Hace seis años el cantante Javier Krahe grabó un videoclip en el que asaba como si fuera carne la imagen de un Cristo al que, bromeando, resucitaba a los tres días, un espectáculo sacrílego y provocativo para muchos católicos.
 

Una jueza acaba de imponerles a él y a la productora del video una fianza de 336.000 euros, previa a una multa por presunto delito “contra los sentimientos religiosos”, según el Art. 525 del Código Penal.
 

Calificación legal heredada de tiempos más supersticiosos, cuando se crería que Dios castigaba escarnios y blasfemias esparciendo grandes males entre quienes las toleraban: la iconoclastia, considerada gravísimo sacrilegio, dio origen en gran medida a la Inquisición.
 

Pero en tiempos actuales, cuando muchos creyentes de una religión que está aún en el medioevo asesinan a quien zahiera mínimamente a su fundador, Mahoma, es contraproducente que se mantengan castigos, aunque sean menores, para defender una fe que fue una base fundamental para la avanzada y liberal cultura occidental.
 

El progreso del mundo juedocristiano se manifiesta en que cuando se sienten heridos, sus ciudadanos muestran tolerancia, incluso templanza, virtud que hasta puede generar remordimientos en el agresor.
 

Es cierto que existe una ofensiva sutil y eficaz contra el cristianismo que pretende erradicar sus valores de occidente, mientras, crecientemente suicida, defiende y protege el islamismo.
 

Pero eso no justifica que haya asociaciones católicas que en lugar de ganar adeptos ejerciendo precisamente magnanimidad, respondan agresivamente casi con una jihad, una guerra santa, lo que estimula el rechazo y la cristianofobia de parte de la ciudadanía.
 

La querella contra Krahe fue la respuesta que dio en España el muy católico “Centro Jurídico Tomás Moro”, actitud neoinquisidora de los seguidores de una religión basada doctrinalmente en el amor y el perdón, pero que así genera numerosas antipatías y nula admiración.