Economía y Sociedad, Europa

Europa en busca de la estabilidad

El miedo a la crisis económica y a los cambios sociales recorre Europa, que teme la inestabilidad política que ya se está instalando en muchos países.

Europa anda desesperadamente en busca de una cierta estabilidad política, económica y social. El éxito la ha desfigurado.La imagen de cientos de miles de orientales arriesgando sus vidas para poder entrar por estrictos corredores vigilados hacia Alemania o los países nórdicos es patética, tanto para los europeos como para los que huyen del hambre, la persecución y la guerra. Es una tragedia y un fracaso humanitario que sacude la conciencia europea.

La otra estampa es menos visible pero no menos dramática. Se produce en las aguas del Mediterráneo, sin cámaras, de noche muchas veces, con niños y mujeres que intentan alcanzar las costas griegas, italianas y, en menor medida, las españolas. Más de tres mil personas este año descansan anónimamente en el fondo del Mediterráneo, que se ha convertido en la morgue de la vergüenza. España ha levantado vallas y espinos en las ciudades de Ceuta y Melilla. No se ha asumido el concepto de refugiado político sino el de inmigrante sin mayores dis­tinciones.

Cada vez que poblaciones enteras se ponen en marcha huyendo de peligros objetivos o intentando conquistar nuevos territorios se producen movimientos tectónicos que alteran la tranquilidad de las sociedades llamadas de acogida. Está en discusión ahora si la caída de Roma fue un proceso largo, tal como interpretó Edward Gibbon en su colosal estudio del declive y caída del imperio romano, o bien fue un fenómeno mucho más rápido e inevitable.

El caso es que Europa ha vivido constantes movimientos humanos desde el comienzo de su historia. En el siglo XX fueron muchos los pueblos que quedaron atrapados dentro de fronteras que no eran las suyas o bien que cayeron en estados que no respetaban sus identidades particulares. Ocurrió después de la Gran Guerra, y también antes y después de la Segunda Guerra Mundial. También en la Unión Soviética de Stalin se forzaron deportaciones masivas por criterios ideológicos, racistas o simplemente represivos. Los griegos y los turcos conocieron el trasiego mutuo de cientos de miles de personas.

El millón de refugiados que han entrado en Europa este año constituyen una proporción insignificante si lo comparamos con los más de quinientos millones que vivimos en los veintiocho estados de la UE. Angela Merkel ha tenido gestos de valentía política al declarar que si Alemania no acepta a los que huyen del hambre y la guerra, “este no es mi país”. Su popularidad ha descendido, y en la reunión de su partido tuvo que ceder en sus promesas para aceptar la cifra prevista de refugiados. El miedo a la crisis económica y a los cambios sociales recorre Europa, que teme la inestabilidad política que ya se está instalando en muchos países.

Quiero pensar que es un fenómeno pasajero y que un repunte de la crisis económica serenaría muchos ánimos. Es prematuro enterrar la fuerza y la potencialidad económica, cultural y política europeas en el mundo. En el siglo pasado se escribieron obituarios de Europa precipitados.

Pero la inestabilidad la observamos primeramente en la política. Prácticamente en todos los países de la Unión avanzan con fuerza los partidos xenófobos y antieuropeos. Los casos de Polonia y Hungría son patentes, por no decir alarmantes. El Frente Nacional de Marine Le Pen está colocando el patriotismo francés sobre cualquier otra consideración. Como consecuencia, es xenófobo y antieuropeo. Es una manera de rechazar la realidad en un país en el que vive y tiene nacionalidad francesa un 7% de la población.

Incluso en países con una larga tradición de acogida, como es el caso de Suecia, el partido de extrema derecha estuvo a punto de hacer caer el gobierno después de las elecciones de septiembre del 2014.

El miedo es libre y siempre afecta a situaciones futuras que no se han producido todavía. Pero existe por los atávicos sentimientos de desconfianza hacia el otro, hacia el extranjero o hacia el que piensa de distinta manera.

No sirven los criterios objetivos de que la inmigración, tanto si llega por motivos económicos como si huye de la persecución, es positiva para las sociedades de acogida. Por dos razones. La primera porque es una inyección humana para corregir la curva demográfica europea y, la segunda, porque va a ayudar al crecimiento económico. No es fácil ni sencillo. Es una nueva complejidad que hay que añadir a las que normalmente nos inquietan. Pero es más inteligente y más humanitario el aceptar el fenómeno de la llegada masiva de refugiados. Pueden crear fricciones culturales o de cualquier otro orden. Pero son inevitables y es mejor que ayuden a la estabilidad que no dejarnos arrastrar por los gritos apocalípticos de que está amenazada nuestra identidad. No hay pueblos inmóviles. La estabilidad política y social depende, en buena parte, de saber gestionar los cambios inesperados y, a la vez, inexorables. Europa también es esto.

Publicado en La Vanguardia el 30 de diciembre de 2015

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