La culminación con éxito de las elecciones parlamentarias de Irak representa una victoria múltiple, para la fe del islam, el pueblo de Oriente Medio y la democracia global, y una derrota clara para los enemigos de los valores religiosos y civiles responsables — en todas partes, en Estados Unidos como en Mesopotamia.
Los comicios fueron tan populares entre los iraquíes que los terroristas de Abú Musab al-Zarqawi observaron en la práctica una tregua durante la votación. Los principales medios occidentales, con su ignorancia torpe usual, malinterpretaron por completo este notable hito. Para los medios, Zarqawi hizo que sus efectivos criminales se hicieran a un lado temporalmente con el fin de animar a su electorado sunní a elegir democráticamente representantes que defiendan sus intereses.
En realidad, la decisión de la banda de Zarqawi de dejar que el proceso siguiera adelante sin una horrible orgía de sangre no tuvo nada que ver con un súbito acceso de entusiasmo democrático y electoral en la mentalidad del jefe terrorista. En lugar de eso, representó la clara exigencia de las masas iraquíes, árabes sunníes tanto como kurdos o chi´íes, de que nadie interfiriera en su derecho a ejercer una elección política. Zarqawi y compañía sabían que si combatían a las urnas con bombas y balas, perderían la poca credibilidad que les queda entre los sunníes iraquíes.
En términos de teología e ideología islámicas, no obstante, este revés táctico para los terroristas significa mucho más: representa la confesión de que su estrategia jihadista ha fracasado, y está en profunda bancarrota.
El terrorismo de Zarqawi, según lo considerado en la batalla por Faluyah y demás, ha descansado sobre tres pilares, todos extraídos de la doctrina de la secta wahabí, la religión estatal del vecino sur de Irak, Arabia Saudí:
- Odio a los chi´íes, condenados por los wahabíes como herejes;
- Rechazo a la soberanía popular, especialmente a la votación y las elecciones disputadas, en hombre de un gobierno orgánico puro que ha sido tema de controversia, y que raramente se ha cumplido, a lo largo de toda la historia islámica;
- Aplicación de los cánones de conducta wahabíes, incluyendo las prohibiciones del sufismo o espiritualidad islámica, establecidas en Irak desde hace tiempo y especialmente en su zona kurda, de la música, y de cualquier otra forma de vestimenta femenina distinta a la abaya saudí. Zarqawi hizo que sufíes, amantes de la música, y mujeres sorprendidas con vestimentas demasiado cortas para ocultar sus pies, fueran ejecutados en las calles de Faluyah. Ése fue el motivo por el que los habitantes de Faluyah, incluyendo muchos que se oponían a la intervención liderada por Estados Unidos, se revolvieron contra Zarqawi.
Al acceder a la participación sunní en las elecciones parlamentarias, Zarqawi y su panda de asesinos admitían que no podían imponer su falsa teoría de ciencia política islámica a sus presuntos suscriptores. Los sunníes elegidos para el parlamento se sentarán junto con chi´íes y cooperarán con sufíes kurdos en la construcción de un estado, una economía y una sociedad nuevas.
Puede que Zarqawi y sus secuaces continúen su oleada terrorista, gracias a la financiación, la incitación y el reclutamiento de los clérigos wahabíes de Arabia Saudí. Pero predigo que su impacto terminará pronto. Terminaría en cuestión de días si el Presidente George W. Bush llamara por teléfono al rey saudí Abdaláh y le respaldase ordenando que sus camaradas reales pro-wahabíes suspendieran el vínculo entre el estado y la secta fundamentalista.
Déjeme añadir otra predicción, tan sencilla como mirar por la ventana y ver el tiempo que hace. La paz y las reformas prevalecerán en Irak incluso con las tropas de la coalición y los americanos aún sobre el terreno, pero dejará de ser noticia para los principales medios. Nunca olvidaré el comentario del entonces editor local del San Francisco Chronicle, a quien ahorraré la vergüenza preservando su anonimato, después de que Violeta Chamorro, líder del movimiento civil antisandinista de Nicaragua, ganase las elecciones presidenciales de 1990. "Nicaragua ya no es noticia para nosotros", afirmaba el editor. Sin violencia de la que se pudiera culpar a Estados Unidos, no había noticia. En realidad, ha habido pocas noticias procedentes de Nicaragua en el Chronicle desde hace algún tiempo, porque el diario, al igual que la aplastante mayoría de los principales órganos mediáticos de Estados Unidos y Canadá, predijo con aire satisfecho y erróneamente que los Estalino-Sandinistas arrasarían en la votación. Se equivocaron.
"Si sangra, sube la audiencia", es un cliché de los principales medios. Pero tengo que añadir que la sangría solo es relevante cuando los medios pueden utilizarla para impulsar sus fantasías individuales acerca de Vietnam y hacer propaganda así de que las atrocidades norteamericanas en Irak cuentan más que las atrocidades en Chechenia.
El grado con el cual los principales medios, la academia y otros medios del estamento intelectual izquierdista occidental viven una fantasía mundial de autosuficiencia narcisista es extraordinario. Pero el fenómeno no es nuevo. Apareció de manera visible por primera vez durante la Guerra Civil española de 1936-39, el original ejemplar de lo que llamo la teoría de "dos guerras, dos mundos". La guerra española, según lo experimentado por la gente de ese atormentado país y que vincula temas sociales profundos, una historia sin resolver, y el impacto de lo que hoy llamamos globalización, fue completamente distinta de la guerra experimentada por intelectuales — de izquierdas principalmente — en lugares como Londres o Manhattan. Por esta razón, cuando George Orwell publicó un relato verídico de la guerra, Homenaje a Cataluña, vendió pocos ejemplares en Gran Bretaña, aunque hoy se considera el mayor trabajo político del siglo XX.
Un paradigma versátil fue establecido en España. La población se veía a sí misma luchando desesperada e incesantemente en favor de una visión de la libertad radical, incluso libertaria, que es el motivo por el que la mantuvieron durante tres años. Pero sus auténticas voces raramente eran escuchadas; en contraste, los izquierdistas extranjeros proyectaron la visión de que los inofensivos españoles defendían la paz frente a los agresores alemanes e italianos. De este modo, el enigma americano vs. europeo sobre el que he escrito por doquier — defensa de la libertad vs. búsqueda de la paz — también fue manifestado.
En España, la izquierda extranjera y parangones avant-la-lettre de medios relevantes tales como Herbert Matthews, del The New York Times, presentaron a Stalin como el mejor amigo de los antifascistas, cuando en realidad es que, tal como fue inmortalmente relatado por Orwell, las filas de la policía secreta del tirano moscovita se empleaban en minar a sus aliados ibéricos. Cuando la guerra española se convirtió en un conflicto entre Franco y Stalin, estaba perdida para la izquierda, puesto que los trabajadores y campesinos españoles no arriesgarían sus vidas por el dictador del Kremlin. Pero había crecido una leyenda acerca de España entre los comunistas de Brooklyn, que por entonces eran numerosos, y continúa siendo la principal narrativa para los intelectuales no españoles acerca de la guerra española. Es una "segunda guerra civil española" que no tiene casi nada en común con la verdadera guerra en la que perdió la vida gente real.
El fenómeno se repitió en Nicaragua y la antigua Yugoslavia. El conflicto genuino entre sandinistas y contras en la república posrevolucionaria de América Central era todo lo contrario a la guerra de propaganda entre los partidarios de los dos bandos en Washington. Los contras, campesinos indígenas nicaragüenses que luchaban por poco más que habas y arroz, eran retratados en los medios norteamericanos como mercenarios incitados por Ronald Reagan a saquear y violar. Pero se cometió más violencia por parte de los organismos armados del régimen sandinista, entrenados por alemanes del este, que por los contras. Al final, el pueblo nicaragüense votó a Chamorro, cuyo partido estaba asociado a los contras. Una vez más, la realidad sobre el terreno no tenía nada que ver con la verborrea de los medios norteamericanos y europeos.
En los Balcanes, las víctimas locales de los bombardeos aéreos, el fuego de artillería, los saqueos, la violación y otros crímenes de terror atestiguaron la agresión extensiva del régimen fascista serbio de Slobodan Milosevic. Pero una enorme proporción de los medios occidentales, liderados por el Times londinense pero apoyados también, según mi experiencia, por diarios tales como el San Francisco Chronicle, prefirieron informar en abstracto del "colapso de Yugoslavia", con el fin de proclamar la equivalencia moral entre los serbios y sus víctimas, o de reciclar las afirmaciones serbias de que estaban vengando los actos Nazis cometidos tres generaciones antes.
Así que los principales medios, después de entender erróneamente varios capítulos importantes de la historia moderna, desde España hasta América Central pasando por los Balcanes, han pillado mal Irak hoy. Han desarrollado una aparentemente incurable debilidad por los totalitarismos: desde el estalinismo, el sandinismo, el serbianismo, y hoy por los "carniceros", como se precian los fanáticos de Zarqawi.
¿Cuándo terminará? Quizá nunca. Una cosa es segura: los medios, que imprudentemente han exigido transparencia a la administración Bush por los errores cometidos en Irak, no admitirán sus propios errores. Pasarán a la próxima repetición de su fantasía acerca de Vietnam, y continuarán buscando la fama como derrotistas fieles al escándalo. El derrotismo es todo lo que los izquierdistas tienen para ofrecer hoy. Pero en Irak, y en el resto del mundo, el derrotismo se dispone a ser derrotado.