Europa, Política

Recordando a Brzezinski: Las complejas relaciones con Rusia

La geopolítica de Zbigniew Brzezinski, fallecido este año, puede dar pistas para tratar con Rusia, que bajo Putin vuelve a ser, de otra manera, motivo de inquietud para Occidente.

Las relaciones EE.UU.-Rusia pasan por una serie de turbulencias, que son incapaces de edificar una asociación más o menos constructiva. En la América de Obama ya se miraba con una cierta inquietud el continuo entendimiento entre Rusia y China para oponerse por sistema al hegemón norteamericano, aunque esto supusiera un desplazamiento de la concepción geopolítica de Rusia hacia un modelo más euroasiático y menos europeo.

Pero en la América de Trump, que supuestamente iba a construir con Moscú una relación mucho más consistente que el reset preconizado por Hillary Clinton en su época de secretaria de Estado, las cosas no van mejor sino todo lo contrario. Las sanciones aprobadas por el Congreso, a mediados de agosto, y suscritas a regañadientes por el presidente Trump, pretenden castigar las injerencias rusas en Ucrania y en las elecciones americanas, pero pocos analistas ven las ventajas para la política exterior estadounidense. Las sanciones tienen supuestamente el objetivo de advertir a los rusos que cesen en sus injerencias, pero la opinión pública rusa, bastante influida por el Kremlin, solo percibe esas sanciones como un modo hostil de “debilitar” a Rusia, y además, al haber sido decididas unilateralmente por el legislativo americano, incomodan a los aliados europeos de Washington.

Tampoco estaría de acuerdo con ellas Zbigniew Brzezinski, el exconsejero de seguridad nacional de Jimmy Carter, y uno de los analistas políticos más influyentes en EE.UU., que falleció el pasado 26 de mayo, cuando estaba a punto de cumplir los noventa años.

La “rusofobia” de Brzezinski

Los obituarios publicados entonces, como el del New York Timesparecieron complacerse en la supuesta “rusofobia” de Brzezinski, hijo de un diplomático polaco que halló refugió en la América de los inicios de la guerra fría. No solo se insistió en su hostilidad a Rusia sino también en lo que se consideraron sus fracasos políticos: el apoyo a los mujaidines contra los soviéticos en Afganistán, la ruptura de las negociaciones SALT II con la URSS, el fallido intento de rescatar a los rehenes de la embajada americana en Teherán…

Las críticas hacían también hincapié en un clásico contemporáneo de la geopolítica, El gran tablero mundial, escrito por Brzezinski y publicado en 1997, donde había insistido en el peligro de unos Balcanes centroasiáticos en las antiguas repúblicas de la URSS y resaltado el valor estratégico de Ucrania como instrumento de contención de cualquier expansionismo ruso. De alguna forma, el libro resucitaba la vieja teoría del heartland, clave del dominio mundial, que ya había sido expuesta por el estratega británico Halford J. Mackinder en 1904: el control de Europa del este y de Asia Central es indispensable para convertirse una potencia mundial. Por tanto, en los inicios del siglo XXI habría que contener a Rusia para que no recuperara esas zonas de influencia perdidas al terminar la guerra fría. En consecuencia, las credenciales antirrusas de Brzezinski estaban servidas.

Esos artículos apresurados, que hacen el balance de una vida en no demasiadas líneas, olvidaron, sin embargo, la última obra escrita por el analista americano, Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power (2012), a la que no podría acusarse de “rusofobia”, si bien sus tesis, vistas hoy en día, parecen difíciles de poner en práctica. En ellas se apostaba por la integración de Turquía y Rusia en Occidente con una fecha concreta, la de 2025. No se equivocaba Brzezinski en la importancia de estos países, un tanto solitarios y desorientados en el escenario geopolítico pese a proclamar la “resurrección” de los respectivos orgullos nacionales que sirven para maquillar sus debilidades internas. Sin embargo, los dos países asumen en la actualidad una postura de distanciamiento con Occidente y una política exterior orientada hacia Asia y Oriente Medio, aunque los resultados prácticos están por ver.

La asociación con China no conviene a Rusia

En el caso de Rusia, Brzezinski apostaba por la distensión en las relaciones ruso-americanas, y lo siguió repitiendo, pese al conflicto de Ucrania y la anexión de Crimea. No creía que las cosas cambiaran durante la presidencia de Putin, pero sí con el paso de los años. El analista americano recomendaba a Rusia justamente lo contrario de lo que Moscú hace ahora: no establecer una alianza con China, si es que realmente los chinos han hecho alguna vez auténticas alianzas con países extranjeros, porque en el espacio de Asia Central, Rusia quedará reducido a un actor secundario, tal y como demuestra el proyecto chino de la nueva Ruta de la Seda que, entre otras cosas, conllevará una pérdida progresiva de influencia de Moscú en las ex repúblicas soviéticas de la región.

Tampoco es un secreto que Ucrania aspira a establecer vínculos económicos con China pues su territorio es paso obligado hacia la UE del gran proyecto chino de infraestructuras.

En este contexto, Rusia y su Unión Euroasiática, presentada como alternativa a la UE, terminarán por salir perjudicadas. Sin ir más lejos, Brzezinski pronosticaba en 2016 que la Unión Euroasiática entraría en una lenta e inexorable crisis en unos diez años. Por lo demás, en una asociación con China, Rusia saldrá perdiendo, a largo o medio plazo. Los chinos no han olvidado los tratados desiguales que les impuso el imperio zarista a mediados del siglo XIX. Pero no les hará falta solicitar una reversión territorial. El poder económico globalizado, que Rusia no tiene, desempeña un papel mucho más importante.

Rusia como potencia europea y la relación con Ucrania

En lugar de empeñarse en mirar a las estepas de Asia Central y a los mitos de Gengis Khan, de los que se valió por cierto el estalinismo para oponerse a las potencias imperialistas occidentales, Rusia tendría que aspirar a convertirse en un gran país europeo en el contexto de una Europa con cierto peso geopolítico en el mundo. Esta era la opinión de Brzezinski, a la que algunos podrían haber opuesto la visión de una Europa debilitada y dividida, y en la que Rusia intenta seducir a algunos países del centro y sureste de Europa, miembros o no de la Unión. Para el estratega americano, estos no dejarían de ser aspectos circunstanciales, porque, en su visión de realismo político, seguiría abogando por la distención entre Rusia y Europa. En consecuencia, está lejos de defender una Ucrania, posible miembro de la OTAN, con la finalidad de contener a Rusia. Sería un error de graves consecuencias, al igual que vender a Kiev armamento americano de carácter ofensivo.

Por el contrario, en abril de 2017, Brzezisnki afirmaba que Ucrania debería construir una relación cooperativa con Rusia en su propio interés, aunque esto estaría supeditado a que los rusos buscaran un acercamiento a Europa.

Con todo, la propuesta del analista americano no es muy viable por el momento, dados los odios desatados por el conflicto ucraniano, que para unos es casi el retorno de la gran guerra patriótica de 1941-45, en la que Rusia, acosada por los occidentales, sale en defensa de sus hermanos del este de Ucrania. Para otros, es la lucha por la independencia nacional, con poco interés en Occidente con la excepción de Polonia, que conlleva una ruptura total con la cultura y la historia rusas presentes allí desde hace siglos. En realidad, el conflicto desatado en 2014 es la consecuencia de la desaparición del delicado equilibrio de Ucrania entre Rusia y Europa. Al inclinarse el gobierno ucraniano por esta última, aunque los europeos ya estaban cansados de ampliaciones de la Unión, el equilibrio se rompió y se produjo la intervención rusa. La propuesta de Brzezinski tendría cierta viabilidad si el equilibrio se recuperara.

El triángulo EEUU-Rusia- China

La política exterior de Trump no apuesta por una cooperación con China que sirva de contrapeso a Rusia, que es lo que defendieron en su día Kissinger y Brzezinski frente a la URSS; pero tampoco consigue iniciar una nueva etapa en las relaciones con Moscú, lo que demuestra que la presidencia no es todopoderosa y que las Cámaras tienen mucho que decir con un consenso claramente bipartidista, algo no frecuente en la política americana de hoy. En contraposición, el realismo de Brzezinski, coincidente en gran manera con el de su rival político y académico Henry Kissinger, preconizaba una asociación estratégica de EE.UU. con Rusia y China, en la que Washington ejercería un papel indispensable.

Nada de esto se refleja en la política de un presidente ausente, al que le gusta más hacer de animador político. La teoría es el retorno del viejo principio del equilibrio, pero también la confirmación de que el punto más débil de ese triángulo sería precisamente Rusia, a la que no convendría dar la espalda a Europa. La pelota, tal y como decía Brzezinski unas semanas antes de su fallecimiento, está del lado ruso. Sin embargo, el analista tampoco albergaba demasiadas esperanzas de que Putin y su círculo interior tuvieran su amplia visión estratégica. / aceprensa

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