Sebastián Piñera, el nuevo presidente de Chile, no ha sabido separar la política y los negocios. Pero ahora promete hacerlo, y todos esperan que cumpla.
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Sábado, 07 de diciembre 2024
Sebastián Piñera, el nuevo presidente de Chile, no ha sabido separar la política y los negocios. Pero ahora promete hacerlo, y todos esperan que cumpla.
No es buena la explicación que da Sebastián Piñera cuando le preguntan cómo un fanático del equipo de futbol Universidad Católica es uno de los principales accionistas de Colo-Colo. Piñera, que emana elocuencia pero exagera en el uso de sinónimos (siempre usa tres palabras para decir lo mismo) explica que “La Cato” es la novia de la juventud, la adolescencia, la temprana edad. Pero Colo-Colo es la esposa, la compañera, la mujer de la vida. La analogía es extemporánea. Piñera compró las acciones del “Colo” a los 55 años de edad.
Miguel Juan Sebastián Piñera Echeñique nació el 1 de diciembre de 1949. Es el tercero de seis hermanos (los otros tres hombres se llaman José Manuel, Juan Pablo y José Miguel). Su padre era de clase media acomodada y su madre provenía de una de las familias terratenientes tradicionales. Aunque repite que es hijo de un funcionario público, Piñera tuvo una niñez acomodada. Su padre fue enviado como embajador a Bélgica y después como representante de la Corporación Estatal de Fomento (Corfo) a Nueva York. Los Piñera volvieron a Chile cuando Sebastián tenía seis años. Después de asistir al elitista Colegio Verbo Divino, Piñera estudió Economía en la Universidad Católica, titulándose en 1971, en medio de la vía chilena al socialismo de Salvador Allende (1970-73). Siguiendo el ejemplo de su hermano mayor José Manuel que cursaba un doctorado en Economía en Harvard, Sebastián postuló a una beca Fulbright y fue aceptado en Harvard. Tres años después, a su regreso a Chile, con el título de doctor bajo el brazo, trabajó en la Cepal estudiando pobreza y educación. Pero pronto, cuando la dictadura de Pinochet implementaba políticas de libre mercado –y su hermano era ministro del Trabajo–Sebastián entró al mundo de los negocios. Por su padre, se le asociaba con la Democracia Cristiana. Aunque nunca militó formalmente, tenía su corazón cerca de ese partido que se había opuesto a Allende y también se oponía a la dictadura.
Piñera colo-colino
Hace tres años, en una ocasión en que me invitó a presenciar un partido de futbol entre Colo-Colo y su clásico rival, la Universidad de Chile, me contó por qué había comprado acciones de Colo-Colo y las ideas que tenía para hacerlo el mejor club de América. Dijo que era una forma de ayudar a una de las instituciones más queridas de Chile y a la vez era un buen negocio. A Piñera le gusta hacer el bien. Pero si puede salir un buen negocio de una obra de caridad, cuanto mejor. Colo-Colo generaba dinero, pero se administraba mal. Había que dar una señal potente de que las cosas iban a cambiar, administrar con más eficiencia, disminuir costos y aumentar ingresos. Durante la campaña, Piñera pareció usar la misma lógica. Los 20 años de gobierno de la Concertación fueron buenos para Chile, trajeron desarrollo, crecimiento, prosperidad. Pero ahora se necesita aire nuevo, energía, entusiasmo. Cosas que la Concertación ya no tiene.
Piñera en cambio desborda energía. Hace 20 años que quería ser presidente. Desde que se presentó, a los 40 años, como candidato al Senado en 1989, ha tenido el Palacio de La Moneda en la mira. Su impaciencia lo ha traicionado. En el plebiscito de 1988, participó junto a la Concertación en la campaña contra Pinochet. La negativa de la Concertación a darle un cupo de candidato lo llevó a inscribirse como contendiente a senador por Renovación Nacional, uno de los dos partidos de derecha. RN era más liberal que la UDI. Una vez electo, Piñera se sintió a gusto. Con ese partido llegaría a la presidencia.
Un escándalo de escuchas telefónicas del que fue víctima en 1992 lo obligó a desistir en su primer intento por llegar a La Moneda. En 1999, la popularidad del abanderado de la UDI, el partido más conservador de la derecha, lo hizo desistir. Pero en 2005 se lanzó al ruedo. Estuvo cerca. Perdió con Bachelet en segunda vuelta. El 46.5% que obtuvo fue menos importante que las lecciones aprendidas. En 2009, su campaña fue casi perfecta. Su mensaje combinó la oferta de cambio en un contexto de continuidad que históricamente había sido la estrategia ganadora de la Concertación. La división de la coalición de gobierno, que ofreció en Eduardo Frei más continuidad que cambio, complicó a Piñera. La irrupción del candidato independiente ex Concertación, Marco Enríquez-Ominami, obligó a Piñera a rediseñar su estrategia. Enríquez era más cambio que Piñera. Frei era más continuidad. Piñera optó por enfatizar la eficiencia, apoyado en su condición de empresario. Ya en segunda vuelta, frente a Frei, retomó el mensaje de cambio en un contexto de continuidad. Piñera no cambiaría la hoja de ruta que tantos éxitos dio a Chile desde el retorno de la democracia. Piñera proponía cambiar al piloto. Con Piñera al mando, Chile avanzaría por la misma senda, pero más rápido, con más eficiencia y menos corrupción.
Piñera empresario
Si bien su primer acierto fue traer las tarjetas de crédito a Chile –cuestión teñida por un supuesto engaño de Piñera a un ex empleador que le habría encomendado la tarea y a quien Piñera habría convencido la inviabilidad del negocio– su fortuna la hizo a la par de su carrera política. Piñera ingresó a la propiedad de LAN Chile en 1994, adquiriendo 16% de la empresa de manos de la aerolínea sueca SAS. Quince años después, la firma es una de las más exitosas de América Latina. Piñera posee 26% de las acciones de LAN, con un valor superior a los 1,000 millones de dólares. El éxito de LAN es atribuible más al trabajo de los hermanos Enrique e Ignacio CuetoPlaza, que como vicepresidente ejecutivo y gerente general de LAN han transformado la aerolínea. Un pacto de control con la familia Cueto le ha permitido a Piñera estar en la sociedad que mayoritariamente controla LAN.
En Colo-Colo, Piñera promovió el mismo modelo. Compró las acciones de Colo-Colo después de que el club literalmente quebró por mal manejo y fue reestructurado para ser abierto a la bolsa de valores en 2005. Piñera controla 12.5% de las acciones de Blanco y Negro, la sociedad anónima propietaria del club. Pero en pacto con otros socios, Piñera ejerce control mayoritario sobre el directorio. Aunque en campaña prometió no vender sus acciones –pero sí desligarse del consejo de administración– hasta que Colo-Colo volviera a ganar la Copa Libertadores de América (que ganó por única vez en 1991), parece menos probable que el club de futbol tenga tantos éxitos como la aerolínea.
Sus críticos alegan que Piñera quiere usar la política para realizar negocios. Pero su trayectoria profesional en los 30 años en que ha tenido notoriedad pública da más bien la impresión de que los negocios han sido su camino para lograr construir independencia política. Después de todo, en la derecha dura dudan de él por sus orígenes democratacristianos y por su oposición la dictadura. Sin sus millones, jamás hubiera podido ser el candidato de ese sector.
Pero Piñera no ha sabido crear un cortafuego entre la política y los negocios. Ciertamente no es el único con ese problema en Chile. Es más, sólo en años recientes, y gracias a la consolidación democrática, los conflictos de interés entre negocios y política han llegado al debate público. Varios escándalos han sacudido a políticos de la Concertación y de la derecha. Pero ningún político en Chile tiene tanto dinero y, por lo tanto, tantos intereses económicos como Piñera. En 2006, fue multado por infringir “la prohibición de comprar acciones que la Ley del Mercado de Valores impone a las personas que cuentan con información privilegiada”. Piñera había comprado acciones de LAN cuando poseía información privilegiada. Si bien el candidato optó por no apelar la multa impuesta, se defendió insistiendo que no había usado informes privilegiados para decidir la compra. Pero las sospechas sobre su capacidad para superar, o al menos transparentar, conflictos de intereses persisten. El semanario The Economist advirtió que Piñera debería gobernar velando por los intereses de Chile, no los propios.
Piñera presidente
Pese a tener dos guardias de seguridad asignados por el gobierno, Piñera gustaba de sentarse en el asiento delantero de su 4×4. Resulta incómodo hablarle desde el asiento trasero. Piñera no es un político típico. Tampoco es un típico empresario. En su oficina, Piñera trabaja de verdad. Su mesa está llena de papeles. Hay cajas, documentos e informes por doquier. Cuando llega la orden de sushi, Piñera despeja con sus propias manos un espacio en la mesa de reuniones para poder almorzar. No usa palitos para el sushi. El tenedor es más rápido y cómodo, me dijo.
Cenando en Nueva York, una vez me preguntó por la incipiente campaña presidencial de Estados Unidos. La conversación cubrió temas de contingencia de más de 10 países. Él preguntaba, yo contestaba. Al final, terminé agotado. Exprimido. La cena la pagó él. Pero el trabajo lo hice yo. Meses después, en Santiago, hizo referencia a dos temas que habíamos hablado en esa cena. Tiene buena memoria.
Alcohólicos anónimos
Sus detractores lo acusan de incontinencia. Sus amigos alegan desprolijidad. Sus numerosos tics nerviosos, sus carcomidas uñas y su obsesión por optimizar el tiempo y aprovechar cada oportunidad que se le presenta parecieran dar algo de razón a sus detractores. Todos le reconocen habilidad política y habilidad para los negocios. La gente que trabaja con él lo admira. Tiene entrañables amigos y leales socios de negocios. Pero no es un hombre de trato fácil. Impaciente y demandante, una vez electo ha contravenido la recomendación de bajar las expectativas. Ha dicho que no hay tiempo que perder. Ha insistido en que quiere ser el mejor presidente de la historia de Chile. Si bien tropezará ante los tiempos del proceso legislativo, impondrá un acelerado ritmo al Ejecutivo. Porque recibe un país en orden y liderará un gobierno razonable y moderado, tiene todas las de ganar. Si no fuera por esa aparente incapacidad que hasta ahora ha demostrado para separar la política de los negocios. Igual que con los alcohólicos anónimos, no se puede descartar el riesgo de una recaída en el vicio.
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