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Derechos, antojos y algoritmos

«Moderación es que no te importe a quién reza, vota o besa el ciudadano» (Borja Sémper). Si no he entendido mal, propuesta tan sensata se formula como una invitación a algo tan necesario, en cierto ámbito político, como animar a la derecha a centrar su voto. El problema es cómo determinar dónde se sitúa el centro y si tal operación lleva consigo –por activa o por pasiva– terrenos fronterizos con los señalados. Habrá que dar por supuesto que España es un Estado laico, como ha dejado repetidamente claro el Tribunal Constitucional, optando por lo que califica como «laicidad positiva», que implica que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones» (artículo 16.3). Si a ello añadimos que es obligado descartar toda discriminación por razón de sexo (artículo 14), de modo que cada cual –Covid superado…– pueda besar a quien buenamente se deje, la propuesta de moderación quedaría reducida a tratar con amabilidad a los vecinos, voten a quien voten; lo cual no parece mucho pedir.

Quizá haya que buscar algún criterio más explícito. Sin dejar la Constitución, y comenzando por el principio (articulo 1.1), se nos plantean como valores superiores de nuestro ordenamiento la libertad, la igualdad y la justicia. Malentenderíamos la propuesta si pensáramos que se nos está hablando de tres valores, a la hora de responder a la pregunta básica: a qué tenemos derecho. En realidad, la justicia no es algo distinto de la libertad o de la igualdad, sino precisamente su ajustamiento, que nos marcará la diferencia entre un derecho y un antojo.

Cualquier intento de autodeterminación individual, ignorando la existencia de nuestros iguales, sería por definición antijurídico. Del mismo modo, también lo será cualquier empeño de imponer a los demás que se comporten en todo como más nos guste. La paradoja consiste en que es la justicia la que nos determinará el auténtico centro. Aunque el léxico legal nos hable de «aplicación» de la norma, a la hora de la verdad, encubrirá una «interpretación» rebosante de los valores a ajustar. El deseado núcleo central de lo jurídico encierra una operación nada aséptica, porque obliga a ponderar de continuo libertad e igualdad.

No podemos olvidar otro valor superior no menos constitucional: el pluralismo político, que lleva consigo que lo que a unos les parece más justo a otros se lo parece menos. Esto solo nos abre dos posibilidades: o la búsqueda del centro es un empeño inútil o, por el contrario, habrá que considerar como tal el limpio resultado del pluralismo político; lo que obliga a recordar –perdónese la obviedad– que pluralismo viene de plural.

La renovada polémica sobre el aborto nos ha ofrecido en estos días ejemplos elocuentes. En un editorial a toda plana se ha podido leer: «Aborto libre en España. El aval del Constitucional a la ley de Rodríguez Zapatero consagra definitivamente un derecho central de las mujeres», diga lo que diga el Tribunal Supremo norteamericano; lo cual –en pleno invierno demográfico– no deja de tener su mérito. Ya es sabido que, por acá. los vanguardistas tienen por norma llegar tarde a todas las ferias. A la vez –a la búsqueda del centro, en los aledaños del señor Sémper– se sugiere: el PP no hará campaña contra la ley del aborto porque sería «caer en la trampa del Gobierno».

El ejemplo elegido no es casual. La izquierda maneja un relato repleto de valores y derechos. Donde nos los hay, se los inventa; aunque luego –por ignorancia técnica– acabe resultando que ‘solo el no es no’. En una polémica sobre derechos fundamentales, ¿hay que dar por hecho que la postura moderada es «no sabe, no contesta»? Es comprensible que para el PP no sea Vox el vecino soñado; pero quizá lo sea menos que ello le pueda llevar a identificar el centro con el vacío o incluso –profundizando– con el agujero. Sin duda en boca cerrada no entran moscas, pero no hay pluralismo cuando más de uno renuncia a mostrarse plural.

Quizá todo esto suene demasiado teórico, en pleno auge de los algoritmos. Puede que se hayan hecho las pertinentes cuentas y se calibre que los votos que les puedan llover del cívico centro menguante superarán con creces a los que acaben regalando a Vox con su mutismo. A los que, más de una vez, los han votado, solo les quedará desear que Santa Lucía les conserve la vista.

ANDRÉS OLLERO. Magistrado emérito del Tribunal Constitucional.

Este artículo fue publicado originalmente en ABC el 21/02/2023.

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