Los británicos votan mañana, casi siempre lo hacen en jueves, y los franceses votarán el domingo en segunda vuelta. En los dos casos se trata de elegir los diputados de una monarquía parlamentaria o de configurar una mayoría en la Asamblea de una república presidencialista. Londres y París se han mirado siempre de reojo histórica y literariamente. Charles Dickens escribió la Historia de dos ciudades, París y Londres, en los años de la agonía borbónica hablando de “la era de la luz y de las tinieblas”. Chateabriand se refugió en Londres durante el Terror y empezó a escribir las Memorias de ultratumba, un texto contrarrevolucionario, en que relata también la visita personal que hizo a la casa del presidente George Washington a las orillas de Potomac.
George Orwell quiso experimentar los efectos de la pobreza extrema vivida personalmente, sin un penique en el bolsillo, debajo de los puentes del Sena y del Támesis. La traducción al castellano es Sin blanca en París y Londres.
Londres vivió la Revolución Gloriosa de 1688 y París la Revolución Francesa de 1789. Los estudiosos de esos dos cambios históricos hablan de que la inglesa fue incruenta y la francesa hizo correr ríos de sangre. Edmund Burke escribió las reflexiones sobre la Revolución Francesa, una crítica sin matices al cambio de régimen en Francia.
La admiración y el odio entre ingleses y franceses se han prolongado hasta hoy. Churchill y De Gaulle se toleraban porque se necesitaban, pero sus relaciones personales y políticas fueron pésimas. Lo más probable es que el jueves los laboristas regresen al poder tras 14 largos años de hegemonía conservadora en el Reino Unidos y que Francia entregue el protagonismo y quizás el gobierno a una formación de extrema derecha. Inglaterra es multicultural por una descolonización precipitada y desordenada, mientras que Francia es igualmente multicultural de facto aunque con una gran carga de conflictividad social.
Las decisiones frívolas de los políticos suelen tener consecuencias irreparables. Pienso que el Reino Unido cometió un error que ha tenido inesperadas consecuencias. El primer ministro David Cameron promovió frívolamente aquella consulta del Brexit pensando que calmaría el ala euroescéptica de su partido y se encontró con un país partido en dos en el que los agitadores recurrieron a la mentira continuada para convencer a los británicos de que todo lo que venía de Bruselas era diabólico.
Tal fue la deriva populista de los Boris Johnson y de los Nigel Farage que el país ha entrado en una deriva pesimista en que ha elegido a cuatro primeros ministros en ocho años. A lo hecho, pecho y hoy el Reino Unido se arrepiente, y así lo expresa en las encuestas, de haber seguido a aquellos indocumentados flautistas de Hamelín. Keir Starmer, si gana las elecciones de mañana, tendrá que apechugar con las consecuencias de la decisión precipitada e imprudente de Cameron.
Lo mismo cabría decir del presidente Macron, que el 9 de junio, cuando todavía se escrutaban los votos de las elecciones europeas, salió para anunciar a los franceses que convocaba elecciones legislativas con el propósito de frenar el paso a la ultraderecha, que acababa de hundir la mayoría presidencial de Macron doblándole en votos y escaños en las europeas.
El error de Macron es haber creído que el miedo a la extrema derecha o al Frente Popular que se formó en pocos días agruparía el voto centrista en su partido por el solo hecho del valor mimético que se otorga a la presidencia. El problema es que Macron no tiene partido, ni ha sido alcalde ni ha sido elegido para cargos menores, cercanos a los franceses. Exhibió su juventud pasando de la banca Rothschild a ministro de Economía con el presidente socialista François Hollande, abandonó el gabinete pensando que tenía la solución para resolver los profundos problemas de Francia, tan propicia al desánimo y a las percepciones pesimistas.
Fundó un partido sin apenas afiliados. No tiene seguidores. En vez de quedarse quieto el 9 de junio tras una remarcable derrota, tentó a la suerte. Antes de las elecciones tenía 250 diputados en la Asamblea y el domingo por la noche se calcula que tendrá entre 80 y 90. Los dioses ciegan a los que quieren perder, dice un proverbio griego. Dos europeístas, Cameron y Macron, para salvarse a sí mismos, han causado un grave daño a Europa.
Publicado en La Vanguardia el 3 de julio de 2024