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El líder de un cartel mexicano ha sido capturado, ¿y ahora qué?

Los funcionarios estadounidenses y mexicanos están en plena celebración luego de la captura de Miguel Ángel Treviño Morales, el líder del notorio y extraordinariamente violento cartel de drogas de los Zetas.

Ciertamente es algo bueno que un psicópata así de sádico ya no esté libre. A Treviño Morales le gustaba ordenarle a sus secuaces que le practiquen torturas particularmente espantosas a sus enemigos como preludio a sus ejecuciones. Como él es el tercer líder de alto nivel de los Zetas que ha sido asesinado o capturado en los últimos 10 meses, las autoridades mexicanas están optimistas y creen que ahora tienen al cartel contra las cuerdas.

Las celebraciones por lo menos son prematuras y muy probablemente no corresponden. Este desarrollo no hace nada respecto de los fundamentos económicos detrás del comercio ilegal de drogas. Este sigue siendo un negocio global que según los cálculos conservadores mueve alrededor de $350.000 millones al año, y la porción de México en ese comercio es de al menos $35.000 millones y probablemente más cercana a los $50.000 millones. Como los consumidores estadounidenses proveen el mercado de ventas al por menor más importante para esas sustancias ilícitas, los carteles mexicanos están perfectamente ubicados y tienen un incentivo financiero masivo para dominar el comercio. De hecho, como muestro en mi último libro El fuego cercano: La violencia relacionada al narcotráfico en México y el peligro que representa para EE.UU. (solamente disponible en inglés bajo el título The Fire Next Door: Mexico’s Drug Violence and the Danger to America), gran parte de la lucha entre los distintos carteles ha sido para controlar las sumamente rentables rutas de tráfico hacia EE.UU. Esa lucha ha derivado en más de setenta mil muertes en México durante los últimos seis años y medio.

El arresto de Treviño Morales no es probable que disminuya la violencia. De hecho, es más probable que tenga el efecto contrario, dado que podría llevar a una pugna de poder entre las facciones de los Zetas por controlar la organización. Eso es lo que tradicionalmente ha sucedido cuando sea que las autoridades mexicanas han capturado o matado a otros capos a lo largo de las últimas décadas. El asesinato de Ramón Arellano Félix a principios de 2002 y la captura de su hermano Benjamín a fines de ese año desestabilizaron al poderoso cartel de Tijuana y derivaron en una lucha por sucesión que fue extremadamente sangrienta y que duró varios años. De igual forma, cuando los soldados mataron a Arturo Beltrán-Leyva en diciembre de 2009, lo que vino después fue un conflicto interno del cartel que causó un aumento de la violencia en Monterrey y en otras ciudades.

Remover a Treviño Morales también crea una expansión de oportunidades para los competidores externos, en este caso principalmente para los carteles de Sinaloa y del Golfo. Las fortunas de esas organizaciones han estado en trayectorias muy distintas en lo últimos años. El cartel de Sinaloa exitosamente se defendió de retos por parte de la organización de Beltrán-Leyva así como también de La Familia, un grupo traficante cuasi-religioso que desde ese entonces se ha dividido. Los líderes del cartel de Sinaloa también se aprovecharon de las divisiones en el cartel de Tijuana para ganar el dominio en esa ciudad y gradualmente desplazaron a los que alguna vez fueron los poderosos traficantes de Juárez para ahora dominar el comercio en la Ciudad Juárez y sus alrededores. El cartel del Golfo, en cambio, ha tenido que luchar por su supervivencia luego de que su brazo de ejecución, los Zetas, se separó y formó su propia operación independiente —y más efectiva— de tráfico. El debilitamiento de los Zetas podría ser un salvavidas para el cartel del Golfo e incluso podría permitirle recuperar su estatus como una de las organizaciones de tráfico de drogas más importantes de México, aunque eso solo podría ocurrir luego de una importante lucha con el cartel de Sinaloa y otros rivales.

Tales luchas territoriales han sido un patrón tradicional en contextos similares desde principios de los ochenta, y muchas personas inocentes se convierten en el daño colateral de dichos conflictos. La decapitación de los Zetas muy bien podría provocar un auge en la violencia relacionada a las drogas en México durante el próximo año. Eso sería un desarrollo particularmente infeliz, dado que la matanza en ese país se había estabilizado a lo largo del último año, y una esperanza precavida ha surgido de que los peores excesos de las guerras de las drogas podrían ser cosa del pasado.

Aquellos que creen que la eliminación de Treviño Morales o cualquier otro capo producirá una victoria duradera en la guerra contra las drogas necesitan prestar atención a los comentarios sarcásticos de otro capo de la droga, Ismael “El Mayo” Zambada, durante una entrevista que dio a la prensa en 2010. “Algún día decidiré entregarme al gobierno para que me puedan disparar”, bromeó. “Ellos me dispararán y habrá un brote de euforia. Pero al final de unos cuantos días todos sabremos que nada ha cambiado”. Zambada señaló las razones por las que nada habría de cambiar. “Millones de personas están involucradas en el problema del narco. ¿Cómo pueden ser superadas? Para cada capo encarcelado, asesinado o extraditado, su reemplazo ya está aquí”.

Zambada resalta la falacia de creer que la caída de un capo realmente cambiará las cosas. La estrategia de la prohibición de drogas crea una prima enorme en el mercado negro y hace que el comercio de las drogas sea mucho más rentable de lo que sería de otra forma. También garantiza que cuando sea que caiga un traficante importante, otros tipos igual de inescrupulosos estén listos y ansiosos para reemplazarlo, ganando así el control sobre esas potenciales y enormes ganancias. Los protagonistas podrán cambiar, pero la naturaleza del comercio y de la falacia subyacente en la prohibición de las drogas siguen siendo —de manera deprimente— las mismas.

Este artículo fue publicado originalmente en The National Interest Online (EE.UU.) el 18 de julio de 2013.


Ted Galen Carpenter es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington´s Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).

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