Política

El duro despertar de Israel

Caroline Glick

Es doloroso contemplar al Primer Ministro Ehud Olmert, al Ministro de Defensa Amir Peretz y a la Ministro de Exteriores Tzipi Livni intentando hacer frente al terrible resultado del ataque del terror palestino contra el ejército la mañana del domingo.


 


Utilizaron tantas palabras furiosas e imaginativas. Suenan tan decididos. Y aún así, no tienen nada útil que decir. Dos soldados están muertos, un tercero está ahora secuestrado por los asesinos jihadistas, 7 están heridos, un puesto fronterizo del ejército ha sido destruido, y una visión del mundo y una doctrina de seguridad han sido hechas trizas.


 


Olmert y sus socios tienen cuatro mensajes generales. En primer lugar, nos dicen que el rais de la Autoridad Palestina y jefe de Fatah Mahmoud Abbás es responsable de llevar a cabo la liberación del cabo Gilad Shalit. En segundo lugar, afirman que Hamas haría mejor en cuidarse porque van a por él. En tercer lugar, dicen que Hamas no lo entenderá hasta que sea tarde. Finalmente, al tiempo que estipulan que no negociarán con Hamas, Olmert y sus socios están negociando con Hamas.


 


Ninguno de estos mensajes y ninguna de estas acciones que les acompañan tienen ninguna posibilidad de hacer Israel más seguro. Tampoco son ninguna promesa de traer a casa al cabo Shalit. Pero aún así, las probabilidades de que Olmert o sus socios expandan sus opciones para incluir cualquier respuesta relevante a la ofensiva del terror del domingo son prácticamente nulas. Hacerlo implicaría el reconocimiento de que lo que los partidos Kadima y Laborista han presentado al público como su visión del mundo está equivocado.


 


Esa visión del mundo implica una negación de una verdad fundamental y básica:


 


Cuando das poder a los terroristas, los terroristas tienen más poder.


 


HEMOS ESTADO antes en esta situación. Hace seis años, en octubre del 2000, la víspera del Yom Kippur, el entonces primer ministro Ehud Barak daba un ultimátum a Yasser Arafat. Se le ordenaba poner fin a toda la violencia que había fomentado en cuestión de 48 horas o afrontar las consecuencias. Cuando el plazo terminó y Arafat continuó la violencia, Barak no hizo nada. No hizo nada porque no podía hacer nada. Todo su gobierno se basaba en la idea de hacer la paz con Arafat dándole poder. Cuando Arafat eligió la guerra, Barak no tuvo nada que decir.


 


El Kadima y los Laboristas insisten en que dando poder a los terroristas en cierto sentido les debilitan. Esta es la noción que se encuentra en la base de la insistencia del gobierno en reproducir la entrega de poder a Hamas y Fatah provocada por la retirada del verano pasado de Gaza, repitiéndola veinte veces en Judea y Samaria.


 


De alguna manera, destruir comunidades israelíes, ordenar la retirada de las fuerzas del ejército y permitir así a los terroristas tomar el control de esos territorios – según Olmert y sus socios – presuntamente va a provocar la mejora de la seguridad de Israel a través del debilitamiento de los terroristas a los que Israel da poder.


 


Con vistas a la reunión de seguridad del gabinete del domingo por la noche, Olmert decía presuntamente al Comandante en jefe del ejército, el General Dan Halutz, que no presentase al gabinete ninguna opción militar a gran escala. Esto tiene sentido. Cualquier operación relevante, igual que cualquier debate real de la situación de seguridad de Israel o sus opciones para plantar cara, demostraría el fracaso de la política de retirada del gobierno. Y por tanto el gobierno sólo aporta ficciones.


 


La primera ficción que aporta el gobierno es que el rais de la AP y jefe de Fatah Mahmoud Abbás es un socio de paz antiterrorista que debe ser reforzado. Abbás es visto como un recurso irremplazable y un aliado de Israel. Si él sale adelante, Israel sólo afrontará a Hamas. Y puesto que Hamas es malo, Abbás tiene que ser bueno. Desafortunadamente, Abbás también es un terrorista.


 


Abbás ha capitalizado el dinero, las armas y la legitimidad que Olmert, la administración Bush y la UE le han concedido y ha procedido a respaldar sus credenciales terroristas. Nombró a Mahmoud Damra, un alto mando terrorista de Fatah, como comandante de su ejército personal, la Fuerza 17. Damra está buscado por Israel por su implicación directa en el asesinato de cifras significativas de israelíes desde el 2000.


 


Abbás cogió los miles de rifles y los millones de cargas de munición que Estados Unidos le entregó el mes pasado e hizo que su jefe de seguridad Mohammed Dahlán difundiese un llamamiento conjunto con Hamas al asesinato de todos los palestinos sospechosos de asistir a Israel en las operaciones de contraterrorismo.


 


Ha estado negociando un plan de acción detallado para la guerra – firmado por el encarcelado asesino de masas de Fatah Marwán Barghouti – con el Primer Ministro de Hamas Ismail Haniyeh, y ha estado intentando colar el documento como plan de paz.


 


Y su organización Fatah es tan responsable del ataque del domingo contra Israel como Hamas. Los Comités de Resistencia Popular, un grupo fachada de Fatah que también incluye a terroristas de Hamas y la Jihad Islámica, afirma retener al cabo Shalit. Fatah ha amenazado con atacar Israel con armas químicas y biológicas y renovar los ataques contra vecindarios en el sur de Jerusalén si el ejército lanza una operación relevante en Gaza.


 


Pero nada de esto puede reconocerse porque reconocer que Abbás es un terrorista significaría reconocer que dotarle de poder significa reforzar a los terroristas.


 


DESPUÉS ESTÁ la doctrina de la barrera de seguridad. Olmert y sus colegas son grandes partidarios de reemplazar las estrategias defensivas con eslóganes, y uno de sus favoritos es “Estaremos aquí y estaremos allí“. Israel construirá una barrera y nunca tendremos que tratar con los palestinos de nuevo. Pero después, esos viejos palestinos nos demostraron el domingo que pueden excavar por debajo de la barrera. Nos demuestran a diario que pueden lanzar misiles y cohetes y morteros por encima de la barrera. Pueden construir escaleras para escalar por encima de la barrera. Y por supuesto, simplemente pueden subcontratar sus asesinatos a sus colaboradores al otro lado de la barrera.


 


Pero esto no puede reconocerse porque hacerlo sería equivalente a la admisión de que Olmert y sus socios han estado disfrazando clichés como planes de seguridad durante los cuatro últimos años.


 


El bombardeo del Negev occidental que hace presa a la población y la economía del sur de Israel de los caprichos de las células jihadistas con lanzacohetes ha demostrado otro mito que constituye la base de la visión del mundo de Olmert. Olmert y sus socios afirman que el despliegue del ejército en Gaza fue un desperdicio porque todas esas fuerzas estaban simplemente siendo utilizadas para defender a esos colonos fanáticos y problemáticos de Gush Katif y el norte de Gaza. Pero como el bombardeo y la incapacidad del ejército para detener el bombardeo procedente de fuera de Gaza demuestran, el ejército no estaba en Gaza para proteger a los israelíes que vivían allí. El ejército estaba en Gaza para proteger Israel.


 


Cualquier ofensiva importante del ejército en Gaza constituiría la admisión de esta verdad. Pero puesto que la única política del gobierno es reproducir la retirada del verano pasado en Judea y Samaria, no puede reconocer esta verdad. Necesita que el público crea que la seguridad de Jerusalén y Tel Aviv puede garantizarse haciendo que las fuerzas del ejército se sienten en Jerusalén y Tel Aviv. Necesita que el público crea que los colonos son la causa de su mala suerte, y no los jihadistas que emprenden la guerra contra nuestro país.


 


Es decir, necesita que el público crea que reforzar a los terroristas no refuerza los terroristas.


 


POR ÚLTIMO, OLMERT no puede permitirse una operación contraterrorista en Gaza porque hacerlo conllevaría la condena internacional de Israel. Lo que le preocupa no es el impacto de la condena en la posición internacional de Israel. Olmert no puede ser condenado internacionalmente porque prometió que después de que Israel se retirase de Gaza, la comunidad internacional aceptaría cualquier ofensiva contraterrorista israelí en Gaza.


 


El ataque del domingo y el secuestro del cabo Shalit son sucesos críticos. En las próximas semanas y días, será evidente por sí mismo ante el público israelí en conjunto lo implausible que es realmente el plan de Olmert de dar poder a los terroristas. Pero el reconocimiento público del fracaso de su plan no es suficiente.


 


En el 2000, el público se dio cuenta de que el plan de paz de Barak reforzador de los terroristas nos había llevado a la guerra. Pero en lugar de descartar la política de reforzar a los terroristas, nuestros líderes simplemente la volvieron a vestir. Lo que anteriormente se había llamado “paz” se llamaba “separación” y “desconexión” y ahora se llama “convergencia” o “realineamiento”. Estos eufemismos se venden al público cada vez como nuevas soluciones que nos ahorran la necesidad de reconocer que estamos en guerra.


 


De modo que a nuestras fervientes oraciones por el rescate del cabo Shalit deberíamos añadir otra oración. Deberíamos rezar porque mientras que la derrota del denominado proceso de paz no provocó la caída de su política central de dar poder a los terroristas, la derrota de la política de retirada de Olmert provoque también el enterramiento de la noción de que dar poder a los terroristas puede servir para algo más que para que los terroristas sean más poderosos.


Caroline Glick es periodista por la Universidad de Columbia y editor jefe en funciones de The Jerusalem Post.

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