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Manhattan y los libros

A la hora de pensar en una ciudad literaria, además de París nos viene a la mente Manhattan. Una metrópoli que ha inspirado a Edith Wharton, Henry James, John Dos Passos, J.D. Salinger, Truman Capote, Paul Auster, Oscar Hijuelos, o Bret Easton Ellis entre un sinfín de novelistas.


A la hora de pensar en una ciudad literaria, además de París nos viene a la mente Manhattan. Una metrópoli que ha inspirado a Edith Wharton, Henry James, John Dos Passos, J.D. Salinger, Truman Capote, Paul Auster, Oscar Hijuelos, o Bret Easton Ellis entre un sinfín de novelistas.Sin embargo, según un artículo publicado la semana pasada en el New York Times, Manhattan, cuyas calles, su espectacular arquitectura, sus barrios diversos y aromas mezclados que evocan todo tipo de sensaciones que invitan a fabular, cada vez tiene menos librerías.  
Lo paradójico es que en la ciudad donde se concentran las grandes editoriales que luchan por sacar libros impresos en la era del auge digital y los libros electrónicos, las librerías están desapareciendo aceleradamente. Un fenómeno que afecta a los barrios donde todavía hay libreros que presumen se ser ávidos lectores, recomiendan libros y tienen tiempo para comentar con sus clientes las novedades literarias.

También las grandes cadenas, que en un principio fueron engullendo a las tiendas pequeñas, corren peligro de extinción. De ese modo instituciones como la venerable Rizzoli se esfuman o la popular Barnes & Noble cierra sucursales.

Uno podría pensar que la principal causa de esta crisis es la agonía del libro impreso, como en su día los libros iluminados, que con primor elaboraban los monjes en Europa, fueron barridos por la introducción de la imprenta en el siglo XV. Pero el problema que está afectando a las librerías en Manhattan es algo bastante más pedestre: los alquileres son tan estratosféricos que ni siquiera las grandes cadenas pueden permitirse pagar cantidades exorbitantes, en una época en la que hay más usuarios dispuestos a comprar por Amazon antes que hacer una incursión a la librería en busca de una obra en tapa dura.

Uno de los muchos encantos de la Gran Manzana son las tiendas pequeñas de la vecindad: desde la bodega, el puesto de flores, una selecta boutique o la librería que todavía despide el olor de los pliegos de papel y organiza presentaciones de autores noveles a punto de ser descubiertos. Pero cada vez será más difícil hallar estos modestos refugios del libro, tal y como ha sucedido con los cines de arte y ensayo, en los que se podían ver retrospectivas y filmes de autor que no llegan a las multisalas de estrenos.

A pesar que causa tristeza decirle adiós paulatina pero inexorablemente a las librerías que hasta hace unos años eran de visita obligada en los barrios de Manhattan, lo que sirve de consuelo es que los libreros se están desplazando a otras partes de Nueva York donde todavía pueden abrir su negocio sin arruinarse. Habrá, pues, que pasear por Brooklyn, Queens o Jersey City para encontrarlas y tropezarnos con los escritores que también abandonan la prohibitiva isla y viven en su más modesta periferia para poder escribir con la esperanza de ver publicada su obra un día.

En este mundo tan cambiante el paisaje de nuestras vecindades se transforma hasta hacer irreconocible la vida como una vez fue. Ya son cosa del pasado las mercerías, los estancos de periódicos o las droguerías. Ahora, también, en Manhattan, cuidad que pareció soñada para el cine y la literatura, sus acogedoras librerías se desvanecen. Si no fuera verdad, serviría de trama para un relato mágico de Paul Auster.

©FIRMAS PRESS
 

 

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