Política

Annápolis vaticina el declive del Primer Ministro israelí

“La paz se logra a través de concesiones. Todos sabemos eso”, decía un acosado Primer Ministro israelí Ehud Olmert ante un surtido de empresarios la semana pasada, dando a entender que partes de Jerusalén podrían ser ofrecidas a los palestinos a cambio de paz.

Jonathan Schanzer y Asaf Romirowsky
No es la primera vez que Olmert hace indicaciones de estar dispuesto a dividir la capital de Israel. El mes pasado sopesaba en público si era realmente necesario o no “añadir también los campamentos de refugiados de Shuafat, Sawakra, Walaje y otras aldeas, y definirlas como parte de Jerusalén”.

A juzgar por la trayectoria de otros primeros ministros israelíes desesperados que han subido a Israel a la mesa de subastas, el tiempo de Olmert en el cargo probablemente esté tocando a su fin.

Las recientes declaraciones del primer ministro en la cumbre de Annápolis solamente pueden verse como último esfuerzo desesperado por reanimar su mortecina presidencia. Tras manifestar una total falta de liderazgo durante la confrontación de Israel del verano pasado contra Hezbolá en el Líbano, son pocos los israelíes que tienen alguna confianza en su primer ministro. En la práctica tiene cifras de popularidad miserables (un máximo del 2% en las últimas encuestas), con los contrincantes políticos volando como aves de rapiña esperando el momento apropiado para saltar.

Olmert persigue ahora la paz con los palestinos a cualquier precio en una tentativa desesperada por asegurarse un lugar en la historia del mundo, sabiendo perfectamente bien que los libros israelíes de historia no van a ser amables. Esto encaja en una tendencia triste pero familiar, de otros primeros ministros israelíes controvertidos de la historia reciente.

Tómese por ejemplo a Ehud Barak, actual Ministro de Defensa de Israel. Bajo presión de la administración Clinton a lo largo de las conversaciones de Camp David de julio del 2000, se convertía en el primer premier israelí en considerar oficialmente volver a dividir Jerusalén. A pesar del hecho de que esto enfurecía a la mayoría del público israelí, como se manifestaba en las encuestaas, el acosado Barak siguió adelante. Cuando las conversaciones fracasaron finalmente gracias a la intransigencia de Yasser Arafat y los palestinos lanzaban la intifada de Al-Aqsa, Barak era culpado de la violencia, lo que condujo a un desplome aún más marcado de su popularidad. Ariel Sharon se presentaba para ganar las elecciones de 2001 por un margen del 63%.

La popularidad de Barak, en caída libre antes incluso de la intifada, estaba vinculada inseparablemente a la disposición de la dirección israelí a violar los límites bien establecidos de Israel: nada de dividir Jerusalén, nada de retorno a las fronteras de 1949, nada de retorno de refugiados árabes, y ningún ejército extranjero al oeste del río Jordán. Pero, confrontado con una herencia de fracasos, Barak se aferraba a la noción de un acuerdo de paz que garantizara in extremis su sitio en la historia cediendo parte de Israel. A la larga solamente garantizó su derrota.

También se puede argumentar lo mismo de Shimon Peres, que se convertía en primer ministro por defecto en 1995 tras el asesinato de Yitzhak Rabin, y que también se aseguró su propia caída en desgracia subastando Jerusalén como concesión a los palestinos. Arquitecto del proceso de Oslo, Peres presionó con tenacidad para avanzar la paz incluso cuando Israel estaba bañado en sangre por la brutal campaña de atentados suicida de Hamas y la Jihad Islámica de los palestinos. A pesar del hecho de que la Autoridad Palestina nunca metía en cintura a Hamas, Peres nunca dejó de presionar por la paz. Y nunca retiró Jerusalén de la mesa de negociaciones. En su lugar, permitió que los palestinos celebrasen elecciones en Jerusalén en 1996, lo cual fue visto en gran medida como vaticinio de probables concesiones futuras. Así, cuando Benjamin Netanyahu desafiaba a Peres en los comicios siguientes, insistía en el compromiso a ciegas de Peres con un proceso de paz en ruinas y acusaba a Peres de rendir hasta el control de la capital. Solamente esto, por sí solo, pudo haberle costado a Peres las elecciones.

Cuando Olmert, Barak, y Peres invocaron el fantasma de Jerusalén, su esperanza de vida política había caducado por completo. En realidad, cuando un político israelí debate el destino de Jerusalén para complacer a los negociadores palestinos o al Departamento de Estado norteamericano, está indicando al público israelí que ha renunciado al apoyo popular. En su lugar hacen el último esfuerzo desesperado por asegurarse un lugar en la historia.

Los comentarios recientes de Olmert acerca de dividir Jerusalén son una señal de que casi seguro, hay nuevas elecciones israelíes a la vuelta de la esquina. Al rechazar proceder discretamente, están poniendo en peligro la unidad de la capital de Israel en el preciso momento en que su momento en la historia toca a su fin.

Jonathan Schanzer es el editor de la revista inFocus Quarterly. Asaf Romirowsky es miembro permanente del Middle East Forum y director de la oficina de Asuntos de Oriente Medio.

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