Para Leroy Hood (1938), uno de los científicos más influyentes del mundo, el enfoque de la medicina debe cambiar, y va a cambiar: el bienestar del paciente concreto, su salud, reemplazará al estudio de la enfermedad. Para ello, la principal herramienta será recopilar grandes masas de datos, tanto genéticos como ambientales, que permitirán realmente adaptar los tratamientos a cada enfermo.
La reputación de Hood está fuera de toda duda. Estudió Biología, Medicina y Bioquímica en algunas de las instituciones académicas más prestigiosas de Estados Unidos. Su trayectoria profesional resulta igualmente impresionante: profesor y jefe de departamento en varias universidades, actualmente dirige dos centros de investigación, el Science and Technology Center for Molecular Biotechnology y el Institute for Systems Biology. Es miembro de las tres grandes academias nacionales de su país, y dueño de 36 patentes. Ha publicado más de 750 trabajos de investigación científica.
En una reciente visita a Europa, Hood ha analizado el presente y el futuro de la medicina. Considera que, si bien hasta ahora hemos venido dedicando el 90% de la investigación sanitaria al estudio de las diversas enfermedades y solo el 10% a la investigación de la salud, en los próximos diez o quince años se revertirá la proporción. Se trata de llevar a cabo una auténtica “democratización de la medicina, que coloca el concepto científico de bienestar en el centro de la clínica”. Y como en todo lo que hace Hood, las dimensiones científica y económica parecen inseparables, habla a la vez de una “industria científica del bienestar” (scientific wellness industry). Su objetivo no será ya la lucha contra la enfermedad, sino el mantenimiento de la salud.
El hombre de cristal
La realización de esta especie de sueño americano de la salud implicará la aparición del auténtico hombre de cristal, transparente en medio de su nube de datos. Solo así se podrán controlar sus constantes y parámetros para asegurar su bienestar. “Nuestro objetivo es mantener sana a la gente hasta los cien años. En ese momento, abandonaríamos a las personas a su suerte, pues la mayoría de los seres humanos que llegan sanos a los cien años mueren enseguida”. Y concluye: “Esta es una gran visión”.
En opinión de Hood, el futuro vendrá caracterizado por cuatro grandes tendencias: la digitalización, los análisis de grandes masas de datos (big data), la biología sistémica, y la creación de redes a través de los medios sociales. En resumen: datos, datos y datos.
En esta dirección apunta la llamada “medicina de precisión”. Se trata de dar un paso más en la línea de la atención personalizada: adoptar tratamientos específicamente diseñados de acuerdo con la información que pueda obtenerse de cada paciente concreto, por ejemplo la genética. En sus últimos discursos sobre el estado de la nación, Obama ha señalado que este proyecto debería ser prioritario para la comunidad científica del país, aunque la solemnidad del llamamiento no se ha traducido aún en iniciativas concretas.
Los factores ambientales importan
Además de la falta de iniciativas y de financiación, Hood considera que existe un problema de enfoque: “En los National Institutes of Health (NIH) no hay una idea clara sobre qué es la medicina de precisión. No basta con atender a los datos genéticos [a este respecto hay que recordar la decepción que siguió al desciframiento del genoma humano, en el que se habían depositado tantas expectativas —A.N.], sino que hay que fijarse en los datos del ambiente. Mientras no consideremos los datos del ambiente, tendremos una medicina unidimensional. Para mí, la medicina de precisión consiste en lo siguiente: hay que crear alrededor de cada persona una nube, densa y dinámica, que conste de miles de millones de puntos de datos. Esos puntos se podrán luego analizar e integrar, para crear un espacio que permitirá a los hombres vivir de modo sano o conservar la salud”.
Hood ya ha aplicado con éxito esta idea. En un experimento realizado hace dos años, convenció a un grupo de amigos suyos –más de 100 personas– para que se sometieran a varios chequeos, que permitieron controlar casi 15.000 datos genéticos y ambientales, y diseñar unas recomendaciones médicas para cada uno. Aunque aún no se han publicado los datos, casi todos declaran haber mejorado su calidad de vida.
Hacia el progreso… con precaución
El recurso a los datos individuales llevará a una precisión mayor en diagnósticos y tratamientos. La iniciativa del presidente Obama se queda corta, en opinión de Hood, pero otros países han advertido la importancia de esta investigación y han comenzado a invertir mucho dinero: es el caso de China, que prepara un proyecto piloto con millones de participantes. La propia Unión Europea ha puesto en marcha el estudio “Salud, cambio demográfico y bienestar”, con un presupuesto de 1.200 millones, que apunta en esa misma dirección. No obstante, Hood está tranquilo: los chinos pueden contar con recursos materiales y personales ilimitados, de modo especial si el Estado se hace cargo de la iniciativa, pero su capacidad para combinar los distintos datos, que es la clave del éxito en este campo, es todavía muy limitada.
Necesitamos científicos como Leroy Hood, aunque su mercantilismo –que sorprende a sus propios compatriotas– resulta extraño a la mentalidad europea. Es admirable que, a punto de cumplir ochenta años, cuando podría estar disfrutando de un retiro dorado, siga acometiendo nuevas empresas con un vigor extraordinario.
El big data va a cambiar nuestra vida, social e individual, pero hay que preguntarse si lo hará siempre para mejor. Hood adora el progreso, pero a estas alturas de la historia hemos escarmentado. Nuestra fe en el progreso se ha vuelto más matizada: no hay Progreso, con mayúscula y en singular; hay progresos en determinados ámbitos, y en otros hay también retrocesos.
Hood estima que las preocupaciones éticas de los europeos suponen “auténticos obstáculos” para el avance científico. Los norteamericanos se apuntan casi a ciegas y con entusiasmo pragmático a la “minería” de masas de datos. En Europa, por el contrario, queremos asegurar a la vez tanto la transparencia de la gestión –por ejemplo, de los algoritmos empleados para manejar la información– como la protección de la intimidad personal. No todo lo factible es por sí mismo deseable. ¿Mejorará nuestra vida, seremos de verdad más libres, cuando nos encontremos en medio de la nube de datos que nos ofrece Hood, aunque vayamos a vivir cien años?
Alejandro Navas
Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra
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