El caso es que hablas con la gente y la mayoría jura en arameo, baja de su peana a todos los santos y fuma en pipa contra la crisis y la ingravidez del Gobierno para atajarla. El personal se desfoga clamorosamente en cuanto se menta a la bicha, pero está ávido de distracciones que le ayuden a escamotear por un rato tanta aflicción.  

El fútbol, entretenimiento por antonomasia en cualquier circunstancia, acude en auxilio de los contribuyentes y parados para renovar las alegrías o confirmar las penas deportivas (según le vaya la fiesta a cada uno). Con el fútbol parece que se nos olvidan los agobios y los problemas del paro o la subida de impuestos. Cambiamos el airado y lastimero regate en corto contra el Gobierno por las internadas gloriosas sobre el terreno de juego por parte de nuestros ídolos anti-crisis (porque a ellos no les afecta en absoluto) y por el reproche chillón, inmisericorde y bronco, a árbitros y rivales eternos.

Tendrá que ser así. Seis millones y medio de españoles siguen un encuentro de fútbol en la tele y no hay asunto, ni siquiera de la irritante casquería rosa tan amada por la audiencia, que concite un interés semejante. Deberíamos ser conscientes de que tocar el violón no resuelve nada. Bien está, en todo caso, amenizarse el mal trago con la quiniela. Algo hay que hacer. Pan y circo, aunque en las actuales circunstancias casi sin pan, sólo circo.