Empiezan a salir testimonios directos de la guerra en Ucrania en el primer aniversario de la invasión no justificada de Putin, de ocupar un país soberano que durante siglos formó parte de la Rusia eterna y más tarde de la Unión Soviética. Se pueden aducir muchas causas del conflicto que lleva un año segando decenas de miles de vidas en el sudeste ucraniano.
Lo que no es creíble es que fue el presidente Zelenski el que ordenó los ataques o que los ejércitos de la OTAN dispararan contra las columnas de tanques rusos que pretendían ocupar Kyiv en unas semanas, con la intención de instalar un régimen que formara parte del universo imperial ruso con sede central en el Kremlin.
Parece improbable que se llegue pronto a un alto el fuego o un armisticio. La guerra se presenta larga y con muchas bajas de civiles. Permanecer en territorio que se considera conquistado por un tiempo indefinido ya no se considera hoy una victoria sino un evidente fracaso, como experimentaron Estados Unidos y sus aliados en Irak y Afganistán en las primeras guerras de este siglo. Lo mismo ocurrió en Vietnam hace dos generaciones con una derrota norteamericana.
Recuerda Eric Hobsbawm el contraste entre las dos guerras mundiales del siglo pasado. En la primera solamente un 5% de las víctimas eran civiles. En la segunda el porcentaje se elevó hasta el 66% y en la actualidad la proporción de víctimas civiles de cualquier guerra se sitúa entre el 80 y el 90%. No conocemos cifras fiables del número de muertos, pero los cementerios sobre campos cubiertos de nieve y con cruces sobre tumbas improvisadas hacen pensar que las estimaciones de más de cien mil muertos por cada uno de los bandos son creíbles y, por desgracia, pueden ser ciertas.
Los discursos de Putin y de Biden de la semana pasada no hablan de paz sino de guerra, de más armas, de compromiso por el dominio de un país vecino o por la defensa de la libertad de un pueblo, que definitivamente no quedará hermanado con Rusia, sean cuales fueren las condiciones al terminar el conflicto.
Estamos en el punto en que ya no se niega que, una vez puesta en marcha una guerra, los contendientes utilizan inevitablemente las armas y los recursos de que disponen en cada momento. La industria de la guerra es cada vez más vigorosa en Estados Unidos, en Rusia, en Europa y en China. El escenario global es bélico aunque nos parezca que las batallas se libren a miles de quilómetros de distancia. El lenguaje de reglamentos, directivas y protocolos varios procedentes de Bruselas ha dado paso a discursos armamentísticos para defender la libertad de Ucrania, pero también para proteger las fronteras de los países que hasta hace poco más de treinta años formaban parte de la órbita de Moscú con el escudo del Pacto de Varsovia.
Estamos viendo cómo la violencia solo engendra violencia, en un movimiento pendular que se amplia con el tiempo en vez de amortiguarse. En los países democráticos, como es habitual, no hay unanimidad sobre qué hay que hacer. Los partidos de la izquierda radical no solo van en contra de un gobierno de izquierdas, como es el caso de Unidas Podemos criticando desde el Gobierno la política del mismo Ejecutivo presidido por Sánchez, sino que no han tenido el valor de responsabilizar a Putin del inicio de la tragedia. Paz por territorio, vienen a decir.
La paradoja es que todos los gobiernos europeos, Finlandia y Suecia también, de izquierda y de derecha, han fortalecido su unidad haciendo frente a la amenaza que viene de Putin. No se trata de invadir Rusia, sino de recuperar las fronteras garantizadas por el derecho internacional. Si Putin se retira terminará la guerra, pero si Zelenski se rinde terminará Ucrania como Estado libre. Esta es la cuestión.
Hay que evitar una paz cartaginesa como la que Roma impuso a Cartago en la segunda guerra púnica, dos siglos antes de nuestra era. O como la que se perpetró contra Alemania al término de la Gran Guerra. John Maynard Keynes, representante británico en las negociaciones abandonó París y describió el tratado de Versalles como una paz cartaginesa, que humillaba y destruía la capacidad de reconstrucción de Alemania. Vaticinó la siguiente guerra mundial.
Esta guerra se recrudecerá y causará muchos miles de muertos. Pero hay que preparar la paz que garantice la seguridad y el progreso de todos. Volver a empezar y a construir sobre escombros.
Publicado en La Vanguardia el primero de marzo de 2023