Asia-Pacífico, Política, Portada

Autoritarismos cuestionados

La euforia liberal del fin de la guerra­ fría coincidió con el acceso gradual y global a internet. Bill Clinton llegó a decir que era la invención más importante que Estados Unidos había aportado al mundo en el siglo XX. Se creía que el flujo de infor­mación y opinión al instante y sin fronteras­ facilitaría la democracia universal. No ha sido así en el caso de China, Rusia, Irán, Turquía, Venezuela, Nicaragua, Fili­pinas y muchos otros países autoritarios. Hasta ahora.

Las redes sociales son lanzas de ida y vuelta. Las utilizó Donald Trump para saltarse el periodismo y llegar directamente a audiencias millonarias, superiores a los medios convencionales en un país democrático, pero también es el canal de la protesta y la crítica en regímenes totalitarios.

Las manifestaciones en China contra la rigidez­ de Xi Jinping en aplicar confinamientos masivos para combatir sin éxito la covid no habrían sido posibles sin las redes sociales. Miles de chinos han vulnerado el confinamiento y han salido a las calles para pedir la dimisión del todopoderoso presidente que acaba de ser reelegido indefinidamente en el último congreso.

Lo mismo ocurre en Irán, donde se ha producido una revuelta inesperada que desafía abiertamente las estrictas leyes coránicas que amputan los derechos de las mujeres y están poniendo en peligro una dictadura que se instaló con la revolución islámica de 1979 y se ha mantenido hasta hoy. En las calles de Irán se pide la caída de un régimen corrupto, brutal, esta vez presidido por un anciano enfermo, el ayatolá Ali Jamenei.

Tanto en China como en Rusia, Irán y Turquía los influencers son vigilados y perseguidos. Pero no pueden borrar las informaciones virales que muestran los abusos de autocracias represivas contra ciuda­danos que piden vivir en libertad. Alexéi Navalni, el principal enemigo de Vladímir Putin, se encuentra en la cárcel por haber publicado en YouTube investigaciones sobre la corrupción en el núcleo de poder en el Kremlin. El control informativo en la era digital­ es imposible a pesar de que se in­tenten controlar todos los canales que circulan­ por el subsuelo de regímenes au­to­ritarios.

Las dictaduras de derechas o de izquierdas no caen de un día para otro y en el camino hacia el precipicio se defienden con la represión y la violencia. Pero de repente se derrumban y nace una nueva situación. Por la muerte del dictador o porque el sistema no puede soportar más la presión de la calle cuando el líder ha olvidado aquella máxima de Confucio que decía hace 25 siglos que “gobernar es rectificar”.

En las democracias, con todos sus defectos, hay que rendir cuentas periódicamente a los ciudadanos. Las redes sociales tienen también un efecto perturbador porque mezclan verdades y mentiras, y crean confusión en sectores desprevenidos informativamente. Pero una de las funciones de la democracia, decía Karl Popper, no es tanto elegir gobiernos sino echarlos.

La gran revolución que se ha producido es el aumento exponencial de la masa crítica informativa y de opinión. En democracia se suele despellejar al que está en el poder, pero en las dictaduras es el ciudadano el que está indefenso ante la opresión del sistema hasta el día que pierde el miedo y desafía los abusos y comparte las quejas en el universo mágico de los móviles.

Publicado en La Vanguardia el 30 de noviembre de 2022

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