Asia-Pacífico, Política

Convivencia y perdón

“Japón se está rearmando y China mucho más. No ha habido espíritu de conciliación entre Tokio y Pekín como ha existido en Europa entre París y Berlín.”

El siglo pasado fue atravesado por la muerte, el mal, la humillación de los vencidos y, en algunos ­casos, por la expresión pública del sentido de la culpa y la petición de perdón. Se cumplen 70 años del fin de la Guerra Mundial.

El imperio japonés fue el ­último en rendirse tras las dos bombas atómicas, arrojadas por órdenes del presidente Truman, que destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. El mal perpetrado por las guerras de todos los tiempos es irreparable, tanto por el daño causado entre beligerantes como por la humillación y la muerte de personas que nada tenían que ver con el conflicto.

El discurso del viernes pasado del primer ministro japonés, Shinzo Abe, fue seguido con atención por China y Corea del Sur que fueron víctimas de la invasión y agresión del imperio japonés que causó 15 millones de muertos chinos, la mayor pérdida de seres humanos de la Segunda Guerra Mundial, después de la Unión Soviética. Desde 1937 a 1945 los japoneses invadieron parte de China, Corea y varios países del Sudeste Asiático llegando al control de Filipinas.

El discurso de Shinzo Abe no tenía el espíritu de la genuflexión de Willy Brandt en Varsovia en 1970 ante el monumento a las barbaridades de los nazis cometidas en Polonia. Ni tampoco respondía a las reflexiones de Helmut Schmidt que en sus memorias afirma que “la principal causa de las diferencias entre alemanes y japoneses es que a los japoneses les ha faltado el sentido de la culpabilidad”.

Abe expresó “profundo pesar” sobre las acciones de su país durante la última guerra mundial. Manifestó las disculpas y las expresiones de remordimiento que han sido formuladas por anteriores primeros ministros desde que, en 1995 y en boca de su antecesor Tomiichi Murayama, se proclamó por primera vez que Japón ofrecía “disculpas sentidas” y “profundo remordimiento” por la “agresión colonial” de Japón. No apareció la palabra perdón en la boca del primer ministro que a diferencia de dos de sus antecesores ni siquiera aportó una valoración personal al hablar en tercera persona y en nombre del país al referirse al “sufrimiento insoportable” como consecuencia de la guerra.

Los conocedores de la lengua japonesa indican que hay muchas maneras de pedir perdón y que se podrían dar por válidas las expresiones que vienen a decir lo mismo de forma análoga. No es cuestión de palabras sino de actitudes que no han borrado el testimonio silencioso de millones de muertos como consecuencia de la invasión japonesa. Recuerdo un gran grito colectivo que escuché una noche al acercarme al hotel en Pekín. La selección nacional china había marcado un gol al equipo nacional de Japón.

Un ochenta por ciento de japoneses nacieron después de la guerra. Abe habló también para ellos diciendo que las futuras generaciones no tendrán nada que ver con la guerra terminada hace 70 años. Es cierto que la responsabilidad es de quien comete una acción criminal que no puede traspasarse a sus antecesores o a sus descendientes. Pero una desgracia bélica de aquellas magnitudes requiere introducir claramente la palabra perdón para ganarse, por lo menos, el comienzo del reconocimiento del agraviado. Hay que tener en cuenta que los hechos históricos pueden ser perdonados pero no olvidados.

En la portada del semanario The Economist de esta semana aparece el presidente chino, Xi Jinping, con un rifle en la mano terminado en forma de pluma estilográfica con el que se indica cómo China reescribe su pasado para controlar el futuro. A principios de septiembre se celebrará en Pekín un gran desfile militar para conmemorar el final de la invasión japonesa. No será una ceremonia solemne, sino una exhibición de fuerza como nunca se ha producido en las calles de la capital china para conmemorar el fin de la guerra.

En China no consta oficialmente que en la resistencia armada contra la invasión japonesa participaron también las fuerzas nacionalistas del Kuomintang de Chiang Kai-shek que fue derrotado por el ejército popular de Mao Zedong y se refugió en la isla de Taiwan formando un Estado separado de China. El Partido Comunista Chino, con más de 80 millones de afiliados, quiere seguir controlando el contrasentido de un capitalismo gestionado por el Partido Comunista. Incomprensible.

China exhibe su fuerza militar para demostrar su poderío económica y político. Consciente o no, pretende erigirse en la potencia supletoria de Estados Unidos en el Pacífico. Si hace falta se escribe un relato histórico alternativo. Japón se está rearmando y China mucho más. No ha habido espíritu de conciliación entre Tokio y Pekín como ha existido en Europa entre París y Berlín. Una de las razones de esta hostilidad de fondo es no haberse puesto de acuerdo en los hechos ocurridos, no aceptarlos ni haber pedido perdón por los agravios cometidos. La convivencia es imposible sin el perdón.

Publicado en La Vanguardia el 19 de agosto de 2015.

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