Oriente Próximo, Política

¿Habrá reforma en Arabia Saudí?

EL 2 DE AGOSTO, el príncipe de la corona Abdaláh bin Abdul Aziz, un hombre de 80 y pocos, ascendió al trono de Arabia Saudí – y todas las esperanzas de reforma en el reino saudí comenzaron a ponerse a prueba.

 

Durante años, los disidentes saudíes habían especulado con que de entre los hijos de Ibn Saud (1880-1953), fundador del reino, solamente Abdaláh comprendía los peligros que representaba para la sociedad de Arabia el wahabismo, la secta islámica radical que Ibn Saud convirtió en la religión de estado. Ninguna tiranía dura para siempre, y era inevitable que el desarrollo económico y social de la península minase la alianza, basada en matrimonios concertados, de la Casa de Saud en el poder y la Casa de Ibn Abd al-Wahab, responsable de la ideología y de la religión.

 

La opinión popular entendía que una de las cuatro esposas de Abdaláh (de entre las alrededor de 30 con las que se ha casado a lo largo de los años) era siria, cosmopolita, y le había influenciado para tolerar la falta de ortodoxia islámica e intelectual en general. Se decía además que Abdaláh impulsaba la práctica en privado del sufismo o espiritualidad islámica, y de diversas costumbres islámicas tradicionales rigurosamente suprimidas desde la toma de control wahabí en los años veinte. Una costumbre religiosa prohibida – común entre los musulmanes de África Occidental a Indonesia – es la conmemoración del nacimiento de Mahoma, la cual rechazan saudíes y wahabíes con el argumento de que se asemeja a la celebración cristiana del nacimiento de Jesús.

 

A finales del año pasado, cuando era aún príncipe de la corona, Abdaláh confirmó de primera mano las especulaciones acerca de su simpatía al presentarse en el entierro de Seyed Mohammed Alawi Al-Maliki, clérigo no wahabí y destacado erudito saudí. Al-Maliki, antes de su muerte, había sido una víctima destacada de la represión saudí; pero aún así, Abdaláh le elogió por su fervor religioso y patriótico.

 

Pero aparte de su interés tácito en el misticismo sufí, Abdaláh tenía otros motivos para seguir un camino distinto al que su predecesor, el rey Fahd, y al de los poderosos hermanos de Fahd, los príncipes Sultán y Nayef. En calidad de ministro de defensa saudí, Sultán se enriqueció personalmente de los contratos militares con Estados Unidos, y Nayef, ministro del interior y wahabí fundamentalista, fue la primera figura relevante del reino en culpar al Sionismo de las atrocidades del 11 de septiembre del 2001. Todos ellos, Fahd, Sultán y Nayef, eran miembros de "los Siete Sudairi", descendientes de la anciana esposa favorita de Ibn Saud, Hussah bint Sudair. Abdaláh, su hermanastro, estaba fuera del círculo Sudairi.

 

Todos estos hombres, obviamente, son ancianos. Sin embargo, Abdaláh puede tener justamente la oportunidad necesaria para iniciar una transición hacia la normalidad para su país, desde su presente posición como el estado ideológico más rico pero más retrógrado del mundo, una especie de Corea del Norte o de Cuba de Oriente Medio.

 

Abdaláh brindó estímulo a aquellos que buscaban reformas en su región en solamente una semana, cuando decretó perdones oficiales para los tres disidentes liberales que estaban en el punto de mira presuntamente por intentar destronar a la monarquía. El trío, los doctores Abdaláh al-Hamed y Matruk Al-Faleh y el poeta Alí al-Domaini, fueron condenados a entre seis y nueve meses de prisión a mediados de mayo. Su crimen real era haber hecho circular una petición solicitando una constitución escrita en un estado cuya única base para el gobierno ha sido siempre la interpretación wahabí del Corán.

 

Los observadores occidentales se han unido a los árabes y a otros musulmanes que siguen a los saudíes al intentar leer las señales que salen del reino. Algunos observan que amnistiar a presos políticos es una antigua costumbre en real al asumir el control, y desprecian la liberación de los tres disidentes como superficial. Y los recientes pronunciamientos religiosos también han sido objeto de análisis. Un ejemplo fascinante es una serie de citas provenientes de escritos y entrevistas concedidas por el jeque Abd Al-Muhsín Al-Abikán, un clérigo estatal relevante, traducidas por el Instituto de Investigación Mediática de Oriente Medio (MEMRI) y a las que se puede acceder en su página web.

 

Al-Abikán, religioso conservador, se ha adjudicado personalmente comentarios que no son desconocidos en el mundo islámico en general, pero que han carecido previamente del apoyo real de la clase dirigente saudí / wahabí. Afirma, por ejemplo, que no hay motivos para la jihad en Irak; que los terroristas sunníes en Irak utilizan la resistencia a la ocupación como pretexto para la corrupción y el abuso de las mujeres; que el terrorismo suicida es un crimen contra civiles; y que la ofensiva de terror de al Qaeda ha sido una catástrofe para los musulmanes del mundo. En su comentario más peliagudo, dice que los árabes comenzaron la guerra con Israel, y que Israel estableció la paz en las áreas que ocupó. También declaró repetidamente su deseo de confrontar a bin Laden o a cualquiera de sus partidarios, y pidió repetidamente a la directiva terrorista que se entregara e hiciera penitencia. (Es, después de todo, un hombre de religión hablando, no un funcionario gubernamental o un investigador antiterrorista).

 

Ocupándose de otro tema capital poco comprendido por los no musulmanes, Al-Abikán llamaba a la prohibición de la práctica del takfir, el aislamiento del islam de los no fundamentalistas. El significado de esto es potencialmente enorme. Los wahabíes y otros fundamentalistas, durante años, han declarado que aquellos que no comparten sus fanáticas doctrinas son apóstatas del islam. Ésta ha sido su excusa para el asesinato y el pillaje entre los chi´íes y los sunníes no wahabíes. Y es importante por otro motivo.

 

Al etiquetar a todos los no radicales como apóstatas de la religión y bendecir como musulmanes creyentes solamente a los que suscriben su propia ideología violenta, los practicantes del takfir reúnen a sus seguidores como una élite, pero también como una masa humana flexible, convencida de que sus impulsos brutales son sagrados y valiosos. Muchos, por no decir la mayoría de los reclutas terroristas musulmanes, son débiles en su conocimiento y fe religiosos, y el poder que asumen al expulsar a un billón de personas de su religión llena el vacío intelectual y religioso dentro de ellos.

 

El takfir ha sido siempre un principio del mandato saudí y de la predicación wahabí. Si como piensan algunos sujetos saudíes, Abdaláh se inclina a favor de poner fin a la práctica, la autoridad formal de los radicales religiosos quedará abolida instantáneamente. En todo el islam sunní ha echado raíces un movimiento contra el takfir, dentro el cual muchos clérigos parecen ahora tener aversión a los horribles sucesos de Irak. En julio, una conferencia islámica internacional en Jordania hizo una declaración oponiéndose al uso sunní del takfir contra los chi´íes, una práctica mencionada una y otra vez en los manifiestos sedientos de sangre de Abú Musab al Zarqawi, así como condenando el takfir contra los sufíes. La declaración de Ammán hacía un llamamiento a la restauración del debate pluralista en el islam, prohibido en La Meca y Medina, y a la afirmación de la libertad como principio.

 

¿Qué viene ahora? ¿Hará propia Abdaláh la iniciativa y se deshará del estado ideológico del que se le ha concedido el control? Si el nuevo rey saudí va a llevar a cabo una transición racional de la soberanía popular — hacia una constitución redactada, un gobierno parlamentario, una prensa libre, una judicatura independiente y modernizada, y amplia libertad religiosa – tiene que encontrar el modo de ganar autoridad por encima, o de neutralizar de otro modo, a Sultán y Nayef. Tiene entonces que, paso a paso, incorporar el reino al mundo contemporáneo, extrayendo experiencias positivas de otras naciones musulmanas, incluyendo, en primer lugar, a Turquía y Malasia.

 

Tal proceso no requiere violencia, mucho menos derrocar a la monarquía. No hay motivo por el que, al menos por ahora, la Casa de Saud no pueda conservar su riqueza, igual que la Casa de Windsor en Gran Bretaña, y hasta su posición como jefes de estado. Pero su gobierno directo sobre el país siguiendo los dictados wahabíes tiene que terminar.

 

¿Y qué debe hacer Estados Unidos? En primer lugar, consolidar el gobierno popular en Irak, e indicar que no va a haber retractación de ese compromiso. En segundo, continuar exigiendo a Abdaláh una auditoria completa de la implicación saudí en el terrorismo, y la detención de los fundadores de al Qaeda, que continúan pavoneándose por el reino con impunidad. En tercer lugar, proclamar nuestro derecho a asistir y hasta a ayudar a financiar el florecimiento de la sociedad civil en Arabia Saudí, un país con una enorme clase media, con acceso a internet y a los medios vía satélite… y con la prohibición de que las mujeres conduzcan.

 

Bajo Abdaláh, una transición saudí sería tan fácil como las vistas durante los últimos quince años en países tan distintos como Polonia, Hungría, la República Checa, Corea del Sur, Taiwán, Indonesia (el mayor país musulmán sobre la tierra), México, Chile, o Ucrania. Ha llegado el momento de que la dictadura wahabí sea desmantelada y de que el pueblo de la Península Arábiga se una al resto del mundo.

Stephen Schwartz (EE.UU., 1948) es periodista y escritor, conocido por sus escritos sobre política exterior. A pesar de haber adoptado el nombre de Suleyman Ahmad Schwartz cuando se conrivtió al Islam, continúa utilizando su nombre original en su labor periodística. Es columnista regular de la revista The Weekly Standard y colaborador en varios otros medios de comunicación. Ha escrito varios libros sobre asuntos internacionales entre los que se destaca "Las dos caras del Islam: la familia real saudí de la tradición al terror", que condena la influencia del Wahhabismo y defiende la corriente musulmana Sufi.

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