Política

Cuidado con Putin

Según las circunstancias, Putin actúa con la sangre fría de un ejecutor profesional y no existen en Rusia instituciones jurídicas capaz de cuestionarlo.

editorial
Durante los últimos cuatro años, la palabra que el presidente de Rusia, Vladimir
Putin, ha usado para definir los problemas que acucian a su país es
“normalización”. Es un eufemismo que puede siginificar “diálogo”, “pacificación”
y hasta “exterminio”. Según las circunstancias, Putin actúa con la sangre fría
de un ejecutor profesional y lo hace porque no responde a tradición democrática
alguna, ni existen en Rusia instituciones jurídicas capaz de
cuestionarlo.

En las elecciones de Ucrania, se quedó solo afirmando que
las elecciones habían sido “transparentes” y que el candidato oficialista que él
apoyaba, Víctor Yanukovich, era un justo ganador. Según los medios rusos, Putin
habría dicho irónicamente que la segunda vuelta “se puede repetir 2 veces, 3, 4
y hasta 25, hasta que una de las partes obtenga el resultado que busca. Pero eso
no lleva a nada”.

El único que no quiso reconocer el fraude fue él, y eso
generó roces verbales con autoridades de EEUU que luego fueron apaciguados con
elogios y fotos amistosas. A Putin le irritó que la UE y EEUU salieran en
defensa de los ucranianos porque él, acostumbrado a gobernar mafiosamente,
necesita a Ucrania, necesita el gas ucraniano y hará cualquier cosa por mantener
a Occidente al margen. Pero aunque sus métodos son escandalosos, Bush lo
necesita de aliado porque Rusia hoy es una fuente de inestabilidad y de
inquietud en el contexto internacional, y él no puede combatir en todos los
frentes. Además, Bush necesita despojar a Ucrania de Rusia en recompensa al
gobierno de Kuchma por haber colaborado en Irak con el envío de 1.600 soldados.
Y eso para Bush no tiene precio.

Putin no es un aliado incondicional de
Bush y piensa en muchos aspectos diametralmente distinto. El líder ruso es el
portavoz en el poder de una oligarquía vinculada a los intereses petrolíferos
que cuenta con el aval nada despreciable de la familia Yeltsin y de los
personajes que han adquirido a precio de saldo, en los últimos años, las
principales petroleras privatizadas: Boris Berezovsky y Roman Abramovich
(SIDNEFT), Mijail Khodorkosky (ex dueño de YUKOS, y que está hoy en prisión por
supuestos fraudes contables), Valdímir Potanin (SIDANKO), el presidente del
monopolio de gas natural Rem Vyajirev (GAZPROM) y el director de la principal
empresa petrolífera rusa Vagit Alekperov (LUKOIL). Su visión de las relaciones
exteriores es mucho más precaria y rústica que la del primer mandatario
norteamericano.

Por último, un tema a tratar en la cumbre que mantendrán
en febrero será la posibilidad de huida de las repúblicas del Caúcaso sur
(Georgia, Armenia, Azerbayan) hacia el ámbito de influencia de Turquía, aliado
de los Estados Unidos y ahora de la UE. Putin no desea tener más “chechenias”
–con una le alcanza y le sobra- y tampoco puede arriesgarse a perder el apoyo
del orgulloso y prepotente nacionalismo ruso con otras posibles tentaciones
separatistas.

Para lograr ese objetivo Putin necesita el apoyo de Bush.
Ante este escenario, Borges una vez más diría que no los une el amor sino el
espanto.

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