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Arrimarse a los extremos

Es un hecho que la extrema derecha se ha instalado de alguna forma u otra en las instituciones de las democracias liberales. De la misma manera que lo han hecho los partidos de izquierda radical.

Los datos no certifican que el bipartidismo haya muerto en las democracias occidentales. Tampoco afirman que los partidos de extrema derecha o de izquierda radical condicionen a la mayoría de los gobiernos. De los resultados de las elecciones en Castilla y León del domingo se desprende que el Partido Popular y el PSOE sumaron el 61,5% de los votos y 59 de los 81 escaños de que constan las Cortes de Castilla y León con sede en Valla­dolid.

Los dos partidos nuevos que han influido en la política española en los últimos años han cosechado un resultado muy adverso. Ciudadanos pasó de doce escaños a uno y Unidas Podemos de dos a uno. Han emergido con fuerza partidos como ¡Soria Ya!, que ganó tres de los cinco escaños de la provincia, Unión del Pueblo Leonés, que obtuvo otros tres escaños, y el solitario escaño de Por Ávila.

La gran sorpresa es el gran avance de Vox, que, con 13 diputados y un 17,64 por ciento de los votos, se ha situado como tercera fuerza política que pide ahora a Fernández Mañueco entrar a formar parte del gobierno que en principio tendría que ser presidido por el Partido Popular.

¿Por qué causa tanto rechazo el auge de la extrema derecha en muchas democracias occidentales? Porque prácticamente todas ellas comparten una crítica a las políticas migratorias, no creen en la Unión Europea, son partidarias de un nacionalismo excluyente y rechazan en líneas generales la globalización en favor de un mayor proteccionismo económico y una crítica al feminismo en su sentido más amplio y también concreto.

Los partidos de extrema derecha tienen una alta representación en Finlandia hasta el punto de que en las elecciones últimas quedaron segundos a poca distancia del primero. En Suiza controlan el Consejo Nacional y en Austria han formado parte del gobierno. En Polonia y en Hungría gobiernan en solitario. En Francia pueden ser la segunda fuerza más votada en las próximas elecciones presidenciales. En Italia han estado en el gobierno antes de Draghi y tienen altas representaciones en la Cámara de Dinamarca, Suecia y Noruega hasta el punto de que se han instalado en los distintos parlamentos desde donde condicionan la formación y la estabilidad de sendos gobiernos. En los Países Bajos, los tres partidos de extrema derecha suman 28 de los 150 escaños de la Cámara, tan solo superados por los 34 de los libe­rales de derecha de Mark Rutte, que fi­nalmente ha podido formar gobierno después­ de más de ocho meses de negociaciones.

El Partido Republicano de Estados Unidos que sigue las directrices de Donald Trump tiene todas las características de extrema derecha como se demostró en el asalto al Capitolio de Washington el 6 de enero del 2021. El Brexit que lideró el partido UKIP en Gran Bretaña tenía los rasgos esenciales de la extrema derecha.

PSOE y PP perderán la centralidad si se dejan arrastrar por la radicalidad de izquierda o de derecha.

Vale la pena mencionar cómo en Alemania el bipartidismo ha sabido aislar a Alternativa para Alemania, que en las elecciones del pasado septiembre obtuvo más del 10 por ciento de los votos. Para aislar a esta franquicia alemana de extrema derecha que entró en el Bundestag en tiempos de Angela Merkel se puso en marcha la gran coalición de los democristianos y socialdemócratas. Con la victoria de Olaf Scholz ha cambiado la coalición de gobierno aliándose con los Verdes y los liberales del FDP. Con la extrema derecha siempre fuera.

Es un hecho que la extrema derecha se ha instalado de alguna forma u otra en las instituciones de las democracias liberales. De la misma manera que lo han hecho los partidos de izquierda radical. Estas dos formas extremas de ejercer la política han tensado los parlamentos y los gobiernos occidentales. Pero los socialdemócratas o los conservadores han intentado una y otra vez neutralizar los posicionamientos de los extremos.

Si se trata de impedir que un partido como Vox entre a formar parte de un gobierno hay maneras de impedirlo. Una abstención del PSOE en Castilla y León lo evitaría. Pero sería a cambio de un gran pacto de Estado entre socialistas y populares que permitiera desbloquear las instituciones judiciales pendientes de renovación. Pero ni Sánchez ni Casado están por la labor. Preferirán arrimarse a los extremos y gobernar desde la confrontación. Sin darse cuenta, perderán progresivamente la centralidad y aparecerá el cantonalismo de los intereses insatisfechos de muchos territorios que suele acabar sin éxito.

Publicado en La Vanguardia el 16 de febrero de 2022

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