Europa, Política, Portada
En la fotografia, decenas de inmigranters intentando saltar la verja de Ceuta.

En la fotografia, decenas de inmigranters intentando saltar la verja de Ceuta.

Europa cierra sus puertas

Paradójicamente, Europa necesita a los inmigrantes para mantener sus economías y frenar su envejecimiento. Pero no los quiere. Levanta muros, los expulsa o los trata como un problema.

Qué feliz me sentí aquel día de 1999 cuando salí de casa, llegué al aeropuerto, tomé un avión que me condujo a Munich y solo cuando me registré en el hotel me pidieron el pasaporte. El tratado de Schengen permitía la libre circulación de personas por los países que lo habían ratificado, 25 de los 27 miembros de la Unión, más Islandia, Suiza, Noruega y Liechtenstein.

Había caído el muro de Berlín en 1989 y Europa se reconciliaba consigo misma tras las dos debacles mundiales del siglo pasado. Se respiraba optimismo porque habían caído las barreras humanas y políticas en el epicentro global de las grandes tragedias.

Las guerras levantan muros y fronteras, introducen pasaportes, controlan al extranjero y promueven el nacionalismo de los estados. Josep Maria de Sagarra cuenta en sus memorias que quiso terminar en 1914 por considerar que a partir de la Gran Guerra llegó la barbarie al continente, que se podía ir en tren de Bar­celona a cualquier capital europea, incluso a San Petersburgo, sin que nadie le pidiera la identificación. Una bolsita con unas cuantas onzas de oro bastaba para circular libremente por aquella Europa que vivía en paz desde la guerra franco-prusiana de 1870.

El tratado de Schengen sigue vigente, pero no se aplica en su totalidad. Es más, aquella idea de fraternidad europea y de reencuentro de una civilización milenaria está siendo sustituida por un miedo colectivo al forastero que provoca grandes choques políticos y sociales. Europa se cierra y me temo que las advertencias y recomendaciones del informe Draghi para no quedar descolgada de Estados Unidos y China caigan en saco roto.

Cuando España levantó las alambradas en Ceuta y Melilla para cerrar el paso a inmigrantes africanos en situación ilegal se pensó que era una medida circunscrita a dos enclaves concretos. Entre el 2014 y el 2023 la longitud de las barreras en el seno de la Unión Europea y en sus fronteras exteriores ha aumentado de 315 a 2.163 kilómetros. Este año se añadirán otros 245 kilómetros.

El espectro de la guerra de Putin contra Europa en tierras de Ucrania puede explicar el temor a no perder la integridad territorial en los países del Este y la Mitteleuropa. Pero no es un miedo geopolítico, sino social, que se manifiesta en la llegada de migrantes que cruzan las fronteras europeas en busca de horizontes vitales de libertad, dignidad y trabajo. Huyen de la miseria, de la guerra y de las persecuciones.

Todos los países fronterizos con Bielorrusia y Rusia respondieron con alambradas kilométricas. La agencia de la UE para controlar las fronteras, Frontex, registró en el 2023 la llegada de 380.000, una cifra semejante a los tiempos previos a la pandemia. El flujo más potente de migrantes llega atravesando el Mediterráneo o alcanzando las islas Canarias.

Angela Merkel empezó a perder popularidad cuando en el 2014 autorizó la entrada de un millón de sirios que huían de la guerra en su país. Su argumentación es compartida por muchos al justificar la entrada de extranjeros por razones de crecimiento económico y para corregir la curva del invierno demográfico que vive Alemania y toda Europa.

Creció la extrema derecha hasta el punto de que gana elecciones en länder alemanes del este. El Gobierno Scholz controla sus ocho fronteras que limitan con países vecinos. Suecia abonará 30.700 euros a los inmigrantes que ya viven y trabajan en el país si lo abandonan y regresan a su tierra de origen. Estos días murieron ocho migrantes en las aguas del canal de la Mancha al querer alcanzar Inglaterra desde Francia. El primer ministro laborista, Keir Starmer, visitó Roma y elogió la política de Meloni en frenar drásticamente la llegada de migrantes enviándolos a Albania o devolviéndolos a sus países de origen.

Paradójicamente, Europa necesita a los inmigrantes para mantener sus economías y frenar su envejecimiento. Pero no los quiere. Levanta muros, los expulsa o los trata como un problema. Seguirán viniendo si no se exploran políticas migratorias integradoras en un marco legal compartido por todos los países de la UE.

Publicado en La Vanguardia el 18 de septiembre de 2024

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