Oriente Próximo

El avance burgués de Pakistán

En estos días, el dictador de Pakistán Pervez Musharraf bien podría pensar de la misma manera que el personaje Shakespeariano de Dick el Carnicero, que en Enrique IV entonaba la famosa frase de “Lo primero que vamos a hacer es matar a todos los abogados”.


En un suceso excepcional y esperanzador, los abogados seculares — que representan un estrato judicial independiente de la ley islámica o sharia — han emergido como líderes de la oposición al cuarto golpe importante de Musharraf contra la constitución del país.

Una nueva forma de "poder popular" en Pakistán, encabezada por las clases profesionales del país, podría quedar plasmada en las dramáticas fotografías de manifestantes vestidos de traje, con sus camisas y corbatas almidonadas, en primera línea de las manifestaciones contra el régimen.

¡Qué imagen tan refrescante en el caso de un país musulmán que durante décadas ha estado personificado por estudiantes de madraza adoctrinados y otros bocazas aparentemente lobotomizados profiriendo gritos de desafío por las calles!

Cuando los abogados, los empresarios y los banqueros, representantes de los valores burgueses de la transparencia institucional, salen a la calle contra la tiranía, es que un cambio real ha pasado a ser posible y hasta inevitable. Mientras que el progreso de la democracia total puede seguir siendo lento, los principios esenciales de la soberanía popular podrían verse restaurados pronto en Pakistán.

La primera violación significativa de la constitución de Pakistán por parte de Musharraf tenía lugar en 1999, cuando se hacía con el poder. La acompañaba en el 2002 con un segundo ataque a la legalidad a través de un incompleto referéndum que le concedía una prórroga de 5 años a su gobierno. A comienzos de este año suspendía al presidente del Tribunal Supremo Iftijar Chaudhry, provocando protestas masivas. Chaudhry era devuelto al cargo, pero desde entonces Musharraf ha estado envuelto en la controversia con la judicatura del país. Se presentaba a presidente en octubre y lograba la mayoría de los votos, pero su posición seguía estando disputada hasta que declaró el estado de excepción el 3 de noviembre. El problema es simple: es ilegal que Musharraf ostente simultáneamente un cargo militar y un cargo civil, y los abogados han decidido apropiadamente defender la ley frente al gobierno arbitrario.

Musharraf también ha sido desafiado por los fanáticos jihadistas y por políticos del pasado como Benazir Bhutto. Pero el General ha cedido constantemente a la voluntad de los radicales que se agolpan a lo largo de la frontera afgano-paquistaní, y unos cuantos observadores tienen confianza en que Bhutto pueda superar su debilidad largo tiempo reconocida como líder — incluyendo su reputación de tolerancia hacia la corrupción y un legado socialista heredado de su padre, Zulfiqar Alí Bhutto – ahorcado por otro usurpador militar, Zia ul-Haq, en 1979.

Musharraf ha prometido nuevas elecciones en febrero; Bhutto ha sacado a la calle a los miembros de su Partido Popular de Pakistán con el fin de oponerse al régimen, y ha sido condenada al arresto domiciliario. Aun así, la imagen de abogados furiosos es más relevante, en mi opinión, que cualquiera de las maniobras realizadas por las personalidades que representan las pasadas disidencias del país.

Algunos expertos políticos de Washington, principalmente en el bando neoconservador, han reconocido (creo que correctamente) que el Presidente George W. Bush se enfrenta a un "momento Marcos", en un término utilizado por el importante comentarista Robert Kagan. Musharraf, al igual que el dictador filipino Ferdinand Marcos, afirma encontrarse entre los mejores amigos de América. Pero el precio del apoyo norteamericano a Musharraf, al igual que en el caso de Marcos, podría ser muy superior a cualquier beneficio que pudiera aportar. El Presidente Ronald Reagan fue convencido por Paul Wolfowitz y Richard Armitage de que era mejor respaldar el desafío "del poder popular" a Marcos, representado por Corazón Aquino. Los comentarios del dictador de que solamente él puede mantener la estabilidad en una República de varias provincias separadas, como las lúgubres advertencias por parte de la cohorte de que la caída de Marcos traería un levantamiento comunista, ya no eran convincentes.

La amenaza comunista revolucionaria fallecía en Manila una vez que Marcos era derrocado en 1986. La democracia ha demostrado tener buena salud en las Filipinas, y la reforma allí era acompañada del final del gobierno militar en Corea del Sur en 1988. 10 años más tarde, en 1988, Indonesia — el país musulmán más grande del mundo — se despedía de una dictadura militar de 32 años y en el 2000, el Guomindang monopartido era desmantelado en Taiwán.

Una vez más parece que la libertad está en pie de guerra. Un resultado parecido podría tener lugar en Pakistán, y con toda la tragedia vista en el breve estallido de protestas en Birmania encabezadas por monjes budistas, Rangún podría ser liberada poco después. Tailandia está realizando un agitado progreso hacia una restauración constitucional, aunque su ejército, que se hizo con el control el año pasado, sigue ejerciendo una influencia desproporcionada.

Musharraf se ha proclamado a sí mismo aliado norteamericano en la guerra contra el terror pero ha regalado una parte significativa del país a los Talibanes y sus sucedáneos. En los últimos años Pakistán solamente ha estado por detrás de Irak como escenario de horrible violencia de terroristas islamistas — dirigida principalmente contra la minoría chiíta del país pero poniendo también sus miras en figuras seculares como Bhutto, quien escapaba por los pelos del asesinato cuando volvía al país a mediados de octubre – y alrededor de 139 personas eran asesinadas en un atentado suicida contra su comitiva.

Pero como prueba adicional de que mientras el mundo cambia rápidamente, Washington se queda atrás, la mayor parte de los críticos de Washington siguen lanzando diatribas acerca de la viabilidad de Bhutto como aliada o como alternativa a Musharraf, siguiendo las líneas de la fantasía de que Musharraf puede ser persuadido de pronto de plantar cara al Islamofascismo, presumiblemente después de celebrar elecciones nuevas, libres, transparentes y constitucionales.

Algunos supuestos expertos en Pakistán afirman haber despertado de un profundo sueño para descubrir en el desconcierto que Musharraf considera a la judicatura como su principal enemigo en lugar de los terroristas. Comparar a Bhutto con Corazón Aquino parece constituirse el límite del atrevimiento para algunos. Pero Corazón Aquino fue una cara nueva para las Filipinas y fue lo que el pueblo de ese país necesitaba y quería. Bhutto, como Musharraf, los líderes militares paquistaníes, los clérigos sunitas radicales y políticos de segunda fila como Nawaz Sharif, considerados extensamente aliados del Islam radical, representan el pasado de Pakistán, no el futuro.

Desde el 2001 la política en todo el mundo ha sido peligrosamente inestable, y aquellos que aparecen durante las convulsiones de este período bien podrían hablar en idiomas inesperados, representando a electorados previamente descuidados. Como otros y yo hemos escrito antes, para afrontar desafíos así sólo se necesita valor. El Presidente Bush ha invitado correctamente a Musharraf a volver al camino de la transición democrática. Pero mientras los abogados y los demás profesionales del sector civil dan un paso al frente para exigir respeto a la legalidad, todas las antiguas opciones podrían ser dejadas de lado y el hombre del traje y la corbata en primera línea en Lahore bien podría anunciar una transformación que pocos han predicho. El nuevo movimiento de protestas en Pakistán está destinado a encontrar líderes nuevos, y no darse por satisfecho con cuestionables figuras viejas.

Los americanos y los demás que creen en la democracia deberían respaldar a los abogados de Pakistán igual que a los monjes de Birmania, los manifestantes de Georgia, los opositores al Putinismo y los reformistas de Arabia Saudí o Irán. La revolución global de la democracia burguesa bien podría haber entrado en una fase nueva y beneficiosa en Pakistán. Una victoria de la sociedad civil en Pakistán representaría un enorme paso adelante como derrota de la ideología islamista e iniciativa de valores democráticos en el mundo musulmán. Estados Unidos no necesita actuar con crudeza en Pakistán — pero recordar a su pueblo cómo Reagan retiró su apoyo a Marcos probablemente no causaría ningún daño.

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