Política

Elecciones en Ecuador: el opio del pueblo

Hoy vamos por un desfiladero para borregos trazado con poca originalidad por los amanuenses de Cuba y Venezuela. El respeto a las ansias democráticas y a la igualdad de oportunidades no cuenta: la ciudadanización es solo un insumo para construir más poder para la trinca según el manual reduccionista.

Juan Fernando Salazar
Ninguno de los votantes que el día de hoy concurra a las urnas ha vivido la experiencia de una verdadera asamblea constituyente. Quienes votaron en 1967 tienen ahora al menos 61 años y son testigos de que nada pasó. El referéndum de 1978 fue un montaje como el de ahora: se aprovechó del sentimiento nacional de cambio y transformación para hacer una marcha civil-militar ante el reparto craso del pastel para la partidocracia naciente. Quienes votaron en la asamblea constitucional (sic) de Sangolquí tienen al menos 27 años, ya los suficientes para notar que el engaño por más envuelto y promocionado fue solo eso.

Hay memoria viva de tres procesos constitucionales para interpretar el de hoy día que es un embudo para el puñado de arribistas que descalifican día a día a la meritocracia democrática.

La únicas seudoexperiencias democráticas que las generaciones han vivido podrían condensarse en el triunfo de Jaime Roldós sobre Sixto, la elección de Abdalá contra Nebot y la de Lucio contra Álvaro Noboa.

Dos elecciones han carecido de controversia y resultaron en elecciones de las flores, en revoluciones de terciopelo que pusieron en el solio a Mahuad y a Correa en una especie de consenso lavado de autocrítica y en un voluntarismo que se estrelló contra el planeta.

La destitución de Bucaram en las calles fue seguida de la destitución de Mahuad en las calles y de la destitución de Lucio en las calles. El futuro de Correa también se jugará en las calles. El incumplimiento contumaz de las propuestas de cambio, el afianzamiento del status quo demagógico y populista, permiten conjeturar que la gente puede dejarse arrebatar los ases ganadores en una constituyente que no comprende, pero tiene muy claro que hay un espacio libre, las calles, donde se producirá su respuesta democrática a la imposición mediática, al dogmatismo anticuado y a la manipulación sistemática de las palabras públicas.

Las palabras que utiliza el poder son bienes públicos. La creencia infantil del Presidente y sus asesores de que la palabra oficial puede ser tan pesada como fue la de Mao o tan entretenedora como pretende ser la de Chávez, parte de un irrespeto absoluto al pueblo, pensando que la ciudadanía es la receptora dócil de sonsonetes gubernamentales. La palabra oficial debe ser solo el eco respetuoso de las palabras de todos y de los sentimientos intocados por la propaganda del conjunto de ecuatorianos. La evolución de los significados es tan retrógada en Correa como lo fue con Febres Cordero y con Lucio.

Los tres han pensado que son más vivos que el promedio nacional y que pueden ponerse las máscaras para aparecer un día como autócratas demócratas y otro como dictablandos demofóbicos.

Hoy vamos por un desfiladero para borregos trazado con poca originalidad por los amanuenses de Cuba y Venezuela. El respeto a las ansias democráticas y a la igualdad de oportunidades no cuenta: la ciudadanización es solo un insumo para construir más poder para la trinca según el manual reduccionista. Más de lo mismo pero la constatación de que los manipuladores serán convocados a la plaza pública el día en que los ciudadanos despierten del opio populista.

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Fuente: El Comercio (Ecuador)

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