Es la conversación más recurrente con los amigos, los taxistas, los compañeros de profesión. La feroz recesión que se instaló después de que reventara la burbuja inmobiliaria y de la construcción cambió el panorama sociolaboral del país. Y son muchos los que creen que el cambio ha sido para siempre, con una realidad más precaria que afecta de un modo u otro a la mayoría de los hogares españoles.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de publicar datos sobre los cambios de población que se han registrado en el último año. Por ejemplo, en el 2013 casi 80,000 españoles (entre nacidos en España e inmigrantes nacionalizados) han emigrado al extranjero en busca de mejores horizontes. Los propios inmigrantes que se instalaron en España aprovechando el boom de la construcción, que tanto trabajo generó en su día, están volviendo a sus países. Si la crisis golpeó a los nacionales, el golpe ha sido doble para la inmigración. En lo que concierne a las comunidades de latinoamericanos, muchos ecuatorianos y colombianos han elegido el camino de regreso porque la Madre Patria ya no es lo que era.

Por momentos el sentimiento de desolación nacional parece embargar a los españoles. Un sentimiento que oscila entre la incredulidad por el batacazo que ha significado la merma de su poder adquisitivo después de décadas de crecimiento y bienestar, y el deseo de superar los obstáculos, pero sin saber a ciencia cierta cómo salir del bache y de qué modo la gestión política y empresarial (tan devaluada hoy día) será capar de ir en la dirección correcta.

No obstante, en medio del escepticismo que domina las pláticas, las cifras macroeconómicas indican un repunte. De hecho, el verano comienza con 122,684 parados menos, gracias, en gran medida, a los empleos que en esta temporada generan los sectores del turismo y del comercio. Pero no es menos cierto que el alivio es pequeño, pues el índice de desempleo se sitúa en 4.4 millones de parados. Aunque la recuperación ya se siente, todavía no hay una masiva generación de trabajo que salvaría del prolongado limbo laboral a toda una generación de jóvenes. Para ello haría falta un tejido empresarial más sólido que pudiera ser motor de la tan necesitada regeneración económica.

Sin duda, la gran preocupación de los españoles es salir del largo y oscuro túnel que les devuelva la confianza en las instituciones y en su propia capacidad individual de salir adelante. Al fin y al cabo, no es la primera crisis que atraviesa el país y en otras épocas mucho más negras y difíciles como lo fue la posguerra, demostraron dentro y fuera que podían remontar con éxito las adversidades y la escasez. Además, en el periodo de la transición a la democracia se logró lo más delicado, que es la madurez colectiva para alcanzar un consenso que salvó a la nación de guerras cainitas. No es casualidad que los últimos casi cuarenta años han sido los de mayor paz y prosperidad de la historia de España.

A pesar de la crisis, los españoles no pierden la buena y sana costumbre de desconectar en los meses de estío, ahora con los bolsillos más limitados, pero sin renunciar al descanso en el pueblo o unos días en la playa, apoyados en la red familiar que todavía existe en las sociedades mediterráneas y que tanta ayuda proporciona en los momentos bajos. Septiembre volverá a poner a prueba a todos, la clase política y quienes deciden su destino en las urnas. Habrá que retornar con las pilas cargadas. Así se asoma el otoño.

Publicado en El Nuevo Herald