“…Las caras nuevas, las ideas nuevas y los nuevos estilos deben ser la marca en los primeros nombramientos que realice Piñera en caso de ganar las elecciones chilenas…”
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Sábado, 07 de diciembre 2024
“…Las caras nuevas, las ideas nuevas y los nuevos estilos deben ser la marca en los primeros nombramientos que realice Piñera en caso de ganar las elecciones chilenas…”
Soplan aires de cambio en Chile. Sebastián Piñera está muy cerca de convertirse en el quinto presidente desde el fin de la dictadura. De ganar, será el primer derechista en llegar democráticamente al poder en 50 años. Es más, será el primer candidato de ese sector en lograr una mayoría absoluta de los votos desde que existe el sufragio universal. Pero ya que la derecha nunca ha podido ganar una mayoría absoluta y debido a que, después de 20 años en el poder, es difícil destronar a la Concertación, persistirán las dudas sobre la segunda vuelta hasta que se cuenten los votos la noche del 17 de enero.
Así como en enero de 2000 y en enero de 2006 era más probable que Ricardo Lagos y Michelle Bachelet ganarán en segunda vuelta, hoy Piñera aparece con las mejores opciones para convertirse en el próximo presidente. De ganar, el Presidente Piñera enfrentará desafíos complejos. No tendrá mayoría parlamentaria. Peor aún, el Congreso tendrá un número creciente de díscolos. No sólo habrá bancadas menos disciplinadas, sino que la mayoría la otorgarán legisladores independientes o militantes de partidos cuyo discurso está fundado en la crítica al férreo duopolio Concertación-Alianza al que induce el sistema electoral.
Los años de los partidos disciplinados ya quedaron atrás. Sólo la UDI, con sus 40 diputados (uno de cada tres escaños en la Cámara será de la UDI) podrá ofrecer algo de gobernabilidad. Pero el futuro presidente sabrá que la UDI estará más disponible a oponerse en bloque a propuestas moderadas y liberales que a apoyar varias de las cosas que Piñera ha señalado como sus prioridades. Es más, si Piñera se acerca al PDC y al centro para construir mayorías parlamentarias y mayorías en la opinión pública, la soterrada disputa por el voto centrista popular católico y moderado que han venido dando el PDC y la UDI se trasladará al interior de la coalición de gobierno.
La paciencia de la gente con el nuevo presidente tampoco durará mucho. Si la luna de miel de Lagos se terminó con el escándalo de corrupción de las indemnizaciones de la ENAP y la de Bachelet terminó con las protestas estudiantiles a los pocos meses de iniciados ambos gobiernos, la luna de miel del próximo presidente no durará tampoco más allá del 21 de mayo. Una buena parte del electorado ve a Piñera sólo como un mal menor. Por eso, muchos estarán predispuestos a decepcionarse pronto de un candidato por el que no votaron en primera vuelta. Después de todo, si llega al poder, Piñera habrá sido el presidente que menos voto sacó en primera vuelta.
Pero los problemas son siempre también oportunidades. De ganar, Piñera tendrá la ventaja de que por ser el primer gobierno de la Alianza, el suyo traerá aire fresco y simbolizará el cambio. Cualquier país que sale de dos décadas con los mismos partidos en el poder disfruta de la renovación de rostros y la buena onda de caras e ideas nuevas. Claro, Piñera podría echar a perder todo pronto. Si su gobierno no refleja la diversidad de Chile y su primer gabinete parece un casting de universidad cota mil, entonces lo que se pueda ganar en títulos y grados académicos se perderá en sentido común y en conocimiento de la realidad mucho más diversa del país. Piñera, además, podría terminar gobernando para sus propios intereses económicos. Después de todo, este multimillonario empresario todavía debe la prueba de la blancura.
Debe demostrar que abandonará sus intereses de negocios y se centrará exclusivamente en sus tareas y responsabilidades como presidente. El propio The Economist, cuyas ideas e ideología están más cerca de lo que ha propuesto Piñera que de los planteamientos de Frei, advirtió que Piñera debe gobernar velando por los intereses de Chile, no los propios. La principal amenaza que se cierne sobre Piñera presidente no es la movilización social de sectores marginados, la polarización política o la supuesta ingobernabilidad de la derecha. Los nubarrones grises que amenazarán todo el cuatrienio será el precedente de la incapacidad del magnate por separar los negocios de la política.
Una mayoría de los chilenos, no obstante, parece dispuesta a darle a Piñera el beneficio de la duda. Así como la historia previa de la izquierda no fue suficiente para evitar que el país votara por la Concertación en 1989, Piñera aparece hoy como el candidato del cambio y de la esperanza. La diversidad de colores de su estrella (que emula al arco íris concertacionista de 1989) convoca a la tolerancia y al pluralismo.
Ciertamente no hay garantía de que su gobierno vaya a respetar esas promesas. Pero tampoco la había respecto a la Concertación en 1989 y los chilenos igual estuvieron dispuestos a tomar ese riesgo.
De ahí que, 20 años después, el mensaje de “la alegría ya viene” aparezca mucho más asociado con la candidatura presidencial de Piñera. A su vez, la advertencia de “yo o el caos”, reminiscente de los años autoritarios, irrumpe ocasionalmente desde la trinchera concertacionista. A diferencia de la dictadura de Pinochet, el legado de la Concertación tiene muchas más luces que sombras. Pero después de dos décadas en el poder, la Concertación parece haber aprendido de Pinochet a apoyarse más en el discurso del miedo al cambio que en los sueños y las expectativas de cambio. No basta con decir “lo hicimos bien, sigan eligiéndonos”.
Una familia puede estar profundamente satisfecha con la casa en que vivieron los últimos 20 años, pero ahora necesitan -y pueden pagar- algo diferente, algo mejor. Esa consideración prospectiva es la que explica el éxito de Piñera. La Concertación lo hizo bien, pero los chilenos creen mayoritariamente que Piñera, y en menor medida la Alianza, lo puede hacer mejor.
El gabinete
Si Piñera gana la elección presidencial, las especulaciones sobre sus prioridades y su gabinete no se harán esperar. Porque la formación del gabinete debiera reflejar sus prioridades, podremos deducir su hoja de ruta a partir de los nombramientos que haga en su gabinete.
El Ministro del Interior es el puesto más importante del gabinete. Pero el Ministro de Hacienda es el que maneja el dinero. Desde el retorno de la democracia, cada titular de Hacienda ha tenido más influencia en su gobierno que el promedio de todos los ministros de Interior. Los jefes de gabinete han caído producto de crisis políticas, los ministros de Hacienda siempre han sobrevivido. Por cierto, la política es dinámica, por lo que Piñera bien pudiera ser el primer presidente que se vea obligado a cambiar de ministro de Hacienda. Pero, al iniciar el gobierno, el titular de Hacienda partirá con mejores opciones de sobrevivir.
El economista Felipe Larraín ha dado a entender, en off y ambiguamente en on, que ocupará ese cargo. No obstante, la historia nos ha enseñado que los presidentes prefieren nombrar ellos que encontrarse con ministros autonombrados. En esta campaña, Larraín ha sido menos cauto en respetar la autonomía de decisión del futuro presidente de lo que fue Andrés Velasco en 2005, aun cuando desde el comienzo de la carrera quedó claro que él era el favorito para Hacienda. No es que Felipe Larraín, que lidera en las apuestas del mercado, sea un improbable candidato al cargo. Pero siempre el que va primero es el que más posibilidades tiene de tropezar o de caer víctima de fuego amigo. Así y todo, si Larraín llega a Hacienda, Piñera deberá contrapesar el aire elitista que impondrá Larraín en Teatinos 120. Andrés Velasco podía confiarse en una especial pedantería intelectual (porque tiene los méritos de sobra) y porque Bachelet irradiaba una simpatía y cercanía que Piñera nunca podrá igualar.
En Interior, Piñera deberá buscar alguien que sea efectivamente un jefe de gabinete. Aunque parezca atractivo nombrar a un especialista en seguridad y combate a la delincuencia, si su gobierno aparece cargado a la mano dura contra los delincuentes sin suficiente mano blanda contra las causas de la delincuencia (falta de oportunidades, valores y educación), el estereotipo de un gobierno represor y las malas memorias de los años en que la derecha estuvo por última vez en el gobierno terminarán convirtiéndose en una molesta e incómoda sombra para Piñera. El cuatrienio de Bachelet dejó en claro que cuando el ejecutivo e Interior no se llevan bien, el gobierno anda mal. Piñera debería nombrar a un hombre cercano, con capacidad de gestión, pero también capacidad política. Girar la dirección de un elefante gordo y lento no resulta fácil, especialmente después que por veinte años el elefante ha venido avanzando cargado más a la izquierda.
El gabinete político se completa con el Ministro Secretario General de la Presidencia y con un vocero. Piñera debería tener una mujer en La Moneda. Ya que en SegPres el candidato favorito parece ser Cristián Larroulet, debiera haber una vocera. Si opta por nombrar a Marcela Cubillos, se ganará una férrea defensora en la vocería. Pero también alimentará las sospechas de que gobernará sólo con su grupo más cercano y que ha heredado la ausencia de meritocracia que caracterizó muchos de los nombramientos de la Concertación.
Cubillos es cercana a Piñera por su relación personal con Allamand. Las chilenas que no pertenezcan al mundillo de la elite desde su nacimiento se decepcionarán al verificar que Piñera reproduce las mismas malas prácticas que tanto criticó en la Concertación.
Por cierto, aunque ha demostrado una enorme capacidad de negociar y un pragmatismo loable, el candidato más probable para ocupar Segpres, Cristián Larroulet, enfrentará dos grandes desafíos en su gestión. Primero, deberá evitar intentar influir en la política económica. En el gobierno de Lagos, el enfrentamiento por cuestiones de política económica entre el Ministro Segpres Álvaro García y el titular de Hacienda Nicolás Eyzaguirre terminó con la salida del primero. Larroulet también deberá entender que su tarea es defender las prioridades de Piñera, no las propias. Por ello, deberá estar dispuesto a negociar con su propia bancada UDI concesiones tan complejas como las uniones civiles entre homosexuales u otras libertades individuales que despiertan la férrea oposición en la bancada más grande de la Cámara de Diputados.
En los ministerios sectoriales, Piñera deberá combinar habilidades políticas y de gestión. Si nombra demasiados tecnócratas, sus reformas y propuestas no lograrán pasar la valla del Congreso ni la oposición de grupos de interés.
Además, la mejor forma de potenciar su legado más allá de 2013 es a través de ministros populares que logren convertirse en candidatos presidenciales en la próxima elección. Para nadie es un misterio que los principales adversarios políticos de Piñera han estado en la UDI -no en los partidos de la Concertación-. Resulta comprensible que Piñera asocie el futuro de su legado con ideas más liberales, tolerantes y amigables con el mercado de las que ha defendido una UDI que no sólo cojea en su compromiso con el libremercado al momento de respetar las libertades individuales, sino que ha aparecido demasiado cercana a grupos de interés que parecen poco comprometidos con una cancha pareja y con la igualdad de oportunidades.
En el resto del gabinete, Piñera deberá sumar diversidad de orígenes, género y militancia política. Si quiere potenciar su gobierno y ampliar su apoyo más allá de la votación que reciba el 17 de enero, Piñera deberá convertir sus promesas de tolerancia, diversidad y meritocracia en una realidad en su gabinete. Si sólo nombra militantes de RN y la UDI, la señal de la prevalencia del cuoteo será innegable. Si en cambio nombra demasiados independientes, se ganará la adversidad de las bancadas UDI y RN en el Congreso.
Piñera ha prometido que no usará el gabinete como premios de consuelo o para ejercer cuoteo político. Al nombrar a Joaquín Lavín a su gabinete, Piñera podrá satisfacer las demandas de algún sector de la UDI, pero enviará una señal equivocada al electorado. Piñera prometió terminar con las malas prácticas de la Concertación. Si adopta la lógica de los platos repetidos y reemplaza a la gran familia concertacionista con la gran familia aliancista, su luna de miel se terminará pronto y el suyo será el quinto gobierno de la república del pituto y de la silla musical y no el primero del Chile del bicentenario. Piñera debe evitar que su gabinete se llene de personas que han estado esperando por 20 años su oportunidad. Si la gente lo pone en La Moneda es para inducir un cambio. Las caras nuevas, las ideas nuevas y los nuevos estilos deben ser su marca en los primeros nombramientos que realice.
El legado
Precisamente porque su gobierno deberá demostrar que la derecha puede hacer un gobierno exitoso en democracia y porque el propio Piñera quiere evitar convertirse en un irrelevante paréntesis en una historia de gobiernos concertacionistas, el próximo gobierno debe tener características fundacionales. El peso de la inercia bien pudiera llevar a Piñera a devenir en un quinto mandato concertacionista y no en el primero de varios gobiernos sucesivos de centro derecha. De ahí que, de ganar el 17 de enero, Piñera deberá optar entre arriesgarse para volver a cambiar el rostro de Chile para mejor o contentarse con ser sólo el complemento de lo que como país hemos venido haciendo exitosamente, pero cada vez con menos impulso y fuerza, desde el fin de la dictadura de Pinochet.
Si gana Frei
Si Piñera y la Alianza sintieran que su victoria es segura, no estarían dedicados 100% a la campaña. Frei todavía tiene una chance de ganar. Las dos primeras semanas en enero serán clave para Frei. Si corrige rumbo y encuentra un mensaje ganador, podría dar la gran sorpresa. En caso de ser el primer chileno en repetirse en la presidencia democráticamente, Frei enfrentará desafíos aún más complejos que Piñera. Su 29% en primera vuelta lo obligarán a demostrar que el suyo no será un gobierno del mal menor.
Además de hacerse cargo de la demanda por renovación -nombrando un gabinete diverso con mucha sangre nueva y nuevas energías- Frei deberá buscar un balance entre cumplir todos los compromisos que adquirirá para poder ganar y darle un sello propio al gobierno. Pero claro, si efectivamente da la gran sorpresa, Frei se sentirá que es capaz de lograr cualquier cosa. Aunque la Concertación creerá que, haga lo que haga el gobierno, la coalición de centro-izquierda es invencible y por lo tanto los partidos se consolidarán como el gran obstáculo para inducir el cambio y la renovación de la política.
Fuente: CADAL
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