En estos días informativamente agitados he leído el nuevo ensayo de Josep Maria Esquirol, catedrático de la UB, filósofo de palabras densas pero muy insinuantes y pensadas. En su L’escola de l’ànima (Quaderns Crema) habla de que sea el crecimiento exponencial de la información lo que suscita la nueva ignorancia. Estamos tan informados, sabemos tantas cosas sobre todo y de todos, que a menudo no sabemos exactamente qué ocurre.
La mejor manera de ser contemporáneo es no rendirse a la actualidad. Resistir, insiste, recurriendo a la lectura como una de las prácticas más solventes para no dejarse arrastrar por los charlatanes, que son los demagogos que se mueven desde las sombras de la intriga intelectual.
Esquirol habla del tránsito que va desde la forma de educar a la manera de vivir. No se enseña lo que no se vive. Educar en la sensibilidad, en la no indiferencia, en el espíritu crítico, en la conciencia, en el estar despierto ante grupos humanos masificados, ante los populismos que proliferan de forma inquietante en las sociedades democráticas occidentales y que se manifiestan en la indiferencia hacia el otro, reducido al estado de competidor aislado, como “una de las maneras más desgarradoras de hacer el mal”.
La nueva ignorancia se cultiva precisamente en sociedades que pretenden saberlo todo y desconocen aquellas pocas claves que las explican todas. El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo solo sabe una, que puede ser la más importante, escribió Isaiah Berlin en uno de sus ensayos. La nueva ignorancia se combate en la escuela, en la paciencia, en el reposo, en la autoestima, en la resistencia a la terrible ola de psicologismo que nos invade. La resistencia de unos pocos a aceptar lo políticamente correcto en cada momento puede ser más enriquecedora que largos discursos trufados de propaganda y dogmatismos.
Los ensayos de Esquirol invitan a la alteridad y a un horizonte de una vida madura, fecunda y espiritual. Puede que todo esto no esté de moda, pero es el fruto de muchas lecturas, desde Platón hasta Lévinas, pasando por Rousseau, san Agustín, Adorno, Gadamer y la Biblia. Nos presenta una propuesta esperanzadora en tiempos desorientados. La receta es la proximidad a lo cotidiano, a las personas cercanas, lejos de la obsesión por la huidiza actualidad.
Publicado en La Vanguardia el 3 de mayo de 2024.