchos sentidos. Pretendía reemplazar el anterior régimen rígido y predecible, gestionado por ministros gubernamentales desde Moscú, con un sistema de regulación igualmente inflexible. Además, los "expertos del islam " de Occidente no comprendieron la amenaza que representaba, y terminaron lavando la cara del fundamentalismo islámico como infelices por las privaciones, al igual que sus predecesores de los estudios soviéticos minimizaban el peligro derivado del marxismo soviético demasiado a menudo.

 

Al igual que los comunistas subversivos durante las décadas de influencia soviética, los wahabíes infiltrados en Asia Central se retrataban como simples protestantes por la injusticia social. Su presencia causaba poca alarma entre los que estaban más reocupados por "las causas raíz " del fundamentalismo que por la ideología y el dinero que lo alimentaban directamente.


El Uzbekistán post-soviético y sus vecinos se encontraron pronto amenazados genuinamente por el terror islamista, de la clase que había asolado Afganistán después de que los invasores soviéticos fueran expulsados. El encuentro con la fe, para los musulmanes post-soviéticos, fue extraordinariamente enérgico, y pocos clérigos musulmanes comunes estaban dispuestos a encaminarlo. Los creyentes jóvenes fueron arrastrados a la jihad armada, principalmente en Tajikistán de 1992 a 1996, pero también como soldados de a pie para el Afganistán Talibán. El que los reclutaba era una parte de al Qaeda, el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU).


El fracaso de los observadores internacionales a la hora de reconocer a la visión mundial wahabí – en lugar de la marginalización económica o política – como la base del atractivo de los fundamentalistas dificultó más la transición de los estados musulmanes post-soviéticos, incluso más de lo que habría sido de otro modo. Cuando el gobierno del presidente uzbeco actuó para suprimir a los agitadores, los wahabíes clamaron que estaban siendo víctimas simplemente por su independencia del gobierno. Dado que las ex repúblicas soviéticas (como Arabia Saudí) habían estado vetadas para la prensa extranjera, los periodistas occidentales no conocían el terreno ni cómo analizar los acontecimientos. El islam continuó siendo exótico y peligroso para la mayoría de los occidentales, especialmente desde el 11 de Septiembre, y la curva de aprendizaje en la materia para los recién llegados es larga, especialmente con respecto al islam moderado y la herencia institucional que se precisa para sostener su tradición de pluralismo. La mayoría de los académicos occidentales han sido de poca ayuda a la hora de explicar la situación.


Los radicales islamistas y los dictadores post-soviéticos locales como Karimov entraron en una competición, ambos intentando convencer a Occidente de sus virtudes. Entonces sucedió el 11 de Septiembre. Inesperadamente, Uzbekistán se convertía en un activo estratégico en la guerra para erradicar a los talibanes. El ejército norteamericano destacó fuerzas allí y en Kyrgyzstán. Las afirmaciones de que el IMU y similares representaban nada menos que al islam "no gubernamental" se revelaron vacías. Que Uzbekistán hubiera sido extremadamente lento en tomar medidas significativas hacia la democracia parecía insignificante; después de todo, difícilmente se iba a poder instaurar un régimen parlamentario de corte occidental en las cordilleras de Samarcanda en una noche.


Pero Estados Unidos destruyó el régimen talibán de Afganistán, y al IMU con él. El IMU nunca había librado una campaña terrorista continuada dentro de Uzbekistán, donde el islam radical carecía de atractivo real para las masas. Con el fin del IMU, la amenaza para Uzbekistán se desvaneció, y el legado de la región como centro del islam pacífico y tolerante de influencia sufí debía haberle permitido convertirse, con apoyo de Estados Unidos, en un parangón de la iniciativa de democratización global liderada por Bush.


Karimov, sin embargo, se resistió a las demandas de reforma. Aunque las autoridades uzbekas admitían que no había público para el fundamentalismo musulmán en su país, ellas se aferran aún a la presunta amenaza de los conspiradores islamistas para justificar su estilo autoritario. Al igual que los dictadores soviéticos y zaristas de Rusia antes de ellos, se presentaron con la táctica predilecta de las autocracias desde la noche de los tiempos: la de exagerar la amenaza externa o interna para conservar el apoyo de los gobiernos extranjeros y el de casa.


Aún así, el gobierno de Tashkent no supo hacer la cuadratura del círculo.


O los musulmanes uzbecos eran abrumadoramente moderados y un modelo para el renacimiento sano del islam, o el país estaba en peligro. Las dos cosas no podían ser; Uzbekistán no estaba profundamente dividido como, digamos, Irak, convulsionado por el terror sunní contra la mayoría chi´í. Tampoco era Arabia Saudí, donde los musulmanes ordinarios están divididos entre el pasado wahabí y el deseo de un futuro liberal.


Los occidentales continuaron sin entender Uzbekistán; sabían poco de cómo vivían y rezaban en realidad los musulmanes de Asia Central. Donde antes justificaban el wahabismo como consecuencia de las represivas políticas de Karimov, pronto repetían las aseveraciones de Karimov de que los fundamentalistas campaban impunemente por el país. Los analistas del International Crisis Group y ONGs similares pedían a Karimov que negociara con los islamistas a pesar de la falta visible de apoyo entre el pueblo. Haber seguido el consejo de las ONGs habría proporcionado credibilidad injustificada a los pocos terroristas post-Afganistán en la escena.


En tres visitas a Uzbekistán y Kazajstán, desde el 2003, observé que los musulmanes uzbecos realmente eran indiferentes a la propaganda wahabí. Pero nadie supo decir al régimen de Karimov que Uzbekistán disfrutaría de más y mejores opciones como reducto del islam moderado y cuna de la democracia global, que como un país cuyos líderes gritaban con furia contra amenazas exageradas. Karimov intentó apropiarse del sufismo y de otras expresiones de autodisciplina y autocontrol musulmanas, igual que los wahabíes explotan el islam: como medio de proyectar el poder del estado. Y nadie pudo persuadir a las ONGs extranjeras de que tratar a la minoría fundamentalista microscópica como una fuerza sustancial era absurdo y contraproductivo.


Karimov hizo dibujos animados con Occidente, mantenido en vilo por su acuerdo militar con Washington,
hasta la masacre del Valle de Ferghana en mayo de este año. Los comerciantes locales y los restantes ciudadanos de la ciudad de Andiján se levantaron contra los controles arbitrarios impuestos sobre su floreciente comercio con Kyrgyzstán, que acababa de atravesar su Revolución de los Tulipanes. El islam radical no jugó ningún papel en este movimiento cívico, que reflejaba los sucesos georgianos, ucranianos, y kirguiz. Pero aún así, Karimov, simulando reprimir elementos de los derrotados talibanes o los debilitados wahabíes, respondió enviando fuerzas armadas de seguridad a Andiján, donde mataron a centenares de personas.

 

Occidente reaccionó exigiendo una investigación de los sucesos de Andiján. Las tropas norteamericanas en Uzbekistán indicaron su poca disposición a implicarse en un conflicto civil. Pero Karimov recibió inmediatamente las señales de aprobación de Vladimir Putin en Moscú – y los antagonismos más antiguos reaparecieron en la región. El presidente ruso, que había intentado obstaculizar la democratización de Ucrania, daba saltos de alegría al encontrarse con un estado musulmán aliado. Karimov indicó rápidamente que se orientaría hacia la reconsolidación de la autoridad gubernamental de Moscú, en lugar de hacia la campaña de Bush en favor de la democracia. El producto de estos avances se hizo obvio a mediados de julio. La Organización de Cooperación de Shanghai (SCO), fundada en el 2001 por Rusia, China, Kazajstán, Uzbekistán, Kyrgyzstán, y Tayikistán, se reunió en Astana, la capital kazaj, el 5 de julio. La SCO, con sus riendas llevadas por Moscú y Beijing, hizo un llamamiento a que Estados Unidos se retirara de la región.


La administración Bush respondió a la corriente antidemocrática de Asia Central indicando sin contemplaciones que a menos que el régimen de Karimov autorizara una investigación exterior de los sucesos de Andiján, Washington adoptaría medidas para apoyar la expansión de la sociedad civil y las alternativas políticas afines, en Uzbekistán y en los estados colindantes. Diez días después de la reunión de la SCO, el 15 de julio, el Ministro de Exteriores ruso exigía que la presencia de fuerzas militares "no regionales" en Asia Central fuera "retractada". Como señalaba Vladimir Socor en el Eurasia Daily Monitor de la Jamestown Foundation, este vocabulario dice algo.

Rusia ha tomado prestado el término "potencia no regional", como eufemismo para Estados Unidos, del lenguaje de la dictadura clerical iraní, mientras que "retractada" (svernuto en ruso) se remonta a Stalin, que utilizaba el término para describir el objetivo de la política exterior rusa en los Balcanes después de 1945.


La administración Bush acierta al insistir en que Karimov se democratice, en lugar de volver a la órbita de Moscú; si rehúsa, Washington debería prestar apoyo real y abierto a la alternativa de estilo ucraniano en todos los países de Asia Central, así como en otra república ex-soviética musulmana, Azerbaiján, y en Bielorrusia. El movimiento hacia la soberanía popular está ganando fuerza por todo el mundo musulmán, no menos que en la zona ex soviética.

La intersección de la democratización musulmana y la democratización post-soviética en Asia Central es infinitamente más significativa que las posturas petulantes de Putin, Karimov o los chinos. Sin reformas, Uzbekistán – junto con la propia Rusia – caerá en el oscuro abismo de la corrupción y la desesperación, y las pasadas quejas de Karimov se convertirán en profecías cantadas, con Asia Central más abierta que nunca a los wahabíes y a su perverso colonialismo religioso.

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