Si algo demuestran todas las guerras es que ningún escenario, por improbable que parezca, puede ser descartado. Hay medio centenar de conflictos armados en el mundo, pero los que golpean a diario la conciencia global son el de Israel contra Hamas y el de Putin contra Ucrania. Las dos guerras tienen un componente ideológico y político, pero en las dos se pretende dominar por la fuerza un territorio fuera de las fronteras nacionales y que es considerado potencialmente hostil.
Pasé dos semanas en Israel en el mes de septiembre, justo antes de que Hamas perpetrara los atentados del 7 de octubre, que mataron a más de 1.200 judíos, lo que provocó la declaración de guerra contra Hamas por el Gobierno Netanyahu. Hablé con muchos hebreos sobre la situación del país y era unánime el mensaje de que Israel tenía el mejor ejército del mundo, unos servicios de inteligencia muy sofisticados y una industria armamentística puntera de referencia internacional. Nada hacía sospechar que en unos días empezaría una guerra que dura más de cinco meses, sin que se vislumbre en el horizonte una victoria ni un final pactado entre el Gobierno Netanyahu y la cúpula de la organización terrorista.
Lo mismo cabe decir de la guerra en Ucrania, que responde a una obsesión de Putin para recuperar un país que considera unido a la Rusia eterna por razones culturales, históricas y de civilización compartidas. Una guerra, también, para ocupar un territorio ajeno que dura ya dos años, con cientos de miles de muertos en ambos bandos.
En los dos conflictos se partía de la idea de que la superioridad tecnológica y militar de los ejércitos permitía vencer al adversario con menos tropas, con drones y con ataques activados desde la distancia. El arte de la guerra es muy viejo y no se gana ninguna batalla sin tropas que ocupen el territorio. Este concepto de guerra limpia, perpetrada por la tecnología supermoderna, fracasó rotundamente en Irak y en Afganistán.
Tampoco pudo Israel vencer a Hizbulah en Líbano pese a su apabullante superioridad tecnológica. Según Shlomo Ben Ami, cayeron en 33 días más misiles y cohetes que en Gran Bretaña durante toda la Segunda Guerra Mundial.
Tanto en Gaza como en Ucrania hay que tener en cuenta la proporcionalidad, un principio del derecho internacional y de las convenciones de Ginebra que prohíben atacar a la población civil. Además, permanecer en un territorio ocupado durante un periodo de tiempo prolongado ya no se considera una victoria sino un fracaso. La guerra en sí misma es siempre un fracaso de la humanidad que deja odios entre pueblos que solo con el paso del tiempo se logran olvidar, pero difícilmente borrar.
Putin no va a ganar la incorporación voluntaria del pueblo de Ucrania a las directrices del Kremlin. La fosa abierta entre Moscú y Kyiv es muy profunda y cada día más amplia como consecuencia de los ataques injustificados de Putin. La guerra terminará en cuanto callen las armas. Con un alto el fuego o un armisticio. Luego se podrá negociar. Corea del Norte y Corea del Sur siguen estando en guerra desde 1953 aunque el armisticio logró imponer una paz de facto en la península coreana. En la isla de Chipre cesaron las hostilidades en 1973, pero no se firmó la paz entre la parte turca y la griega. Lo mismo ocurrió en los altos del Golán, que desde 1967 están ocupados por Israel, pero históricamente son tierras pertenecientes a Siria.
Ni Israel ni Hamas van a rendirse. Tampoco lo harán Putin ni Zelenski. Homero puso en boca de Ulises unas interesantes y sabias palabras: “Amigos, vosotros seguís confiando en vuestras armas y en vuestro coraje. Pero mientras tanto vamos envejeciendo aquí sin gloria, y nos consumimos en una guerra sin fin. Hacedme caso: será con la inteligencia y no con la fuerza como nosotros conquistaremos Troya”. Y dicho esto regresó a Ítaca y vivió estimulantes y dramáticas aventuras por el camino.
Estas dos guerras han perpetrado ya cientos de miles de muertos. No son guerras locales, sino escenarios bélicos con repercusiones ideológicas, económicas y políticas mundiales. Si gana Putin, Europa se va a rearmar ante el espectro de una nueva guerra que sería inevitable e impredecible. Si Israel y los palestinos no consiguen un pacto duradero, vivirán indefinidamente como enemigos mortales dentro de una misma tierra que podría albergar la existencia de dos estados. Benjamin Franklin dejó escrito que no ha habido nunca una buena guerra ni una mala paz.
Publicado en La Vanguardia el 13 de marzo de 2024