Europa, Oriente Próximo, Política, Portada
El ataque directo de Irán a Israel es un paso más hacia un escenario de gran conflicto sin control.

El ataque directo de Irán a Israel es un paso más hacia un escenario de gran conflicto sin control.

Atmósfera cargada y crispada

Hemos vivido un largo periodo de paz sostenida en Europa. El recuerdo de las guerras que sembraron de millones de cadáveres las ciudades y tierras continentales queda difuminado en los rincones de la memoria colectiva. El turismo de masas transita por aeropuertos congestionados, más atento a las novedades que le aparecen en el móvil que a las gentes que van a su aire sin preguntar nada a nadie. Todo está escrito en la pequeña pantalla de bolsillo que todos llevamos y que nos aclara cualquier duda. Todo es posible en esta era de cambios.

Estos tiempos de prosperidad, progreso y confianza total en las tecnologías coinciden con discursos bélicos y con guerras que seguimos en directo por la masa crítica informativa que nos persigue día y noche. El mundo, y no solo Europa, es un hervidero de nuevas ideas y tendencias novedosas de modelos de vida.

La calma suele preceder a las grandes tormentas. Los conflictos no se dibujan en una pizarra sino que se presentan de forma inesperada. No hay que olvidar la clásica tesis de Barbara Tuchman de que todos los líderes en situaciones críticas, a lo largo de los siglos, sabían lo que no debían hacer y, sin embargo, lo hacían, y con ello aseguraban su perdición y la de sus pueblos.

Berlín, París, Munich y Viena eran adalides de la modernidad en 1914. Chicago y Nueva York se perfilaban como las nuevas catedrales de la riqueza y la cultura. El historiador alemán Florian Illies escribe que, antes de la hecatombe de la Gran Guerra en estas capitales del progreso, Proust buscaba el tiempo perdido, Freud desnudaba almas en su diván, Stravinsky celebraba la primavera, Kafka, Joyce y Musil tomaban el mismo día un café en Trieste y en un parque de Viena paseaban sin conocerse Hitler y Stalin, mientras que en Barcelona había nacido Ramon Mercader, que en 1940 asesinaría a Trotski en México, a golpe de piolet, por orden del sucesor de Lenin.

La historia no se repite, pero tiene ritmos parecidos. No hay nada nuevo bajo el sol. Es como si tras las innovaciones en la ciencia, la arquitectura, la filosofía, la música, la literatura y en todos los campos del saber nos esperara el fatalismo de la destrucción.

Las guerras en Ucrania y en Oriente Próximo no son conflictos locales sino chispas muy sangrientas de una confrontación de ámbito global de carácter económico, ideológico y de ingeniería social, no para crear un pueblo puro o un ser nuevo, sino para cambiar la naturaleza de las personas y las cosas.

Una de las consecuencias de esta agitación en los ánimos es que los discursos políticos se centran cada vez más en la defensa y en el rearme y no en el progreso y el bienestar de la mayoría de los ciudadanos. Los romanos decían que si quieres la paz, prepárate para la guerra. Sin seguridad ni respeto al otro no puede haber libertad. Cierto. Pero pienso que todavía estamos a tiempo para detener una confrontación que destruiría los grandes esfuerzos que se han hecho para vivir en paz entre los pueblos, sin necesidad de recurrir periódicamente a la guerra.

Todos los momentos son cruciales y el nuestro lo es. Pero debería ser más un tiempo de mangueras que de cerillas. La guerra puede esperar, aunque estamos en tiempo de descuento. Un error de cálculo de cualquiera de los protagonistas podría provocar un gran incendio. Los primeros ataques directos de Irán a Israel son un paso más hacia el abismo que todos quieren evitar.

Publicado en La Vanguardia el 17 de abril de 2024

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