Las corrientes demoscópicas forman parte de los análisis de la política actual, pero casi ninguna ha acertado en sus predicciones.
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Domingo, 15 de junio 2025
Las corrientes demoscópicas forman parte de los análisis de la política actual, pero casi ninguna ha acertado en sus predicciones.
Es mejor esperar a analizar los resultados de las urnas que debatir sobre encuestas que suelen ser tan inciertas como las predicciones meteorológicas. Los sondeos se han equivocado repetidamente en las elecciones y referéndums de este año en Europa y en Estados Unidos. Se tabulan las emociones y los sentimientos y se descartan los hechos y los intereses de los votantes. Hay un divorcio entre los políticos y los ciudadanos pero también entre los analistas que dan por ciertos resultados que no se producen. El trabajo para debatir por qué no se acertó es bastante inútil.
Tres ejemplos resumen estas tendencias este año a la espera de las elecciones presidenciales de Austria y el referéndum el próximo domingo en Italia. El Brexit no ganaría, Donald Trump no sería presidente y François Fillon no constaba como ganador en las primarias de la derecha francesa. Tres predicciones voluntaristas frustradas.
Estos desajustes causan desconcierto. Incluso entre los que han ganado desmintiendo las previsiones de los sondeos. Tanto es así que tienen que improvisar las políticas que no esperaban tener que aplicar porque las encuestas no les daban como vencedores.
No había un plan elaborado para salir de la Unión Europea por parte de Gran Bretaña. El primer ministro Cameron dimitió al conocerse la victoria del Brexit y su sucesora, Theresa May, navega entre nieblas porque los que propiciaron la ruptura con Europa sólo se preocuparon de ganar, con todas las mentiras gordas admitidas por ellos mismos, sin reparar en las consecuencias prácticas, es decir, sin disponer de un plan viable de salida de la UE.
La posición de Gran Bretaña en el mundo es hoy más incierta que nunca porque ha tomado una dirección que los mismos partidarios del Brexit no saben adónde conduce ni el coste que comporta. La payasada de su principal impulsor, Nigel Farage, presentándose en la Casa Blanca del presidente electo en la Trump Tower de Nueva York es una muestra de la afinidad de los métodos tramposos entre el que fue líder del UKIP y el presidente electo Trump. A los pocos días del encuentro entre los dos personajes, el próximo presidente pidió la embajada británica en Washington para Farage. Al populismo imperante hay que añadir el amateurismo.
La imprevista victoria del multimillonario Trump ha puesto de relieve su escasa profesionalidad a la hora de poner en marcha la transición entre las presidencias saliente y entrante. Trump sólo ha recibido dos informes oficiales de los servicios de inteligencia y jurídicos de las instituciones. El resto los ha buscado en fuentes alternativas cuya procedencia no conocemos.
Trump se ha dedicado a enviar tuits a diestro y siniestro. Parece como si estuviera en campaña. Al conocerse que se ha aprobado el recuento de los votos en tres estados marginales que le dieron la victoria, ha respondido con breves mensajes en los que pone en duda que Hillary Clinton haya ganado por una diferencia de más de dos millones de votos afirmando que los recuentos en los estados favorables a Clinton eran fraudulentos.
La política de los tuits y los discursos improvisados tendrá consecuencias inesperadas. Uno de los conflictos inevitables será el de separar los intereses de un empresario con grandes activos en todo el mundo y lo que interesa al país del que será presidente.
Puede que esta sea la nueva política, la basada en los eslogans, la propaganda y la mentira. La complejidad de la política no puede despacharse con cuatro improvisaciones. Si se trata de la primera potencia política y económica del mundo, este estilo de simulaciones puede extenderse a muchos países.
La elección de François Fillon como candidato conservador a las presidenciales de la primavera ha pillado desprevenido al universo de los tertulianos y analistas. He seguido los medios franceses estos días y han encajado sus errores de cálculo con análisis diversos sobre la paradoja de que la presidencia de Francia se pueda decidir entre un candidato de derechas y otra de derecha extrema con connotaciones xenófobas y claramente antieuropeísta.
En vez de preguntarse por qué la socialdemocracia retrocede en toda Europa, se pone más énfasis en el supuesto perfil antiguo de un Fillon que se muestra thatcheriano, europeísta a la manera gaullista, amigo de Putin y representante de la derecha católica de la Francia no parisina que ha aceptado los valores de la República pero que se siente más propensa al pensamiento de Pascal que al de los enciclopedistas.
Francia es tan compleja como cualquier otro país europeo. Una complejidad que se observa en todo el universo democrático occidental y que necesita una finura de análisis a partir de los acontecimientos que se producen y no elucubrando teorías con metáforas sobre lo que nos gustaría que ocurriera. Las corrientes demoscópicas forman parte de los análisis de la política actual. Pero si no reflejan el pulso de las sociedades en tiempo real contribuyen a la confusión y al engaño.
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