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El rostro que una vez fuimos

Nos guste o no, las estrellas de Hollywood suelen ser el referente de muchas mujeres a la hora de medir la belleza.


No solemos fijarnos en cómo envejecieron Simone de Beauvoir, Iris Murdoch o una todavía espléndida Elena Poniatowska, pero sí seguimos de cerca la batalla que libran las artistas y modelos contra la inevitable erosión del tiempo.

De qué otro modo, si no, podría explicarse el revuelo que han causado las recientes imágenes de la actriz Renee Zellwegger, famosa, sobre todo, por encarnar en el cine a la deliciosa y torpe Bridget Jones. De tener un rostro mofletudo y con ojos rasgados, a sus 45 años muestra otro bien diferente, por no decir irreconocible. El incisivo bisturí de las redes sociales diseccionó todas las posibles cirugías a las que se ha sometido y nadie se mostró indiferente ante su cambio radical. En un análisis publicado en el New York Times se resaltaba que la visceral reacción puede deberse a que en su caso no se trata tanto de alguien que ha tomado medidas antienvejecimiento, sino de una transformación hacia una nueva identidad física, a la que se le han borrado las huellas de una vida pasada. En su renovado rostro no hay manera de encontrar rastros de la memoria cinematográfica que se tenía de ella.
 
En medio del debate que ha suscitado la reinventada Renee Zelwegger, otra veterana actriz, Frances McDormand, decía a modo de revulsivo al diario neoyorquino que, ya en la vecindad de los temidos sesenta, su postura es radical: se niega a hacerse estiramientos o inyectarse botox para ocultar el paso del tiempo. La intérprete, ganadora de un Oscar por Fargo, critica la creciente tendencia de negar la adultez y huir como de la peste de la edad madura que se inicia en la cuarentena. McDormand presume de sus canas y de las arrugas que son para ella las travesías del mapa de la vida.
 
Si alguien podía pronunciarse al respecto es Julia Roberts, la eterna novia de América ya instalada en los cuarenta, esa etapa en la que la carrera de muchas actrices del star system se ralentiza. Pues bien, ante la disyuntiva de pasar o no por el quirófano, la inolvidable protagonista de Erin Brokovich, por la que también recibió un Oscar, ha dicho que asume el riesgo de no haberse hecho un lifting. Se refiere a la merma de los jugosos papeles de antaño.
 
Lo cierto es que ni siquiera las ingentes cantidades de ácido hialurónico o los retoques les garantizan a las mujeres la permanencia en la primera línea de las criaturas 10. Zellwegger, quien ostenta una estatuilla por Cold Mountain, hace más de cinco años que no hace nada sustancial en el cine. En el otro extremo, Meryl Streep todavía llena la pantalla con su magnética presencia y sin esconder sus patas de gallo.
 
Frances McDormand da en el clavo al rebelarse contra una corriente que pretende vender el concepto de una falsa eterna juventud. Cuando estamos frente a una mujer o un hombre de cierta edad que se han sometido a procedimientos cosméticos, sabemos que se trata de personas mayores con arreglos aquí y allá. La juventud es fugaz y las finas líneas que comienzan a poblar el rostro a partir de los treinta son los vestigios de las vivencias que vamos acumulando. Enterrarlas es, de algún modo, asistir al funeral de nuestras experiencias vitales.
 
Prueba de la importancia de lo que el rostro trasmite es el éxito arrollador del portal de citas Tinder, una web que, a diferencia de otras más tradicionales como eHarmony o Match.com, lo que publica son fotos de usuarios que buscan un encuentro más sexual que romántico. El gancho no radica en un perfil edulcorado, sino en la fuerza de lo que entra por los ojos. De nada sirve el photoshop, que es la cirugía plástica virtual, cuando llega el momento de la cita. En el cara a cara o cuerpo contra cuerpo, no hay siete velos que valgan.
 
En esta interminable carrera por no envejecer, siempre queda la alternativa que ha planteado el sorprendente aspecto de Renee Zellweger, que es la de eliminar casi por completo las señas de identidad. Ya no es cuestión de aparecer más rejuvenecidos, sino desconocidos. Volver a nacer en otra piel.

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