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Unas personas miran un edifico derruido por los ataques aéreos de Israel en el sureste de Beirut. La escalada militar no traerá la paz en la región. El conflicto es endémico.

Unas personas miran un edifico derruido por los ataques aéreos de Israel en el sureste de Beirut. La escalada militar no traerá la paz en la región. El conflicto es endémico.

Ganar la guerra y perder la paz

Ha quedado demostrada la superioridad militar de Israel desde que ahora hace un año Hamas penetró desde Gaza en territorio israelí asesinando a más de mil ciudadanos hebreos. La respuesta del Gobierno Netanyahu fue fulminante. Se declaró la guerra a Hamas con el desplazamiento de cientos de miles de palestinos que buscaban una seguridad inexistente en una franja superpoblada y bombardeada con dureza.

Se buscó a uno de los jefes de Hamas de visita a Teherán en el mes de julio y fue asesinado con máxima precisión por un ataque aéreo israelí. Han muerto más de cuarenta mil gazatíes como consecuencia de una guerra que no se rige por el principio de proporcionalidad. La estructura de Hamas en Gaza está desmochada, pero la guerra sigue y la paz no se vislumbra en el horizonte.

La batalla se libra ahora en el sur de Líbano, donde otro grupo terrorista como Hizbulah, mucho más potente y más estrechamente relacionado con los ayatolás de Teherán, ha atacado repetidamente los territorios israelíes del norte de Galilea. La respuesta del ejército de Netanyahu ha puesto de relieve la capacidad táctica y tecnológica israelí, que se podría decir que ha cambiado la naturaleza de la guerra. Matar a cientos de milicianos libaneses a través de un dispositivo que el Mosad habría colocado en sendos teléfonos móviles o buscas es una sofisticación inesperada del arte de la guerra.

La semana pasada el Mosad rastreó y cazó en unos sótanos de un edificio de Beirut al jefe de las milicias libanesas, Hasan Nasralah, un personaje que en Beirut tenía más poder que el Gobierno libanés. Mientras Netanyahu hablaba en la ONU, el ejército israelí utilizaba la misma metodología que la CIA empleó para acabar con Bin Laden.

El primer ministro israelí no se refugió en unos sótanos como Obama para presenciar el desenlace de la operación. Dio la orden de ejecutar a Nasralah y siguió hablando desde una sala semivacía en la Asamblea General de la ONU.

Israel ha ganado todas las guerras que ha librado desde la fundación del Estado en 1948. Pero no vive en paz ni ha conseguido hacer las paces contra sus enemigos más recalcitrantes. Tiene relaciones con Egipto y Jordania. También con Marruecos. La posibilidad de un pacto con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos estaba trabajándose cuando se produjeron los ataques de Hamás el 7 de octubre del año pasado.

Al despertar de sus victorias militares se han encontrado que los árabes, los palestinos, los soldados sirios, las milicias cristianas y las diversas facciones musulmanas estaban derrotadas, pero seguían allí disputándose pedazos de tierra que todos entienden que es propia.

La invasión de Líbano de 1982 no terminó con la guerra civil interna ni tampoco con las amenazas de las milicias libanesas sobre el norte de Israel. Siendo ministro de Defensa Ariel Sharon se produjeron las matanzas de Sabra y Shatila, obra de las Falanges libanesas, cuyas calles y casas quemadas pudimos contemplar con Tomás­ Alcoverro en una de mis visitas a Beirut.

El país estaba destruido, pero ha resistido hasta ahora en medio del caos, las pugnas internas y los cientos de miles de refugiados que malviven en su territorio. Beirut fue la gran capital de Oriente, la Suiza del mundo árabe, nido de todo tipo de espías en los tiempos de la guerra fría. Transitar por escenarios bélicos, el turismo de guerra, es la mejor forma de conocer la historia de un país.

Alcoverro me llevó por la corniche, visitamos en un coche destartalado las ciudades bíblicas de Tiro y Sidón, con vestigios arquitectónicos de la antigüedad, subimos a las montañas drusas del Shuf y nos adentramos en las planicies del valle de la Beqaa hasta almorzar en el hotel Palmira de Baalbek. Allí se guarda todavía el libro de firmas en el que consta la del rey Alfonso XIII en una visita de hace poco más de un siglo.

Los israelíes se retiraron sin éxito ni gloria. Volvieron a invadir y se fueron en 2006. Ahora han entrado de nuevo en Líbano. No conseguirán la paz aunque ocupen la tierra. La superioridad militar no acabará con los históricos choques culturales y étnicos de una región que las tres religiones monoteístas consideran suya.

Publicado en La Vanguardia el 2 de octubre de 2024

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