Asia-Pacífico, Política

El Estado Islámico o el retorno de la guerra de conquista

Cualquier estudiante de Derecho Internacional recordará haber leído que, tras la aparición de las Naciones Unidas, está prohibido el derecho de conquista territorial.

En su manual al uso, nuestro estudiante podrá leer que la Carta de la ONU garantiza la integridad territorial de los Estados y que la Resolución 3314 (1974) de la Asamblea General considera un crimen toda guerra de agresión. Si la edición del manual no es muy antigua se le ilustrará con un ejemplo: la agresión de Irak contra Kuwait fue castigada con una “guerra-sanción” en 1991, autorizada por el Consejo de Seguridad.

Por desgracia para las teorías, la conquista territorial hizo su aparición en el escenario internacional en el verano de 2014. Fue ese el momento de la instauración del califato, noventa años después de su abolición en la Turquía de Atatürk, representado por el Estado Islámico (EI). Uno de sus principales rasgos es que no admite el principio de nacionalidad o de ciudadanía. Eso es una perversa invención de Occidente. No existen ni Siria e Irak, entidades artificiales construidas por el acuerdo franco-británico de 1916, ni cualquier otra frontera establecida en el mundo árabe-musulmán. El único principio válido es el de la fe islámica, con un retorno a los orígenes, al califato de los primeros siglos. En consecuencia, la conquista de los territorios que formaron parte de aquella unidad político-religiosa es para el EI algo perfectamente legítimo.

¿Cuál ha sido la respuesta de la comunidad internacional? La aprobación unánime de la resolución 2170 del Consejo de Seguridad, de 15 de agosto de 2014, en la que se condenan las acciones terroristas del EI y se insta a los Estados a no realizar transacciones económicas, en particular las ventas de petróleo, que beneficien a esta organización. Además se aprobaron medidas para detener el flujo de combatientes extranjeros que se unen a las filas del EI. No existe una referencia expresa a una intervención militar en la resolución, pero en ella se realiza un llamamiento para que, bajo el capítulo VII de la Carta, que autoriza el uso de la fuerza ante agresiones y amenazas a la paz, “se tomen todas las medidas necesarias para frenar, primero, y erradicar después las atrocidades cometidas por el EI en Irak y Siria”. Esta es la cobertura jurídica que ampara a la coalición internacional, liderada por EEUU, e integrada por 60 países. De ellos son 22 los que participan en operaciones militares.

Una vez más toda la estrategia se basa en la fuerza del poder aéreo. Se olvidan una vez más las lecciones de la historia. Nunca se ha derrotado al enemigo por esos medios. La Alemania hitleriana no fue aniquilada por los terribles bombardeos que sufrieron sus ciudades sino por la invasión terrestre de las tropas aliadas. ¿Y qué decir de otras guerras más próximas en el tiempo? ¿Para qué sirvieron los bombardeos sobre Vietnam del Norte? Se nos responderá que para obligar al gobierno de Hanoi a negociar con Washington y firmar los acuerdos de paz de París (1973). Pero dos años después las tropas norvietnamitas conquistaron el sur del país.

La realidad es que, tras el desgaste de las guerras de Afganistán e Irak, EEUU rehúye el envío de tropas terrestres. Quizás también se teme a la efectiva propaganda del EI en el ciberespacio, con su retórica habitual de descalificar a una coalición de “cruzados” y “apóstatas”. La falta de una mayor implicación de los países coaligados, y de la que se queja habitualmente el gobierno de Irak, suele justificarse afirmado que son los Estados de la región los que deben solucionar el problema. Pero el EI ha sido muy hábil transformando también su guerra de conquista en una lucha religiosa de los ortodoxos suníes contra los herejes chiíes. Esta es la consecuencia del grave error estratégico de Washington en Irak: la caída de Sadam Hussein llevó a la toma del poder por la mayoría chií hasta entonces oprimida. La venganza que algunos tomaron de los suníes ha alimentado el surgimiento del EI.

La expansión del EI es un ejemplo de guerra sectaria, y no se soluciona solo con bombardeos aéreos o medidas económicas. También es verdad que la solución debería partir de los países de la región. A este respecto hay dos países clave, Irán y Arabia Saudí. Ambos coinciden en que el EI es su enemigo, pero el programa nuclear de Teherán les aleja porque, en la percepción de Riad y las otras monarquías petroleras del Golfo Pérsico, este es un factor para consolidar la hegemonía iraní en la región. Esta percepción hace que la amenaza del EI no sea prioritaria. Mucho más peligroso sería la formación de un eje territorial chíi desde el Mediterráneo al Golfo Pérsico, con aliados de Irán en Líbano, Siria, Irak y algunos países de la península arábiga. Ahí está el ejemplo de la reciente intervención saudí en Yemen. Por lo demás, la presencia del EI también serviría para contrarrestar la amenaza iraní.

Mientras siga la guerra fría entre Arabia Saudí e Irán, que tiene más de tres décadas, las conquistas territoriales de los yihadistas proseguirán. Tan solo algún tipo de acercamiento entre Teherán y Riad sería una mala noticia para el EI. A la diplomacia rusa, influyente en Siria e Irán, le interesaría esta salida. ¿Y a las otras grandes potencias?

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