América, Política

Venezuela: el ocaso de la MUD

La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que ha agrupado hasta ahora a la oposición venezolana, pasó esta semana a mejor vida. Lo que surja en el futuro, incluso en el caso improbable de que retuviera ese nombre, será una criatura muy distinta.

Antes de darle cristiana sepultura, es justo reconocer lo importante que fue y lo que hizo. Gracias a que convergieron en ella en su momento los mejores hombres y mujeres de la oposición, Venezuela ha tardado muchos años en parecerse a Cuba. El proyecto de Chávez era, desde los inicios, consolidar su poder de tal forma que tarde o temprano pudiera conducir a Venezuela a un comunismo tropicalizado, pero coherente con el principio esencial de concentración del poder político y el poder económico en una sola mano. La resistencia democrática retrasó la puesta en práctica de ese proyecto de múltiples formas y transmitió, ante una población que gradualmente iba malquistándose con el gobierno, la esperanza de un cambio.

Eso fue lo que permitió, en distintos momentos, que una avalancha de gente se lanzara conmovedoramente a las calles. Si la MUD no hubiera conferido una cierta homogeneidad a la oposición y plantado cara al poder durante una década, hace mucho rato que Venezuela sería una segunda Cuba. En esa Venezuela ya no habría sido posible nada parecido a las manifestaciones masivas de 2014 y 2017 que remecieron las estructuras del poder, mantuvieron en vilo al mundo y catapultaron al martirio a algunos cientos -y al heroísmo a varios miles- de venezolanos.

La MUD, recordemos, surge en parte como consecuencia de la candidatura opositora de Manuel Rosales en 2006. Esa candidatura, que abanderó a una oposición unida por primera vez, fue derrotada por la mole chavista con los métodos habituales, aunque hay que reconocer que el régimen gozaba todavía de una base popular importante, construida con los ingredientes típicos: un caudillo carismático, un furibundo relato populista y refundacional, una propaganda ubicua, un clientelismo costosísimo y un Estado politizado hasta el tuétano. Tras la derrota, la unidad se mantuvo, pero le faltaba una estructura permanente. Ella nació en dos tiempos: un documento en 2008 y una organización definitiva en 2009.

Para entonces, y no sin enorme esfuerzo previo, la idea de la unidad ya era incontestada entre los adversarios del chavismo. En gran parte gracias a esa unidad -aún desorganizada pero real- es que en 2007 la oposición había logrado derrotar a Chávez en el referéndum con el cual el gobierno pretendía establecer el Estado socialista y eternizar al caudillo (aunque lo perdió, Hugo Chávez acabó aplicando la propuesta por vía inconsulta, pero esa es otra historia).
La MUD, que en 2010 decidió abstenerse de participar en los comicios para la Asamblea Nacional, tuvo dos etapas de gloria posteriores. La primera fueron las elecciones primarias de cara a las elecciones presidenciales de 2012, cuando en pleno régimen antidemocrático fue capaz de darle a Venezuela una visión clara de cómo sería el país del futuro si se lograba la victoria en las elecciones presidenciales. Esas primarias legitimaron la candidatura presidencial opositora de Henrique Capriles ante millones de electores y la comunidad internacional. El segundo momento de gloria fue el de 2015, cuando la MUD, a diferencia de 2010, aceptó participar en los comicios legislativos. Allí derrotó al oficialismo, sepultando bajo una montaña de 7,7 millones de votos la propaganda oficial y el escepticismo internacional sobre la viabilidad opositora.

Entre una gloria y otra hubo dos elecciones presidenciales que Carriles perdió, muy probablemente con ayuda de un fraude, la primera vez frente a Chávez en 2012 y la segunda, fallecido el caudillo, ante Nicolás Maduro en 2013. En 2015, fortalecida por las protestas masivas de 2014 que habían causado muertos y provocado el encarcelamiento de varios opositores importantes, entre ellos Leopoldo López, la MUD pareció llevar a Venezuela a las puertas de la transición democrática. La ilusión naufragó porque Maduro vació de poder esa Asamblea Nacional de mayoría opositora, aceleró la cubanización de Venezuela y desató una violencia espeluznante. No sólo contra la dirigencia de la MUD: también contra los estudiantes y organizaciones civiles de distinto tipo.

Estaba claro, o debería haberlo estado, que Venezuela había dado un salto cualitativo hacia el objetivo que había perseguido el difunto caudillo. Así lo entendió la población, que apoyó el pedido de referéndum revocatorio que la oposición pedía y que la propia Constitución chavista permitía. Desde entonces, la confrontación con el poder se intensificó. El gobierno violó sistemáticamente su propia ley de leyes para impedir el referéndum y se dio el lujo de postergar las elecciones regionales programadas para finales de ese año.

Ya para entonces habían surgido muchas divergencias entre los propios miembros de la MUD. En 2013, por ejemplo, hubo muchas tensiones internas cuando un sector quiso lanzarse a la resistencia civil para denunciar el fraude contra Capriles y otro se opuso. Las discrepancias se habían acentuado en 2014 con la falta de consenso sobre la necesidad de salir a las calles, opción que defendieron Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, pero que otros, incluido Capriles, creían inoportuna. A pesar de todo, la MUD seguía nucleando a gran parte de la resistencia democrática. Un sector de la población, especialmente los jóvenes, sin embargo, parecía estar dos pasos por delante de ella, tomando iniciativas por su cuenta, a las que luego la unidad opositora acababa, a veces a regañadientes, sumándose.

Era razonable dudar que se mantuviera esa unidad ante las próximas pruebas: nada agudiza más las diferencias entre miembros de una oposición bajo un régimen de fuerza que la ausencia de triunfos. El año 2016 trajo derrotas políticas ante el aplastante “juggernaut” chavista; el oficialismo logró evitar la convocatoria a un referéndum revocatorio y a unas elecciones regionales que amenazaban con ser para él aún peores que los comicios legislativos de 2015 para el oficialismo. Así, Maduro tenía garantizada la continuidad hasta las próximas presidenciales, en 2018.

A inicios de este año hablar de la MUD como sombrilla de la oposición o de la resistencia democrática era estirar mucho la liga, pero a pesar de todo ella tuvo vida para una prueba más: la Asamblea Nacional Constituyente que Maduro y el chavismo querían imponer para cerrar la Asamblea Nacional, es decir el Parlamento democráticamente elegido, y acabar definitivamente con la república a fin de sustituirla por un régimen de inspiración cubana.

El resultado de esa prueba está fresco en la memoria de todos los que prestan algo de atención a Venezuela: en julio la oposición logró convocar, a espaldas del gobierno, un plebiscito para impulsar la transición. Sufrió las de Caín para que el voto fuera posible, pero logró forzar las cosas y llevarlo adelante. Obtuvo con ese plebiscito una victoria importante a mediados de este año, pero Maduro, pocos días después, hizo elegir, sin participación opositora y ante las protestas de la comunidad internacional, ya en guardia contra la cubanización de Venezuela, su Asamblea Nacional Constituyente. Una vez que la instauró en el mismo lugar donde funcionaba el Parlamento, convocó las elecciones regionales que había postergado en 2016, en parte para evitar sanciones por parte de la Unión Europea. La MUD, firmando su sentencia de muerte una década después de nacida, aceptó participar en ellas cuando no había la menor posibilidad de triunfar, pues las reglas de juego y el contexto social no eran ya, ni remotamente, los de 2015.

La lista de irregularidades en el proceso electoral, que ha hecho que un gobierno al que según las encuestas rechaza casi el 80% de la población obtenga 18 gobernaciones contra cinco de la oposición, es larga. No hace falta enumerar su contenido porque es muy conocido. Pero no sería inteligente de parte de ella negar que, además de las trampas del oficialismo, ha jugado un papel importante en el sorprendente resultado (las encuestas vaticinaban, según la participación que se registrara ese día, una victoria de la MUD) el desencanto de cientos de miles de votantes. La emigración, que es una de las formas del desencanto, y la abstención, que es la otra, han contribuido a la disminución del voto de la MUD. La pregunta lógica que se hacían muchos votantes, según testimonios recogidos con posterioridad, es ¿por qué la MUD, que no participó en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, me pide ahora que participe, apenas tres meses después, en las regionales?

A la paliza electoral sufrida por la MUD se sumó la humillación autoinfligida de cuatro de los cinco gobernadores electos de la oposición. Los cuatro aceptaron juramentar sus cargos ante la Asamblea Nacional Constituyente, que la comunidad internacional no reconoce y que la propia MUD juzga ilegal. Tres de ellos, además, acudieron a la invitación de Nicolás Maduro para intercambiar sonrisas. El único gobernador electo de la oposición que no aceptó juramentar el cargo ante la Asamblea Nacional Constituyente, Juan Pablo Guanipa, de Zulia, el estado petrolero, salvó la honra de la MUD, pero no la unidad. Casi de inmediato ella se fracturó cuando varios partidos denunciaron la “traición” de los gobernadores de la oposición, todos pertenecientes al histórico partido Acción Democrática de Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez.

La unidad ha volado por los aires. Unos justifican la colaboración con el oficialismo (“la alternativa es la cárcel o el exilio”, dijo Laidy Gómez, una de las gobernadoras de la oposición que bajó la cabeza), otros anuncian que no participarán en las elecciones municipales del próximo año (Voluntad Popular, de Leopoldo López, por ejemplo), hay quienes ya impulsan iniciativas por su cuenta para tratar de refundar la unidad desde fuera de la MUD (Antonio Ledezma) y quienes pretenden que todo siga igual.

Hubo un momento en que Cuba se convirtió en Cuba. Es difícil fijar con precisión ese punto, pero fue el momento en que los múltiples y heroicos esfuerzos de la primera hora por impedir la consolidación del régimen comunista fueron derrotados por el desánimo, la emigración y la sensación de impotencia que inundó el espíritu de cientos de miles de cubanos que no comulgaban con el castrismo. No sabemos si Venezuela se está acercando a ese momento (las diferencias de contexto con aquella Cuba son importantes), pero uno intuye que nunca estuvo este país tan cerca del fatídico parteaguas. Dependerá de los líderes críticos de la MUD -y de ese factor imprevisible de la historia con mayúsculas que es la suerte- el que se llegue muy pronto o no.

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